Enlace Judío México.- La revolución que transformó a Irán en 1979 fue un gran experimento. A partir de ese momento, Irán sería gobernado por un ayatola, un hombre con conocimientos profundos de la sharia, ley islámica. El sería el “líder supremo,” un eufemismo de dictador. Él merecería esa autoridad porque sería visto, literalmente, como “representante de Dios en la Tierra.”

CLIFFORD D. MAY

El primer líder supremo fue Ruhollah Khomeini, un clérigo carismático, catastrófico, un proponente firme de la yihad contra Estados Unidos y el Occidente. Cuando él murió en 1989 el título pasó a Ali Khamenei quien de ninguna manera moderó la ideología del régimen. Al contrario, ha llamado a la Revolución Islámica el “punto de inflexión en la historia del mundo moderno.”

Hoy, el régimen en Teherán influencia a Irak, apuntala a la dinastía Assad en Siria, controla Líbano a través de Hezbolá, y respalda a los rebeldes huzíes en Yemen. Pensando a más largo plazo, el Líder Supremo Khamenei tiene un programa de armas nucleares — tal vez dilatado pero ciertamente no terminado por el acuerdo que concluyó el Presidente Obama — tanto como un programa para desarrollar misiles capaces de enviar armas nucleares. Ese programa continúa rápidamente.

La búsqueda de tales ambiciones ha llegado a un costo. Los iraníes, que esperaban que gozarían de más libertad y prosperidad luego de la caída del shah, han sido decepcionados amargamente. Los iraníes que pensaban que se beneficiarían de las decenas de miles de millones de dólares que fluyen a Irán a partir del acuerdo nuclear — más aún.

El jueves pasado, los iraníes comenzaron a expresar por cientos de miles esa decepción junto con un enojo creciente. Arriesgando sus vidas, escenificaronprotestas en más de dos docenas de ciudades a lo largo del país. Mientras escribo esto, un estimado de 15 manifestantes han sido asesinados por las fuerzas gubernamentales. Cientos han sido arrestados.

Muchos de los medios de comunicación occidentales han restado importancia a este levantamiento. Otros han afirmado que las protestas tienen que ver sólo con “una economía inactiva” y “un aumento en el precio de los huevos” — en otras palabras, apolíticas y no ideológicas.

Los cánticos que se están escuchando en las calles cuentan un cuento diferente. Entre ellos: “¡No queremos una República Islámica!” “¡Muerte al Dictador!” “¡Los mulás deben irse!” “¡Los clérigos actúan como dioses!” “¡Muerte o libertad!” “¡Abandonen Siria, piensen en nosotros!” “¡Ni Gaza, ni Líbano, mi vida por Irán!” También esta declaración de determinación sombría: “Moriremos. [Pero] recuperaremos Irán.” No, no es sólo la economía, estúpido.

¿Está fermentando otra revolución? En lo que respecta a hacer predicciones sobre tales cosas, los científicos políticos y analistas de inteligencia están a la par de los astrólogos. En verdad, las revoluciones son como volcanes. No importa cuántos redobles escuches, no importa cuánto humo veas, nunca sabes cuándo entrarán en erupción.

Una idea errada común: Cuanto más opresivo un régimen, más invita a su caída. En verdad, las revoluciones son más aptas para tener éxito contra regímenes reticentes a participar en matanzas masivas de sus súbditos. Como regla general, la crueldad rinde. Y los teócratas de Irán — a pesar de lo que escuchamos de sus muchos apologistas occidentales — son tan crueles como se presentan. El Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica y la milicia Basij nunca han sido reticentes a golpear cabezas. Irán tiene la tasa de ejecuciones per cápita más elevada del mundo. Los que están en el poder torturan rutinariamente a los disidentes, encarcelan a activistas de derechos humanos, violan mujeres en prisión, cuelgan públicamente a homosexuales, toman rehenes occidentales — la lista sigue.

La última vez que los iraníes salieron a las calles para desafiar a sus gobernantes fue en el 2009. Ellos cantaban, como es sabido, una pregunta al Presidente Obama: ¿Estás con nosotros o estás con ellos? (utilizaron un juego de palabras en persa: “Obama, Obama ya ba oona, ya ba ma?”). Ansioso por la distensión con la República Islámica, pero Obama se negó a responder.

Sería caritativo pensar en esa decisión como un experimento. La visión prevaleciente entre la élite de política exterior había sido durante mucho tiempo que Irán era una “nación esencialmente normal” cuyos líderes favorecían la “estabilidad” en la región; que eran hombres orgullosos que se sentían irrespetados. Si Obama iba a extender su mano en amistad, seguramente ellos aflojarían sus puños.

Ahora conocemos los resultados del experimento. La élite de política exterior estaba equivocada y los pocos analistas que vieron a los teócratas de Irán como un enemigo no apaciguable tuvieron razón.

Durante el fin de semana, el Departamento de Estado condenó a los gobernantes de Irán por haber convertido “un país rico con una historia y cultura ricas en un Estado canalla económicamente vaciado cuyas principales exportaciones son violencia, derramamiento de sangre, y caos.” Trump tuiteó que el “mundo entero entiende que la gente buena de Irán quiere un cambio.” El Sen. Tom Cotton y el Sen. Ted Cruz estuvieron entre los legisladores republicanos que emitieron declaraciones fuertes.

En la izquierda, el apoyo por los derechos y aspiraciones de los iraníes fue menos firme. ¿Por qué? Los que se identifican como la “resistencia” no concordarán en nada con el Sr. Trump. Los demócratas y progresistas más moderados pueden no querer ser vistos como criticando implícitamente la inacción de Obama en el 2009 y su JCPOA del 2015. Tampoco están ansiosos por unirse a los republicanos en lo que debe ser el siguiente paso: medidas para apoyar a los manifestantes y ejercer nuevas presiones serias sobre los gobernantes de Irán a fin de restringir sus instintos represivos.

En cuanto al mismo Obama, él no ha respondido, cuando escribo esto, a una carta online pidiéndole “enviar un mensaje fuerte y público de compasión y solidaridad” a los iraníes demandando sus derechos humanos.

Si él fuera a hacer eso, y si, en breve, el yihadismo moderno fuera a colapsar en la tierra donde se convirtió por primera vez en la ideología gobernante, comenzaría un nuevo experimento — uno de consecuencias enormes para cuestiones de guerra y paz durante las décadas siguientes.

 

 

Fuente: The Washington Times
Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México

 

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