Enlace Judío México.- El esgrimidor israelí Dan Alon (28 de marzo de 1945 – 31 de enero de 2018) fue un héroe del tipo más raro. No corrió a un edificio en llamas para salvar a un vecino, ni se enfrentó a un tirano despótico. Aun así, estableció un estándar singular para el heroísmo.

CARLA STOCKTON

Antes del amanecer del 5 de septiembre de 1972, en el Apartamento 2 del complejo de atletas israelíes en los Juegos Olímpicos de Munich, Dan Alon fue sorprendido por una ráfaga de ametralladora. Incluso antes de estar completamente despierto, Alon sabía que tenía que huir. Un sabra israelí aprende a reconocer el sonido del terrorismo tan pronto como aprende a reconocer la voz de su madre. Corre o muere. El corrió.

A pesar de que sobrevivió, la vida de Alon se vació ese día.

Al lado, en el Apartamento 1, una banda de los Septiembre Negro había encerrado a 11 de los compañeros de Alon. Cuando los seis atletas olímpicos del Apartamento 2 – un atleta de marcha de velocidad, un esgrimidor más joven, Alon y tres marquistas – se esforzaron por tomar plena conciencia, vieron el cuerpo de su amigo, un luchador, pasar por su ventana y caer sobre el cemento de abajo.

Terrorista de Setiembre Negro en Munich

De manera subrepticia, los seis atletas del Apartamento 2 pudieron escapar. Alon, el último en irse, vio a un fusilero apuntando con un Kalisnikov directamente a la cabeza del tirador. Los dos cerraron los ojos, y luego, inexplicablemente, el terrorista se alejó, y Alon se lanzó en busca de la libertad. Sin embargo, en ese momento, Alon sintió que su vida había terminado.

Debería haber regresado. Debería haber intentado salvar a los demás. Debería haber luchado contra los palestinos“, solía decir. En cambio, él y los otros se encargaron de la devastadora tarea de recolectar los efectos de los hombres asesinados. De los charcos de sangre de las víctimas y los restos de su resistencia, los atletas del Apartamento 2 sacaron los juguetes y recuerdos destinados a las familias de los atletas, que esperaban un regreso triunfal.

En cambio, Dan y sus cohortes los llevarían a casa como artefactos in memoriam.

Al día siguiente, cuando los atletas llegaron al aeropuerto de Tel Aviv, todo el país parecía estar allí. Una multitud silenciosa observó cómo los atletas supervivientes acompañaban los ataúdes desde la pista. En ese silencio, Dan perdió la voz.

Como sucede con los sobrevivientes que salen de los desastres indemnes, Dan fue olvidado entre los restos. Nadie le preguntó qué significó estar allí, haberlo visto con impotencia mientras sus amigos y colegas eran brutalmente asesinados. Nadie cuestionó cómo logró escapar, cómo podía seguir viviendo sabiendo que los otros hombres habían muerto en su lugar. Aunque hubieran preguntado, Alon no habría tenido respuestas. Se sintió muerto.

Conocí a Dan Alon en 2005, 33 años después de la masacre. La película “Munich” de Steven Spielberg había reabierto viejas heridas, y todos hablaban de los Juegos Olímpicos de Munich. Enfrentado a su propio hijo por un recuento de los acontecimientos, Alon se vio obligado a presentarse como el sheliaj (enviado) de las víctimas, su emisario y mensajero. Lo presionaron para que compartiera su historia: para proteger a las generaciones futuras de la ignorancia y para garantizar que nunca vuelva a suceder nada parecido.

A regañadientes, Alon aceptó el manto de la responsabilidad. No era un orador natural, le tomó tiempo y práctica a Dan desarrollar una presentación que satisficiera sus estándares. Pero patrocinado por la comunidad de Jabad Lubavitch, viajó por todo el mundo contando su historia, y fuera donde fuera, el público la devoró y alabó su voluntad de compartirla. Estaban agradecidos y lo alentaron a escribir un libro. Para eso me contrató.

No estaba dispuesta a escribir la historia de otra persona en ese momento. Acababa de pasar dos años trabajando en una narrativa para un ex agente del Mossad, y quería pasar a mi propio trabajo. Pero luego le pregunté a Dan la abrumadora pregunta: “¿Por qué has permanecido en silencio tanto tiempo?

Vivía“, respondió. “No parecía tan importante“.

En ese momento, sabía que debemos trabajar juntos. La suya fue la misma respuesta que mi madre me dio cuando le pregunté por qué nunca habló sobre lo que la trajo a América en 1939. Lo entendí.

Los sobrevivientes cargan más que su culpa y remordimiento. Llevan el testimonio que morirá con ellos. Llevan la carga de difundir la narrativa, porque si hay esperanza para el futuro, es la conciencia de nuestro pasado lo que nos salvará.

Era un equipaje pesado que llevaba Dan Alon. Y sospecho que, al final, el peso contribuyó al cáncer de estómago que lo mató. Pero lo llevó valientemente, de buena gana y con aplomo.

Dan Alon fue un verdadero héroe.

N. del E.: El 5 de septiembre de 1972 un comando palestino secuestró a un grupo de atletas israelíes que competían en los Juegos Olímpicos de Munich, Alemania Occidental. El objetivo era canjearlos por prisioneros palestinos en Israel. Pero falló el operativo de rescate de las fuerzas de seguridad alemanas y murieron once atletas israelíes, cinco de los ocho terroristas y un policía alemán.

Fuente: The Algemeiner – Traducción: Silvia Schnessel – Reproducción autorizada con la mención: ©EnlaceJudíoMéxico