Enlace Judío México.- El Holocausto no existió

Dentro de un rato, a las diez de la mañana, sonará la sirena en todo Israel y dará comienzo oficialmente el Día del Holocausto. La ceremonia oficial comenzó la noche anterior.

SHULAMIT BEIGEL EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

Por más que he escuchado ese sonido intenso tantas veces, se me helará nuevamente la sangre por unos minutos, recordando a los millones de judíos que perecieron. Me niego a creer que aún hoy en día existan aquellos que niegan lo imposible y que sin embargo fue posible.

“El genocidio practicado por la Alemania nazi contra los judíos no existió, es producto del mito, de la fabulación, del fraude”.

Los que así piensan niegan totalmente el asesinato masivo de los judíos y, por consecuencia, la existencia de las cámaras de gas. No fue un genocidio. Fue un Holocausto.

Otros no niegan en totalidad el gran homicidio colectivo ni las cámaras de gas, pero afirman cínicamente que Hitler no tenía conocimiento ni responsabilidad sobre las ejecuciones en masa. Un escritor británico como David Irving defiende esta idea. Lo indefendible aparece como posible y con una forma falsa de literatura historiográfica.

Para otros, el Holocausto fue una propaganda de guerra, que estuvo sustentada por las potencias aliadas, y que después fue aprovechada por una supuesta conspiración judía, o sionista, con el propósito de obtener beneficios a costa de otros pueblos, principalmente del palestino y de Alemania. Para mí, la negación del Holocausto está centrada en un odio irracional vinculado con el antisemitismo. Un antisemitismo que tiene raíces ancestrales y que reaparece incluso en estos días como una nefasta ave fénix.

Cámaras de gas, disparos a sangre fría, ahorcamientos, experimentos científicos, hambre, torturas… no son un invento. El nazismo fue la fotografía de quien no tuvo piedad. Fue una locura. La personificación del mal pero cometido por seres humanos. No por demonios, por más que parecían no cansarse por demonizar. No los inventamos nosotros.

A pesar de las imágenes, de los restos históricos, de las declaraciones de los supervivientes y los juicios celebrados, hay personas que se empeñan en negar la evidencia. Y alguien que niega evidencias, que niega pruebas documentadas y que niega estos hechos, nunca podrá ser considerado una persona normal. Por más que usen saco y corbata. Como David Irving y demás.

Y de repente, hace unos meses, Polonia también, prohíbe la mención de crímenes efectuados por la “nación polaca” durante el Holocausto. No puede ser. ¿Se ha vuelto loco el mundo? La historia no se puede cambiar, y el Holocausto no puede negarse. Aunque muchos intenten reescribirla.

Ninguna ley puede cambiar la verdad histórica. Ni podemos olvidarnos de Jedwabne, la vergüenza de todos los polacos, que nos quema solo con recordarla.

Soy hija de una sobreviviente del Holocausto, y mi madre vivió todos los días de su atormentada vida recordando a sus seres queridos que perecieron y lo que ella había sufrido. No inventó lo que vivió. No inventó lo que me contó. No inventé la existencia de mi madre. Y yo existo para contarlo.

Condeno rotundamente la nueva ley que intenta negar la complicidad polaca en el Holocausto. Como dicen ellos, el Holocausto fue concebido en Alemania. ¿Pero acaso olvidan que cientos de miles de judíos fueron asesinados sin haber visto nunca a un soldado alemán? O desterrados de sus hogares en Polonia. En Polonia existen hoy 700 familias judías, cuando antes de la Guerra había miles y miles.

¿Qué quieren? ¿Reescribir la historia? ¿A su modo? No se puede.

Mi mamá y millones más existieron.

Cuando trato muchas veces de plasmar por escrito los recuerdos de muchos acontecimientos de mi vida pasada, sobre todo los relacionados con mi mamá, no es fácil, pues todo me parece como una especie de rompecabezas hecho con piezas de muchas situaciones distintas.

Pienso que hay que tener mucha destreza para poder rehacer o reconstruir nuestra vida completa a partir de tal o cual recuerdo. Y más difícil aún es saber también cómo eliminar las piezas que fueron añadiéndose después, aquellas que tal vez son producto de nuestra imaginación o cosas que nos contaron, y que nada tienen que ver con la realidad, o por lo menos no con la realidad objetiva, si es que ésta existe. Saber reconocer lo esencial de nuestra vida, en torno a lo cual poder construir o más bien reconstruir nuestra historia personal, para que ésta tenga un sentido, tanto para nosotros como para nuestros hijos y nietos.

En 20 minutos sonará la sirena y mi corazón empieza a acelerarse como cuando tengo miedo. Desde que recuerdo, el sonido de cualquier sirena, sea de ambulancia o cualquier otro, me hiela la sangre, dejando mi rostro lívido, como si fuera a desmayarme. A lo largo de mi vida me he despertado muchas veces con la sensación, tan falsa pero real, de que me encuentro en una cámara de gas, que me asfixio y que voy a morir…que debo despertar para no ahogarme. La última vez sucedió aquí en Tel Aviv, hace poco, y después me enteré que apenas era un simulacro. Pero eché a correr por tantas escaleras que mis rodillas y mi corazón parecían que iban a estallar. Pero no podía dejar de correr, desesperada, hacia ningún lugar. En este mismísimo 2018.

Este miedo recurrente se apoderaba de mí sobre todo en las noches de mi infancia, con sus fantasmas irreales pero tan reales, que sólo desaparecían cuando veía, a través de la ventana de mi cuarto, los primeros rayos de luz. Y entonces nuevamente llegaba el mundo maravilloso del sol, los pájaros y los amiguitos. Era mi mundo propio. No el campo de concentración de mi madre. Que me aterraba de solo imaginarlo por sus relatos.

El sentimiento de angustia causado por el miedo a la muerte ha sido una constante en mi vida, y tiene que ver con el Holocausto.

Mi madre llegó después de la guerra a una especie de país, el Mandato Británico de Palestina, convulsionado por la llegada de miles de inmigrantes, sobrevivientes de una guerra que los había dejado sin familia, sin hogar, sin patria. Eran épocas de histérica alegría mezclada con una profunda tristeza por lo que dejaban detrás de sí: padres, hermanos, esposos, hijos e hijas, a los que nunca más abrazarían, y un pedazo muy grande de sí mismos también quedó ahí, enterrado en Europa, junto con sus esperanzas de vida.

Un episodio que siempre se me ha quedado grabado en la mente, de todos aquellos que me contaba, es el encuentro o reencuentro de mi madre con su amiga Berta, también sobreviviente del campo, muchos años después. Sucedió de la siguiente manera: caminaban las dos en sentido contrario una de la otra y a gran distancia, cada una con su cochecito y en él su bebé. Dany y Shula. Mi madre estuvo siempre segura que su amiga había fallecido. Berta pensaba lo mismo. En un primer momento no se reconocieron. De repente las dos se miraron como tratando de encontrar tras su apariencia cansada, triste y madura, el recuerdo de las muchachas lindas, jóvenes y risueñas que habían sido en otra época, cuando recién se conocieron al comienzo de la guerra. La voz de Berta al ver a mi madre, en vez de reflejar sorpresa y alegría, sonaba lenta, triste y poco sorprendida: Yetushka, estás viva. Las dos se abrazaron y rompieron a llorar desconsoladamente al mismo tiempo.

Ya no está. Cuando mi padre falleció, ella decidió irse de este mundo llevándose las respuestas de muchos de nuestros enigmas. Ya nada la retenía a este mundo en el que sólo supo de tristezas y muy pocas alegrías.

Muchas veces, me despierto de repente agitada, con un sentimiento de terror, sola en las tinieblas, en una cámara de gas, sofocándome, y necesito de un tiempo para darme cuenta de que no, aquello ya pasó, nosotros, los hijos de los sobrevivientes no lo vivimos en carne propia, pero heredamos heridas incurables, aunque yo soy yo y no mi madre.

Días antes de que el campo de Bergen Belsen fuera liberado por los ingleses, los alemanes habían decidido matar a la mayor parte de los judíos que ahí se encontraban. Los subieron a tres trenes con destino desconocido. Un tren fue hacia el este y fue liberado por los rusos. Otro llegó a Theresienstadt en Checoslovaquia, y el tercero, donde se encontraba mi madre, después de una travesía de seis días sin alimentos ni agua, se paró sin explicación alguna frente a la ciudad de Magdeburg en Alemania. Las puertas se abrieron y todos los presos al no ver soldados comenzaron a saltar a tierra. Mi hermano Mijael me cuenta que mamá, al caer al suelo y levantar la vista, vio unas botas que la aterraron. Cuál no sería su sorpresa que al mirar la cara del soldado, éste resultó ser norteamericano. Esto sucedió el 13 de abril de 1945.

Hoy es jueves, 12 de abril del 2018. Y no los olvidamos.