Enlace Judío México.- Tomen nota los que quieran ver a auténticas luchadoras por la libertad. Que miren a las calles de Irán o escuchen a la campeona de ajedrez Anna Muzychuk.

KHADIJA KHAN

Jugándose la vida, las mujeres iraníes están desenmascarando a quienes tratan de promover los burkas y los hiyabs como supuestos símbolos de liberación.

El intento desesperado de los iraníes que se están echando a las calles contra el régimen islamista saca a la luz la amarga vida que los ciudadanos de ese país, especialmente las mujeres, están siendo obligados a llevar desde hace casi cuarenta años en nombre de la ley islámica, la sharia.

Estas manifestaciones están mostrando también el horrible rostro de los islamistas, que toman a su propia gente como rehén para saciar su sed de poder y no trepidan en recurrir a la represión, la cárcel, la tortura, las ejecuciones… a lo que sea.

Como muchas otras, las mujeres iraníes están hartas de vivir bajo capas y capas de reclusión.

Es evidente que el régimen se ha sobresaltado por la determinación de los manifestantes: sus líderes han prometido suavizar las leyes misóginas y no encarcelar a las mujeres de Teherán que no lleven el velo en público.

Los manifestantes, sin embargo, no parecen fiarse: quieren la erradicación total del extremismo. Claramente, ya no confían en las promesas del régimen.

Hacen bien en mostrarse escépticos. Se trata de una trampa. Aunque el régimen anunció que no arrestaría a las mujeres que dejasen de lado el estricto código de vestimenta, afirmó también que éstas tendrían que asistir a “clases de moralidad” impartidas por la policía de la sharia.

¿A qué viene eso? ¿Acaso se trata de tenerlas fichadas para así poder vigilarlas?

Los grilletes que los iraníes están intentando romper son exactamente los mismos que organizaciones como CAIR y secuaces de regímenes islamistas como Linda Sarsur han intentado vender al público occidental como símbolos de moda y liberación. Estos apologetas no son más que voceros de regímenes extremistas que no sólo esclavizan a sus pueblos, también perturban su desarrollo económico e intelectual con un odio y un supremacismo que también despliegan en la escena global.

Cuando las organizadoras de la Marcha de las Mujeres de EE.UU. se centraron selectivamente en algunos abusos, dejaron atrás a una inmensa cantidad de mujeres, ignoradas y tenidas por inoportunas, sujetas a un trato inhumano desde hace siglos.

Estas sedicentes liberadoras de las mujeres musulmanas no hacen sino un tremendo daño a las mujeres atrapadas en sociedades totalitarias como la iraní y la saudí. En nombre de la ley islámica (sharia), esas teocracias imponen sus dictados misóginos.

Rara vez nos encontramos con auténticas activistas heroicas, como la campeona ucraniana de ajedrez Anna Muzychuk, que pinchó la burbuja creada por las manifestantes que promovían el uso del hiyab negándose a participar en un torneo en Arabia Saudí por el maltrato a las mujeres en ese país:

Hace exactamente un año, gané estos dos títulos y era la persona más feliz del mundo del ajedrez, pero esta vez me siento verdaderamente mal. Estoy dispuesta a defender mis principios y no ir al torneo, donde en cinco días iba a ganar más de lo que gano en doce torneos juntos.

El coraje mostrado por Muzychuk representa un rechazo a las sociedades religiosas conservadoras por la penosa vida que infligen. Esto no lo pueden blanquear las palabras bonitas, los avariciosos fabricantes de ropa o los discursos insinceros.

Al negarse a someterse a las exigencias de los extremistas musulmanes, esta brava ajedrecista ha demostrado más compromiso para con los auténticos derechos de las mujeres que todas las otras juntas en todo 2017.

Estén donde estén, la mayoría de las musulmanas tienen que vivir un infierno para lograr una pizca de igualdad, libertad o respeto en sus propias sociedades. Están sometidas a normas jurídicas y económicas tremendamente discriminatorias. Así, oficialmente se estima que el valor de su testimonio en un juicio es “la mitad que el de un hombre” (Corán, 2:282; Sahih Internacional); también pesan la mitad que un hombre en punto a herencias (Corán, 4:11; Sahih Internacional). A menudo son empujadas al régimen de la poligamia y a ser una de las hasta cuatro esposas de un hombre; el hombre, por su parte, puede divorciarse de ellas mediante el “triple talaq”, diciéndoles “me divorcio de ti” tres veces (Corán, 2:222-286). También las hacen casarse siendo prepúberes, y son lapidadas por adúlteras si las han violado, salvo que cuatro testigos varones del incidente testifiquen lo contrario en el juzgado (¿qué probabilidad hay de que eso ocurra?).

Al promover en Occidente su agenda pro sharia, dichas leyes sirven solamente a los intereses de los voceros islamistas y demás musulmanes extremistas.

Las manifestantes occidentales por los derechos de las mujeres defienden el hiyab mientras ignoran los abusos diarios que sufren las musulmanas, como los crímenes de honor, la tutela masculina, los matrimonios forzosos, la mutilación genital, el maltrato de instituciones religiosas como los Consejos de la Sharia –tan populares en el Reino Unido– y farsas como la halala.

A causa de las rígidas e inmutables normas de las sociedades musulmanas, a estas mujeres se les han negado sus derechos fundamentales a la autodeterminación y a vivir en libertad.

El mundo debería estar apoyando la lucha de los manifestantes iraníes en su valeroso desafío a esos musulmanes extremistas. El pueblo de Irán, a diferencia de lo que sucedió en Egipto y Libia, está intentando deshacerse de una teocracia rígida y totalitaria y sustituirla por una democracia.

En las sociedades religiosamente conservadoras, la libertad sigue siendo una quimera para incontables mujeres. Ya es hora de que el mundo empiece a abordar de frente los auténticos problemas relacionados con los derechos de las mujeres.

 

* Periodista paquistaní radicada en Alemania.

 

 

Fuente:es.gatestoneinstitute.org