En todo caso, la decisión de Donald Trump el miércoles de reconocer a JerusalEN como la capital de Israel muestra cuan libre está su administración de los sacrosantos mitos tradicionales acerca del Medio Oriente. Ya era hora.

BRET STEPHENS

Un mito sagrado es que la “paz meso-oriental” es casi sinónimo de paz entre árabes e israelíes. Siete años de levantamiento, represión, terrorismo, crisis de refugiados y asesinatos en masa en Libia, Egipto, Yemen, Irak y Siria han destruido esa noción.

Otro mito es que sólo un acuerdo de paz israelí-palestino podría reconciliar al mundo árabe más amplio con el Estado judío. Pero las relaciones entre Jerusalem y Riad, Cairo, Abu Dhabi y Manama están prosperando como nunca antes, aun cuando la perspectiva de un estado palestino es tan remota como siempre.

Un tercero es que la mediación intensiva por parte de Estados Unidos es esencial para el progreso en el terreno. Pero el involucramiento estadounidense reciente — ya sea en la cumbre de Camp David en el año 2000 o las campañas de John Kerry en el 2013 — ha tenido en su mayoría el efecto opuesto: fracaso diplomático, seguido por guerra.

Lo cual nos lleva a Jerusalén, y el mito que fingir que no existe lo que existe puede ser una fórmula para cualquier cosa excepto el autoengaño continuo.

Lo que Jerusalén es es la capital de Israel, tanto en la patria ancestral judía como en el estado-nación moderno. Cuando Richard Nixon se convirtió en el primer presidente estadounidense en visitar el país en 1974, asistió a una cena de estado en Jerusalem. Es donde el Presidente Anwar Sadat de Egipto habló cuando decidió hacer la paz en 1977. Es lo que el Congreso decidió volver ley en 1995. Cuando Barack Obama hizo su propia visita presidencial a Israel en el 2013, él también pasó la mayor parte de su tiempo en Jerusalem.

¿Entonces por qué mantener la ficción que Jerusalén no es la capital?

El argumento original, de 1947, era que Jerusalén debe estar bajo jurisdicción internacional, en reconocimiento de su importancia religiosa. Pero a los judíos no se les permitió visitar el Muro Occidental durante los 19 años en que Jerusalén Oriental estaba bajo ocupación jordana. Yasir Arafat negó que el Templo de Salomón estuvo siquiera en Jerusalem, reflejando una negación palestina de la historia cada vez más común.

¿Se permitiría a los judíos visitar los sitios judíos, y serían respetados esos sitios si la ciudad fuera re dividida? Es dudoso, considerando los ataques palestinos contra tales sitios, lo cual es una de las razones por las cuales no debe ser dividida.

El siguiente argumento es que cualquier intento por parte de Washington de reconocer a Jerusalén como capital de Israel encendería la proverbial calle árabe y tal vez llevaría a otra intifada.

Pero este argumento comprende mal la naturaleza de la calle, la cual ha sido típicamente una herramienta de propaganda de los líderes árabes para canalizar el descontento local y manipular a la opinión extranjera. Y también tergiversa la naturaleza de la última intifada, la cual fue un acontecimiento pre-planeado meticulosamente incluso esperando un pretexto conveniente (la caminata en el Monte del Templo en septiembre del año 2000 por parte de Ariel Sharon) para verse como uno espontáneo.

Finalmente está la visión que el reconocimiento es como dar a tu estudiante de primer año de la facultad un regalo de graduación: una recompensa prematura para un gobierno israelí que todavía no ha hecho lo que es necesario para hacer posible un estado palestino.

Pero esto también explica mal las cosas. No tendrá ningún efecto sobre si o cómo entra en existencia un estado palestino, cualquiera sea el histrionismo actual en Ramala. Y no es mucha moneda de cambio, ya que a la mayoría de los israelíes no podría importarle menos dónde está localizada finalmente la embajada.

Entonces, nuevamente, el reconocimiento hace muchas cosas genuinamente útiles.

Alínea tardíamente las palabras estadounidenses con los hechos. Alínea la palabra tanto como los hechos con la realidad. Y alínea a los Estados Unidos con el país hacia el cual estamos profesando constantemente amistad, aún cuando hemos pasado siete décadas escatimándole la forma más básica de reconocimiento.

El reconocimiento también dice a los palestinos que ellos ya no pueden mantener más a otras partes como rehenes de sus demandas. Jerusalén oriental pudo haber sido la capital de un estado soberano palestino hace 17 años, si Arafat simplemente hubiese aceptado los términos en Camp David. Él no lo hizo porque pensó que podía dictar los términos a potencias más fuertes. Las naciones pagan un precio por la temeridad de sus líderes, como descubrieron hace poco los kurdos.

La paz y un estado palestino llegarán cuando los palestinos aspiren a crear una Costa Rica meso-oriental — pacifista, progresista, amistosa y democrática — en vez de otro Yemen: autocrático, anárquico, fanático y trágico.

Para la comunidad internacional, eso significa ayudar a los palestinos a dar pasos para desmantelar su cleptocracia actual, en vez de alimentar una cultura de queja perpetua contra Israel. Mahmoud Abbas está ahora aproximándose al 13o aniversario de su mandato electo de cuatro años. Alguien debería señalar este hecho.

Hamás ha manejado Gaza por una década, durante la cual ha pasado más tiempo construyendo cohetes y túneles terroristas que hoteles u hospitales. Alguien debería señalar esto también. Es un indicativo de las elecciones políticas desastrosas que ayudan a explicar 70 años de fracaso palestino.

Mientras tanto, Jerusalén es la capital de Israel. Para los que han vivido en negación, debe ser una especie de shock.

Fuente: The New York Times- Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México