Nigeria. Siria. Somalia. Y ahora, Irán. En cada país, una crisis de agua ha desencadenado alguna combinación de zozobra civil, migración masiva, insurgencia o incluso guerra a gran escala.

SOMINI SENGUPTA

En la era del cambio climático, sus experiencias presentan lecciones para otros países. El Instituto de Recursos Mundiales advirtió este mes del aumento de estrés hídrico en todo el mundo, “con 33 países que se proyecta enfrentarán estrés sumamente alto en el 2040”.

Una escasez de agua puede provocar protestas callejeras: el acceso al vital líquido ha sido fuente de zozobra en India. Puede ser explotada por grupos terroristas: el Shabab ha buscado aprovecharse de comunidades afectadas por la sequía en Somalia. La escasez de agua puede causar un éxodo del campo a ciudades atestadas: por todo el árido Sahel, hombres jóvenes que no pueden vivir de la tierra se ponen en movimiento. Y puede avivar insurgencias: Boko Haram aprovechó ese vacío en Nigeria, Chad y Níger.

Irán es el ejemplo más reciente de un país donde una crisis de agua ha avivado el descontento popular.
Se proyecta que el cambio climático haga que Irán se vuelva más caluroso y seco. Issa Kalantari, ex Ministro de Agricultura iraní, dijo una vez que la escasez de agua haría que Irán se volviera tan inhóspito que 50 millones de iraníes dejarían el país.

El agua por sí misma no explica las protestas recientes en Irán. Pero como expresa David Michel, analista en Stimson Center, un grupo de expertos en Washington, la falta de agua es un símbolo del fracaso del Gobierno para brindar servicios básicos.

“El agua no va a deponer al Gobierno”, dijo. “Pero es un componente -en algunos poblados, un componente significativo- de agravios y frustraciones”.

Irán se propuso ser autosuficiente en alimentos tras la revolución de 1979. Pero como dijo Kaveh Madani, experto iraní en agua, ello significó que el Gobierno alentó a los agricultores a plantar cultivos sedientos como trigo. El Gobierno ofreció a los agricultores electricidad barata y precios favorables para su trigo, un incentivo para plantar más trigo y extraer más agua subterránea.

El resultado: “El 25 por ciento del agua total que es retirada de acuíferos, ríos y lagos supera la cantidad que puede ser reabastecida” por la naturaleza, de acuerdo con un reporte del Banco Mundial.

El índice de agotamiento de agua subterránea de Irán se encuentra entre las más rápidas del mundo en la actualidad, tanto que según cálculos de Michel, 12 de las 31 provincias del País “agotarán por completo sus acuíferos dentro de los próximos 50 años”.

El agua es una herramienta política y, para ganarse el favor de su base rural, líderes iraníes crearon represas por todo el País para desviar agua a zonas claves. Como resultado, muchos de los lagos de Irán se han consumido. Eso incluye al Lago Urmía, alguna vez el lago de agua salada más grande de la región, que se ha reducido en tamaño en casi un 90 por ciento desde principios de los 70.

Irán anticipa una caída del 25 por ciento en el escurrimiento de aguas superficiales para el 2030. En la región en conjunto, se pronostica que los veranos se vuelvan más calurosos, en dos o tres grados centígrados a las tasas actuales de calentamiento, de acuerdo con el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático. Se proyecta que las lluvias se reduzcan en un 10 por ciento.

Un estudio del 2015 realizado por dos científicos del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) pronosticó que, bajo las tasas actuales de calentamiento, “muchas ciudades importantes en la región podrían superar un punto crítico para la supervivencia humana”.

Para países con estrés hídrico, la lección más grave proviene del cercano Siria. Su sequía, que se extendió del 2006 al 2009, motivó una migración masiva del campo a la ciudad y luego, desempleo entre los jóvenes. Y en el 2011, estallaron protestas callejeras sólo para ser reprimidas por el Gobierno de Bashar al-Assad. Eso se sumó a largas frustraciones de los sirios bajo el régimen autoritario de Assad. Estalló una guerra civil que alteró a Medio Oriente.

El agua, dijo Julia McQuaid, subdirectora de CNA, un grupo de investigación en Virginia, no lleva directamente al conflicto. “Puede ser un catalizador”, señaló. “Puede ser algo que fractura el sistema”.

 

 

Fuente:reforma.com

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