Enlace Judío México – En Venezuela se vive una realidad espantosa, siendo que el desastre nacional alcanza magnitudes insospechadas, no sólo en el terreno económico, sino en la conciencia de las mayorías, a las cuales se nos hizo creer que esa era la forma correcta de administrar la renta petrolera.

SHULAMIT BEIGEL EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

Llegó la Navidad. Y en vez de la alegría de otros años, mucha tristeza para algunos. Estaba platicando ayer en un café de Tel Aviv con un amigo venezolano, que como tantos otros ha llegado últimamente a Israel, acerca de Venezuela, tema recurrente en la vida de los venezolanos, sobre todo entre aquellos que se encuentran lejos de su país, y al decirle que yo no entendía por qué un país tan rico se encontraba tan mal económicamente ya tantos años, me corrigió diciéndome que no, que Venezuela no era rica como siempre se había creído, Venezuela es pobre.
Es lamentable tener que decirlo, pero los hechos lo demuestran. La riqueza del petróleo, que no es fruto del trabajo del hombre y la mujer venezolanos, sino un regalo de la naturaleza, es el origen del desastre y la ruina de ese país. Todo el mundo o casi todo el mundo, sabe hoy en día que el 98% o algo así de la renta nacional venezolana, la produce, o la producía en un pasado, el petróleo. Esta renta, que ha inyectado a la economía nacional constantemente, es un regalo de la Naturaleza, pero también es la causa que ha impedido el desarrollo de cualquier otra actividad, ya que ha sido más fácil vivir del petróleo, que no tiene riesgos, que de la iniciativa personal y el trabajo, que sí los conlleva.
Da dolor decirlo, pero es justamente el facilismo lo que se ha impuesto en Venezuela, y el que ha matado otras iniciativas productivas. Porque ¿cómo se puede competir con las ganancias que generaba el petróleo? Y esto fue lo que pasó. Para darles un ejemplo, los campesinos sembraban papas por ejemplo, pero cuando salían al mercado para venderlas, éste estaba inundado de papas importadas, y entonces no podían competir con éstas. Y lo mismo fue con todo. La carne venía del Uruguay y hasta el maíz se importaba de México. Era más barato importar que producir. Imagínense que esta situación económica de no producir se ha repetido en el país durante cincuenta o más años, es decir, desde que apareció el petróleo, y esta situación se repitió no solo en la agricultura sino en todos los rubros.
Esto no es algo nuevo. Se dio durante los gobiernos venezolanos anteriores. Pero entonces un día apareció Chávez y lo que llamó eufemísticamente el “Socialismo del Siglo XXI”, con mentalidad populista, sustentada en la falsa política de los regalos, y se comenzó a repartir la renta petrolera sin medida, por medio del gasto público, con subsidios a todos y para todo. La gente recibió casas gratis, medicina gratis, estudios, alimentos, etc. Pero esto fue un boomerang. Parece una ironía, pero la pobreza apareció no porque Venezuela fuese pobre, sino más bien fue el efecto de esta política de sustitución de importaciones. Los subsidios del gobierno, una especie de limosna, alimentaron la pobreza pero no la erradicaron, ya que la pobreza sólo se elimina con trabajo, creando fuentes de trabajo relacionadas con la actividad productiva, y no con un trabajo burocrático y clientelismo político.
Si yo por ejemplo monto una fábrica de pasteles y en lugar de venderlos me los como, termino en la ruina. La renta petrolera son los pasteles que teníamos, y la dueña de la fábrica no soy yo (lamentablemente), sino el pueblo venezolano, que se ha dedicado a comerse los pasteles que le regaló el gobierno. En lugar de vender lo poco o mucho que se producía para traer divisas al país, se las comieron, las consumieron. Hoy en día ha llegado el momento en que no hay divisas para comprar la materia prima para preparar el guiso y la harina necesarios para hacer las hallacas de esta Navidad. Esa es la situación actual del país, provocada y agudizada por la pésima concepción económica que se ha tenido de la economía.
Y lo mismo ha sido en todo. En vez de una política de sustitución de importaciones, se estableció una industria que requiere constantemente de la compra de materias primas importadas, pues no hay materias primas nacionales, como debería ser. Hemos entrado en un círculo vicioso que se consume a sí mismo. Importamos, comemos o usamos, y volvemos a importar. Solo que ahora, ya no tenemos dinero para hacerlo. Toda esta situación creada por el petróleo, fue prevista, advertida y pregonada como amenaza de la economía, por algunos hombres con visión. Juan Pablo Pérez Alfonso, por ejemplo, diplomático venezolano fundador de la OPEP, conocido como el “Profeta Olvidado”, escribió un libro donde advertía de estos peligros, y cuyo título es “Hundiéndonos en el excremento del diablo”, obviamente refiriéndose al petróleo. Muchos ya conocen su advertencia, aunque algunos rechazan su famosa frase: “el petróleo no se puede sembrar, lo que se riega con petróleo se seca”. Estas palabras, que fueron pronunciadas hace cuarenta años, para muchos son hoy una profecía.
Tristemente, ha sido el petróleo, el regalo que nos dio la naturaleza, el que arruinó al país. En Venezuela se vive una realidad espantosa, siendo que el desastre nacional alcanza magnitudes insospechadas, no sólo en el terreno económico, sino en la conciencia de las mayorías, a las cuales se nos hizo creer que esa era la forma correcta de administrar la renta petrolera. Y todo esto se fue convirtiendo en una forma de vivir. “Somos ricos”, te dicen algunos con aires de arrogancia de Imperio. ¿Quién puede ahora borrar esa mentalidad del facilísmo, inculcada en la conciencia de la gente?
Los resultados están a la vista. La renta petrolera, que debía haber ingresado a las reservas, o ser utilizada en la construcción de una infraestructura física para un desarrollo económico producto del esfuerzo nacional y no de la renta petrolera, está reducida. Los pozos de petróleo que deberíamos haberlos visto como una alcancía, un cochinito de barro como aquel que teníamos de niños, del cual sólo se debería haber sacado lo mínimo indispensable, se convirtieron en una alcancía de la cual no se puede restituir lo que se sacó, y terminó por agotarse.
A mis amigos venezolanos en Venezuela y todos los que se han ido, los que están aquí en Israel, buscando una nueva vida, les deseo de todo corazón una feliz Navidad.

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