Enlace Judío México – William Ury, fundador y director del Programa de Negociación de Harvard, cuenta una historia maravillosa en uno de sus libros. Un joven estadounidense, que llegó a Japón para estudiar aikido, viajaba una tarde en un tren en los suburbios de Tokio. El vagón del tren estaba casi vacío. Había algunas madres con sus hijos y gente mayor que había ido de compras.

LORD JONATHAN SACKS

De pronto, en una de las estaciones se abrieron las puertas y entró tambaleando un hombre ebrio, sucio y agresivo. Comenzó a insultar a los pasajeros y se abalanzó contra una mujer que sostenía un bebé en brazos. De un empujón, la arrojó sobre una pareja de ancianos que hacia el otro extremo del vagón. Esto enfureció al hombre, que los persiguió sacar un caño metálico de su sostén. Era una situación peligrosa y el joven se preparó para la pelea.

Sin embargo, antes de hacerlo, un pequeño anciano de unos setenta años, vestido con un kimono llamó al borracho de manera amistosa. “Ven para acá que quiero hablarte”. El hombre se acercó, como en trance. “¿Por qué debía hablar con usted?”. El anciano le contestó “¿Qué has estado bebiendo?” “Sake”, respondió, “¡y no es asunto suyo!”

“¡Ah, muy bien!”, dijo el anciano. “A mi también me encanta el sake. Todas las noches, mi esposa y yo calentamos una pequeña botella de sake. La llevamos al jardín, y nos sentamos en un viejo banco de madera. Miramos el atardecer y vemos como crece el árbol de caqui que plantó mi bisabuelo”.

Mientras continuaba hablando, el rostro del borracho comenzaba a suavizarse y sus puños se aflojaban lentamente. “Sí”, dijo, “también me encantan los caquis”. “Y estoy seguro”, dijo el anciano, sonriendo, “que también tienes una mujer maravillosa”.

“No”, respondió el hombre. “Mi mujer falleció. No tengo esposa. No tengo casa ni trabajo. Me avergüenzo de mí mismo”, dijo sollozando.

Antes de bajar del tren, el estudiante alcanzó a escuchar al anciano suspirar con simpatía: “Caramba, esta sí que es una situación difícil. Siéntate aquí y cuéntame de qué se trata”.

Lo que iba a intentar con el músculo, el anciano había logrado con palabras bondadosas.

Esta historia ilustra el poder de la empatía, de ver el mundo a través de los ojos de otra persona, entrar en sus sentimientos y hacerle saber al otro que es comprendido, que está siendo escuchado.

La parashá habla precisamente del poder y la importancia de la empatía: “No oprimirás al extranjero, ya que tú conoces el corazón del extranjero, porque fuiste extranjero en la tierra de Egipto”(Éxodo 23: 9).

¿A qué se debe este precepto? La necesidad de empatía se extiende más allá de los extranjeros. Se aplica a la pareja en el matrimonio, a los padres, hijos, vecinos, colegas laborales y otros. La empatía es esencial en la interacción humana. ¿Por qué entonces invocarla específicamente para los extranjeros?

La respuesta es que la empatía es más fuerte en grupos que se identifican mutuamente: familia, amigos, clubes, religiones o razas. El corolario de todo esto es que cuanto más sólido es el vínculo dentro del grupo, más aguda es la sospecha o el temor a los que están fuera del mismo. Es fácil decir “ama al extranjero como a ti mismo”. En realidad, es muy difícil amar o incluso tener empatía por un desconocido. Como lo dice el primatólogo Frans de Waal:

Hemos evolucionado hacia odiar a nuestros enemigos, ignorar a aquellos que apenas conocemos y desconfiar de cualquiera que no se nos parezca. Aún siendo colaboradores dentro de nuestras comunidades, nos transformamos casi como en animales distintos en el trato con extranjeros.

El temor a los que no son como uno puede anular la respuesta empática. Es por eso que este precepto específico es capaz de cambiar la vida. No solo nos dice que debemos tener empatía con el extranjero porque sabemos cómo se siente estar en su lugar, pero incluso insinúa que este fue uno de los motivos del exilio de los israelitas en Egipto .

Es como si Dios hubiese dicho: tus sufrimientos te han enseñado algo de gran importancia. Has sido oprimido; por lo tanto, ven al rescate de los oprimidos, sean quienes sean. Has sufrido; por lo tanto, acude en defensa de los oprimidos. Has sufrido; por eso serás el pueblo que ofrecerá ayuda a los que sufren.

Y efectivamente así fue. Había judíos entre los que ayudaron a Gandhi en su lucha por la independencia de la India; con Martin Luther King en su esfuerzo por los derechos civiles de los afroamericanos, con Nelson Mandela en su campaña contra el apartheid en Sudáfrica. Hoy en día los equipos médicos israelíes suelen ser los primeros en asistir cuando se produce un desastre natural. La respuesta religiosa al sufrimiento ajeno es poder colocarse en el lugar del que sufre. Es por eso que los sobrevivientes del Holocausto en nuestras comunidades se identificaron más intensamente con las guerras de Bosnia, Ruanda, Kosovo y Darfur.

He argumentado en mi libro Not in God’s Name (No en Nombre de Dios) que la empatía está estructurada en la forma en que la Torá cuenta ciertas historias: como la de Hagar e Ismael cuando fueron arrojados al desierto, la de Esav cuando se presenta ante su padre para recibir su bendición y descubre que Yaakov lo ha tomado, y la de los sentimientos de Lea cuando se da cuenta que Yaakov ama más a Raquel. Estas historias nos obligan a reconocer la humanidad del otro, los aparentemente no queridos, no elegidos y rechazados.

De hecho, posiblemente ese sea el motivo por el cual la Torá relata estas historias. La Torá es esencialmente un libro de leyes. ¿Por qué entonces hay narrativa? Porque la ley sin empatía es como la justicia sin compasión.

La empatía no es un complemento superficial de la vida moral. Es un factor esencial para la resolución de conflictos. Personas que han sufrido dolor, frecuentemente responden infligiendo dolor a otros. Esto conduce a la violencia, a veces emocional, otras veces física, dirigida contra individuos o grupos enteros. La única alternativa genuina y no violenta es ingresar en el dolor del otro de tal manera que la persona sepa que ha sido comprendida, se humanidad reconocida y su dignidad afirmada.

No todos pueden hacer lo que hizo el anciano japonés, y ciertamente no cualquiera puede intentar desarmar a un individuo potencialmente peligroso de esa manera. Pero la empatía activa cambia la vida, no solo uno mismo sino también para las personas con las que interactuamos. En lugar de responder con enojo a la ira de otra persona, es necesario intentar comprender de dónde viene ese enojo.

En general, si la intención es cambiar el comportamiento de alguien, es necesario comprender su modo de pensar. No es fácil. Muy poca gente lo logra. Los que sí pueden hacerlo, cambian el mundo.

Fuente: The Algemeiner / Reproducción autorizada con la mención: © EnlaceJudíoMéxico