Enlace Judío México.- Es increíble la vigencia que sigue teniendo el relato del Éxodo, pese al paso de los siglos. Naciones e imperios han llegado y se han ido, pero los judíos seguimos aquí. Y, con nosotros, una que otra cosa no muy recomendable, pero que no hay más remedio que aguantarlas porque dependen de la incapacidad de las demás naciones para aprender de sus propios errores. Y por eso los están cometiendo otra vez.

IRVING GATELL PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

Una de las frases más desconcertantes e impactantes del Séder dice que los enemigos de Israel se han levantado en todas las generaciones. Es decir, que el Éxodo no es un evento fijo en la Historia, sino algo que se repite constantemente. Todo el tiempo.

Hoy, en particular, puedo señalar dos situaciones que no son sino la repetición puntual de cosas que sucedieron en los tiempos del Éxodo, que se repitieron muchas veces durante los siglos más difíciles de nuestra Historia, y que hoy están de nuevo presentes, como si quisieran decirnos que hay un lastre del que no nos podemos librar.

En el libro del Éxodo, la persecución contra los judíos comienza con un ataque legal. Es decir, con leyes que dificultan la vida de los judíos. Primero fue la ley que los redujo a una cruel servidumbre después de haber sido ciudadanos libres, y luego vino la orden del faraón de matar a todos los varones que nacieran, dejando sólo vivir a las niñas.

Es el paradigma definitivo de la persecución y opresión de aquellos que cargan con el estigma de la otredad, de ser “los otros”: el régimen de apartheid. Es decir, esa condición en la que a un grupo no se le concede la igualdad, y se elabora un marco legal exclusivo para ellos. Marco, por supuesto, que los pone en desventaja.

Fue lo que sucedió con los judíos alemanes cuando se aprobaron las llamadas Leyes de Núremberg, antes del Holocausto.

En los últimos días, acabamos de presenciar un patético caso que perpetúa esta constante histórica. Es decir, otro ataque legal contra el pueblo judío, sin dudas por el puro hecho de ser judío.

El Consejo de Derechos Humanos de la ONU aprobó el pasado 22 de Marzo una tanda de cinco resoluciones en contra de Israel. Como de costumbre, no hizo absolutamente nada en relación a las masacres que se están cometiendo en Siria, por ejemplo, o en relación a otros conflictos graves en el mundo. Simplemente, cedió a su sesgo y volvió a cargar contra el Estado Judío, en un abierto acto de judeofobia.

Afortunadamente, hay una diferencia. En los tiempos del Éxodo y en la Alemania de 1935, no hubo nadie que defendiera a los judíos contra las medidas legales que se tomaron en su contra. En contraste, en esta ocasión se hizo evidente la fragilidad e incluso inutilidad del Consejo de Derechos Humanos, especialmente por la abierta oposición que encontraron en Australia, Inglaterra, Israel y Estados Unidos. De hecho, la sesión se saldó con la amenaza norteamericana expresada por su embajadora ante la ONU, Nickey Haley, respecto a que de continuar el descarado e irracional sesgo anti-israelí en el Consejo, Estados Unidos contemplará la posibilidad de retirarse del organismo.

Entendiendo quién tiene el poder real a nivel económico y político, es obvio que sería el Consejo quien saldría perdiendo.

No habían pasado tres días, cuando otro organismo –esta vez la Unión Interparlamentaria de Ginebra– también hizo su propia versión de este patético espectáculo.

En su última sesión, aprobó por amplia mayoría una resolución promovida por los palestinos, en la que se condena a Israel y a Estados Unidos por el asunto de la embajada de este último país que será trasladada a Jerusalén, y por la aprobación de una nueva ley en Washington que potencialmente puede cortar el financiamiento estadounidense a las autoridades de Ramallah (la llamada Ley Taylor Force).

Gesto inútil, porque al final de cuentas es Estados Unidos quien tiene la sartén por el mango.

Sin embargo, no deja de ser interesante el asedio contra el pueblo judío. Por supuesto que es un alivio saber que es un asedio limitado, incluso banal si nos remitimos a los aspectos prácticos (porque ni el Consejo de Derechos Humanos de la ONU ni el organismo interparlamentario tienen mucho margen de acción efectiva en Israel o los territorios palestinos). Pero es muy significativo que continúen con esa obsesión de perseguir y acosar al pueblo de Israel, cerrando los ojos a la realidad, y suponiendo que “la paz” (algo en lo que los palestinos no creen) puede imponérsele a Israel exigiendo su rendición.

Desde tiempos del Éxodo, el pueblo judío supo sobreponerse a esos ataques. Eventualmente, el otrora poderoso Imperio Egipcio se desmoronó, mientras que los judíos seguimos nuestro caminar hasta la fecha.

Pero los problemas no vinieron sólo desde afuera, desde aquellos enemigos que deseaban someternos o destruirnos. También hubo problemas surgidos desde adentro.

En el relato del Éxodo, destacan varios momentos en los que amplios sectores del pueblo de Israel se rindieron a la tentación de “volver a Egipto”. Incluso, hay un momento en que se le reclama a Moisés y se le dice que la vida como esclavos de los faraones era mejor que la libertad.

Es otra constante en la Historia. Siempre hay gente que no tiene la fuerza o el tamaño para asimilar el compromiso de ser libres. Prefieren la comodidad de la esclavitud. Es decir, cederle la iniciativa al otro y simplemente buscar la manera de sobrevivir.

Pasó a lo largo de la Historia: muchos de los peores enemigos del pueblo judío en la Edad Media, fueron judíos conversos al Cristianismo. Se entregaron por miedo. Fue el modo en el que intentaron huir de su condición de marginación y de la fragilidad y riesgo que implicaba ser judío. En su afán por asegurar su posición, asumieron el rol de feroces enemigos de su propia identidad original.

Pasó en la Segunda Guerra Mundial: los nazis encontraron suficiente apoyo en aquellos judíos que creían que colaborando con los alemanes lograrían sobrevivir. Se integraron cuerpos policíacos de esbirros que, penosamente, sólo ayudaron en el criminal proceso de exterminio, y al final ni siquiera ellos mismos se salvaron. Quienes lograron sobrevivir, lo hicieron con la ignominia de haber ayudado a un enemigo que, de todos modos, fue absolutamente aplastado.

Y vuelve a pasar hoy en día.

En medio de la crisis institucional que vive la izquierda israelí, el partido Meretz acaba de cambiar de liderazgo, y su nueva dirigente es la diputada Tamar Zandberg, una descarada militante a favor de las causas palestinas más grotescas. Recientemente se le vio asistiendo al funeral de un terrorista que había intentado acuchillar soldados israelíes, y que murió en el intento.

Ella es el tipo de judío que tiene una sorprendente capacidad para empatizar con el enemigo y ponerse de su lado.

¿Por qué? Lo mismo: por miedo. Son judíos que pareciera que no quieren cargar con la responsabilidad de controlar sus destinos, y prefieren soñar con un mundo más cómodo –aparentemente– en el que el control se le deja a los palestinos, y los judíos regresamos a la condición de apátridas y perseguidos.

Creen que esa es nuestra zona de confort por naturaleza. Total: logramos sobrevivir a la Inquisición ya los nazis. ¿Por qué no habríamos de sobrevivir a los palestinos sin tener que cargar con la responsabilidad –sobre todo de índole moral– de tener nuestro propio estado?

Es gente que cree que para el judío es mejor defenderse desde la tragedia, que tomar el control de su vida y de su entorno.

Es el tipo de judío que en el Éxodo no habría querido salir de Egipto, y que luego sólo habría fastidiado a sus vecinos reclamando que era mejor la estabilidad miserable de la esclavitud, que el reto formidable de la libertad.

Woody Allen, en una obra de teatro, lo explica perfectamente. Uno de los personajes es un esclavo que se ha enamorado de otra esclava. Ella es judía, y está obsesionada con la libertad. Él no. Ni es judío ni le interesa ser libre. Y sus razones son simples: “No quiero ser libre… me gusta tal como soy. Sé lo que se espera de mí. Se me mantiene. No tengo que elegir nada. Nací esclavo y moriré esclavo. No siento angustia… ¿Qué tiene de particular la libertad? Es peligrosa. Saber dónde está el sitio de uno es seguro… los gobiernos cambian de manos cada semana, los líderes políticos se asesinan entre ellos, las ciudades son saqueadas, la gente es torturada. Si hay una guerra ¿quién crees que muere? Los que son libres. Pero nosotros estamos a salvo porque no importa quiénes estén en el poder. Todos necesitan a alguien que les haga las faenas de la casa”.

Mejor no se puede retratar a los judíos timoratos de la izquierda que no ocultan su apoyo a los palestinos terroristas, esos mismos que viven con el único objetivo de destruir a Israel.

Su justificación teórica es banal, e incluso insultante. Apelan a esa idea muy europea de que “se portan mal porque nosotros los agredimos”. Es un remordimiento de conciencia gratuito, cuya parte más deleznable es la noción de que la violencia terrorista palestina es justificable porque la palestina es, prácticamente, un animal que sólo reacciona.

Son los que, en tiempos bíblicos, habrían dicho que sería mejor regresar a Egipto.

Pero por eso la Torá es contundente con eso: no vuelvas por ese camino. El precio de ser libre es seguir adelante en el desierto. Lo más difícil, asumir la responsabilidad de que ahora no queda más alternativa que derrotar al enemigo.

Y no porque el judío tenga la obligación de ser intransigente. Es otra razón, es una realidad molesta: nuestros enemigos no quieren negociar. Simplemente quieren destruirnos.

Y sí: D-os nos libera. Pero una vez libres, somos nosotros los que tenemos que levantarnos contra Amalek, los palestinos o la ONU, y derrotarlos.

Aunque nuestra torpe e indolente izquierda tenga miedo, y se escondan en un razonamiento aparentemente moral.

Nosotros, en cambio, seguimos adelante.

Bienvenidos. Esto, todavía, sigue siendo el Éxodo.