Enlace Judío México – A partir de esta semana, queremos darle la bienvenida en este espacio a la escritora y traductora Perla Schwartz, quien cuenta con trece libros en su haber, y quien además ha colaborado en medios como Casa del Tiempo, El Heraldo Cultural, El Sol de México, El Universal, Excélsior, La Jornada Semanal, Novedades, Plural, Reforma, y Revista Universidad de México. En esta columna, Las perlas de Perla, la poeta nos acercará a la obra de creadores de origen judío en todo el mundo.

PERLA SCHWARTZ EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO

Desde que arribó al mundo, la poeta judeo-argentina Alejandra Pizarnik (1936-1972) vivió arropada por el mundo de las sombras. Ella se consoló al pensar que “la vida es un lapso musical del aprendizaje del silencio”. Dueña de una pluma desgarradora, desde sus primeros versos  hay implícita una obsesión por la muerte.

Vivió acorazada por las palabras, para de ese modo permanecer a distancia de un mundo que nunca comprendió a ciencia cierta. Ella se erigió como una especie de presencia fantasmal que duele y se conduele. Siempre se sintió vivir en un exilio interior; así nos lo hizo saber en su prosa “Palabras”: “Por amor al silencio se dicen miserables palabras/un decir forzoso forzado/un decir sin salida posible/ Por amor al silencio, por amor al lenguaje de los cuerpos/ yo hablaba”.

Pizarnik nunca alcanzó una liberación plena a través de la escritura, sus demonios interiores terminaron por asfixiarla. Y a los 36 años acude al llamado del “Dios salvaje”, el suicidio, parafraseando al poeta irlandés William Buttler Yeats. Una sobredosis de Seconal puso fin a su vida caótica.

Se fusionó con la noche, una de las metáforas más presentes a lo largo y ancho de su obra literaria. Durante su corta vida publicó 7 libros de poesía: La tierra más ajena (1955), La última inocencia  (1956), Las aventuras perdidas (1958); Árbol de Diana (1962), Los trabajos y las noches  (1965), Extracción de la piedra de la locura (1968) y El infierno musical (1971).

Obra presidida por el reino de las sombras y la muerte. Nació en Buenos Aires en el seno de una familia judeo-ortodoxa por lo que tuvo una educación sumamente rígida. Cursó filosofía y letras en la Universidad de Buenos Aires; entre 1960 y 1964 vivió en París, lo que le permitió acercarse a la corriente surrealista.  Su vida siempre estuvo presidida por una escritura frenética para permitirse un arraigo aunque fuera temporal en el mundo de los vivos.

Regresa a su natal Argentina en 196 y tres años después se hizo merecedora de la Beca Fullbright, sin embargo ningún estímulo le fue suficiente para quitarle su sensación de destierro de la vida, bien pudiera afirmarse que siempre vivió entre las porosidades de la muerte.

Ser sin estar; existir en un espacio etéreo. Casi nunca se llegó a encontrarse, tan sólo en momentos fugaces, tal como lo muestra su escritura sumamente desgarradora: “El viento me había comido/ parte del cuerpo y las manos/ me llamaban ángel harapiento/ yo esperaba”.

Alejandra Pizarnik vivió una alianza con el lenguaje, más nunca contó con las palabras suficientes para decirse, porque sus demonios interiores le ganaron la batalla a su innegable vocación literaria:

“Y qué es lo que vas a hacer/ voy a ocultarme en el lenguaje/ y por qué / tengo miedo.”

Estamos ante una gran voz poética que se puede revalorar ante cada nueva lectura. Una potente obra de soledad y desasosiego.