Enlace Judío México.- Kenyerber Aquino Merchán tenía 17 meses cuando murió de hambre. Su padre salió antes del amanecer de la morgue del hospital para llevarlo a casa. Llevó el esquelético cadáver de Kenyerber a la cocina y se lo entregó a un empleado de una funeraria que hace visitas a domicilio a familias venezolanas sin dinero para los funerales.

La columna vertebral y la caja torácica de Kenyerber se proyectaban hacia afuera al inyectarle los químicos para embalsamar. Sus tías ahuyentaron a los primitos curiosos, llegaron personas a dar el pésame portando flores silvestres de los cerros y familiares recortaron un par de alas de cartón de una de las cajas blancas de despensa básica de las que dependen las familias en medio de la escasez de comida y los exorbitantes precios de alimentos que estrangulan a la Nación. Colocaron delicadamente las pequeñas alas encima del ataúd de Kenyerber para ayudar a que su alma llegara al cielo -una tradición en Venezuela cuando muere un bebé.

Cuando el cuerpo de Kenyerber por fin quedó listo para velarse, su padre, Carlos Aquino, un albañil de 37 años, empezó a llorar incontrolablemente. “¿Cómo puede ser esto”, lloraba, abrazando el ataúd y hablando con voz suave, como reconfortando a su hijo en la muerte. “Tu papá nunca volverá a verte”.

El hambre tiene años de acosar a Venezuela. Ahora, está matando a niños a una tasa alarmante, dicen los médicos de hospitales públicos.

Venezuela se ha estado estremeciendo desde que su economía empezó a colapsarse en el 2014. Las protestas por la falta de alimentos a precios accesibles, las insoportablemente largas filas por víveres básicos, los soldados apostados afuera de las panaderías y las multitudes enojadas saqueando tiendas de abarrotes han sacudido a las ciudades.

Pero las muertes a causa de desnutrición han sido un secreto cuidadosamente guardado por el Gobierno venezolano. En una investigación de cinco meses realizada por The New York Times, doctores de 21 hospitales públicos de todo el País dijeron que sus salas de urgencias estaban rebasadas con niños con desnutrición severa, condición con la que rara vez se toparon antes de que iniciara la crisis económica.

“Están llegando niños con condiciones muy precarias de desnutrición”, dijo Huníades Urbina Medina, presidente de la Sociedad Venezolana de Puericultura y Pediatría. Añadió que los doctores incluso estaban viendo el tipo de desnutrición extrema a menudo encontrada en campamentos de refugiados -casos que eran altamente inusuales en la Venezuela rica en petróleo antes de que su economía se cayera en pedazos.

Para muchas familias de bajos recursos, la crisis ha redibujado por completo el paisaje social. Los bebés mueren porque es difícil encontrar fórmula infantil o pagarla, incluso en las salas de urgencias.

“A veces se mueren en tus brazos, simplemente de deshidratación”, dijo Milagros Hernández, doctora en la sala de urgencias de un hospital infantil en la ciudad de Barquisimeto. “Llegan niños con el mismo peso y estatura de un recién nacido”.

Antes de que la economía de Venezuela iniciara su descenso en espiral, los médicos dicen que casi todos los casos de desnutrición infantil que veían en los hospitales públicos se debían a negligencia o abuso por parte de los padres. Pero a medida que la crisis económica comenzó a intensificarse en el 2015 y 2016, el número de casos de desnutrición severa en el principal centro de salud pediátrica de la Nación, en la Capital, aumentó más del triple, dicen los doctores. El año pasado lució aún peor.

Las estadísticas son impresionantes. En el informe anual 2015 del Ministerio del Poder Popular para la Salud, la tasa de mortalidad para niños menores de 4 semanas de nacidos se multiplicó por 100, de 0.02 por ciento en el 2012 a poco más del 2 por ciento. La mortalidad materna había aumentado casi cinco veces en el mismo periodo.

Durante casi dos años, el Gobierno no publicó un solo boletín epidemiológico que rastreara estadísticas como la mortalidad infantil. Luego en abril del año pasado, de repente apareció un enlace en el website oficial del Ministerio de Salud, que conducía a los boletines no publicados. Éstos mostraban que 11 mil 446 niños menores de 1 año habían muerto en el 2016 -un incremento del 30 por ciento en un año- a medida que la crisis económica se aceleraba.

Los hallazgos acapararon los encabezados nacionales e internacionales antes de que el Gobierno señalara que el sitio había sido hackeado, y los informes fueron rápidamente retirados. La Ministra de Salud fue despedida y el Ejército fue puesto a cargo de monitorear los boletines. Desde entonces no se ha emitido ningún informe.

“En algunos hospitales públicos, el diagnóstico clínico de desnutrición ha sido prohibido”, declaró Urbina Medina.

Pero los doctores entrevistados por The Times encontraron casi 2 mil 800 casos de desnutrición infantil tan sólo en el último año. “Jamás en mi vida había visto a tantos niños hambrientos”, dijo Livia Machado, pediatra que ofrece consultas gratis en su práctica privada.

El Presidente Nicolás Maduro ha reconocido que la gente tiene hambre en Venezuela, pero se ha negado a aceptar la ayuda internacional, diciendo que los problemas económicos del País son causados por adversarios extranjeros, como Estados Unidos, que libran una guerra económica.

Un bebé, lánguido en cama

Kenyerber nació sano, con 3 kilos de peso. Pero su madre, María Carolina Merchán, de 29 años, fue picada por un mosquito e infectada con un caso grave del virus del zika cuando Kenyerber tenía 3 meses. Tuvo que ser hospitalizada y los médicos le indicaron que dejara de amamantar debido a su enfermedad.

Al no poder encontrar ni pagar fórmula infantil, la familia improvisó: biberones de crema de arroz o maicena, mezclada con leche entera.

A los 9 meses, su padre lo encontró lánguido en la cama y sangrando de la nariz. Lo llevó de prisa a la saturada sala de urgencias pediátricas del hospital Dr. Domingo Luciani.

La Encuesta Nacional de Hospitales 2016 encontró que el 96 por ciento de los nosocomios venezolanos reportaban no tener todas las fórmulas infantiles que necesitaban para atender a los pacientes. Más del 63 por ciento reportaba no tener fórmula en lo absoluto.

La desnutrición aguda severa es a la vez patente y notablemente compleja. Aun cuando los doctores están abiertos a registrarla para un paciente, no es necesariamente la causa oficial de muerte. Más bien, la desnutrición aguda puede desencadenar una variedad de patologías en el cuerpo humano, que llevan a la muerte, desde insuficiencia respiratoria, infecciones y otros padecimientos. Pero en el caso de Kenyerber, una situación poco común ocurrió para Venezuela: en su acta de defunción se listó desnutrición severa como la causa de muerte.

Médicos sienten impotencia

Los médicos en Barquisimeto dijeron que han recibido casos de desnutrición casi todos los días.

Pero tienen disponible sólo una fracción de las medicinas que necesitan. En junio, el director del hospital en ese entonces, Jorge Gaiti, dijo que había solicitado 193 medicamentos necesarios a la agencia gubernamental responsable de distribuirlos a los hospitales públicos. Sólo cuatro de los 193 fueron entregados.

Las enfermeras envían a los padres con listas de artículos para que los busquen en farmacias.

Hernández dijo sentirse impotente como doctora, porque niños morían sin necesidad. “Es injusto”, expresó.

Dayferlin Aguilar, una niña de 5 meses de edad, batallaba para abrir los ojos. Su madre, Albiannys Castillo, la había llevado al hospital cuando la bebé empezó a perder el conocimiento y sufrir una diarrea incontrolable. Los galenos diagnosticaron desnutrición y deshidratación.

“Aquí está mamá contigo, hijita, y te amo”, le dijo a Dayferlin cuando logró abrir los ojos.

La bebé murió tres días después de ser ingresada al hospital. Fue sepultada con alas de color fucsia hechas de papel, con una corona a juego sobre su cabeza.

Una madre intenta suicidio

Oriana Caraballo, de 29 años, hizo fila durante horas con sus tres hijos -Brayner, de 8 años; Rayman, de 6, y Sofía, de 22 meses- para entrar a un atiborrado comedor de beneficencia en Los Teques. Tenían tres días de no comer.

Caraballo no podía soportar el dolor de ver a sus hijos pasar hambre. Dijo que los había sacado de la casa, mientras la bebé dormía, luego se metió de nuevo a la casa y cerró la puerta. Colgó un cable y se lo pasó alrededor del cuello.

“Escuchaba una voz que me decía, ‘hazlo, hazlo, hazlo'”, dijo. “Luego en mi otro oído escuchaba, ‘no lo hagas, no lo hagas, piensa en tus hijos'”.

Su hijo le gritó, pidiéndole que le abriera la puerta. La invadió la culpa y decidió no suicidarse.

Las Naciones Unidas y la Organización Panamericana de la Salud encontraron que 1.3 millones de personas que antes podían costear sus alimentos en Venezuela han tenido dificultades para hacerlo.

En los comedores de caridad por todo el País visitados por The Times, muchos de los padres que llevaban a sus hijos tenían empleos de tiempo completo. Pero la hiperinflación había hecho pedazos sus sueldos y ahorros.

Cáritas, la organización católica de ayuda, ha estado pesando y midiendo grupos de niños menores de 5 años en muchos Estados desde el año pasado. El 54 por ciento sufre de desnutrición, arrojó el estudio.

Muchas familias buscan comida en las calles o en botes de basura. Pocos son indigentes y la mayoría dijo que nunca había tenido problemas para encontrar comida antes de la crisis.

Cientos de personas pueden ser vistas buscando entre botes de basura todas las noches, cuando los restaurantes y tiendas de abarrotes sacan su basura para el servicio de recolección.

Pandillas y esterilizaciones

En Caracas, dos hermanos -José Luis y Luis Armas, de 11 y 9 años, respectivamente- dijeron haber huido de su hogar, donde apenas había lo suficiente para comer. Ahora viven en las calles con otros niños sin hogar en pandillas, enfrascándose en peleas con navajas para expandir o defender sus territorios y controlar áreas para pedir limosna o hurgar entre la basura.

Varios de sus amigos han sido asesinados, comentaron. Luis se levantó la camisa para mostrar una cuchillada grande a lo ancho del estómago – resultado, dijo, de un ataque con machete por parte de un miembro de otra pandilla. El ataque estuvo a punto de matarlo, comentó.

Dicen que prefieren vivir en las calles, pese al peligro, porque comen mejor que en casa con sus familias.

La carga de cuidar a los hijos puede ser tan grande estos días que muchas mujeres optan por ser esterilizadas. Justo después del amanecer de un sábado de julio, 21 mujeres jóvenes con batas quirúrgicas esperaban ser esterilizadas durante un evento gratuito en el Hospital José Gregorio Hernández, administrado por el Estado, en un vecindario de clase trabajadora de la Capital.

El hospital reporta haber esterilizado a más de 300 mujeres mediante este programa. Ese sábado, las 21 mujeres, cuyas edades iban de los 25 a los 32 años, dijeron que ya tenían hijos y querían ser esterilizadas porque la crisis económica había vuelto difícil criar hijos.

La crisis también ha llevado a una escasez generalizada de condones y píldoras anticonceptivas.

Eddy Farías, una estilista de 25 años, dijo estar nerviosa por la operación, pero decidida. Como madre soltera con empleo de tiempo completo, dijo que sus ingresos en un salón de belleza eran apenas suficientes para dar de comer a sus cinco hijos.

“Si me embarazo de nuevo, eso significaría que tendría que pelear de nuevo por pañales”, señaló. “Es como una guerra tener que comprar pañales en el mercado negro, o tener que levantarme antes del amanecer y esperar en largas filas y pelear con otras por la comida, los pañales y los artículos personales”.

‘¡Mamá, tengo hambre!’

Seis semanas después de cortar las alas de ángel de la caja de víveres para sepultar a Kenyerber, su familia aún luchaba con el hambre.

Su madre, María Carolina Merchán, dijo que pesa 30 kilos por saltarse comidas para que los cuatro hijos que le sobreviven tuvieran un poco más que comer. Las trabajadoras sociales dijeron que la mujer estaba gravemente desnutrida, igual que la propia madre de ella y su hija de 6 años, Marianyerlis.

La niña sigue a Merchán por todos lados, sollozando, pidiendo de comer. Merchán se queda viendo fijamente al piso mientras la pequeña llora. “¡Mamá, tengo hambre!!”, le suplica.

El peso de Marianyerlis fluctúa entre los 9 y 13 kilos, dependiendo de cuánto coma. Recientemente se desmayó después de dos días sin comer.

Los parientes de Kenyerber temen que otro niño de la familia pudiera morir.