Enlace Judío México.- Tendría que haber sido un día de alegría: los israelitas habían terminado el mishkán, el santuario. Durante siete días, Moshé había hecho las preparaciones para su consagración y ahora, en el octavo día –el primero de Nisan, a un año del día en el que los israelitas recibieran la primera orden, dos semanas antes del éxodo– el servicio del santuario estaba por comenzar. Los sabios decían que en el cielo era el día de mayor alegría desde la creación.

Pero irrumpió la tragedia. Los dos hijos mayores de Aarón “ofrecieron ante Di-s fuego extraño, que él no les había ordenado”, y el fuego del cielo, que debería haber consumido los sacrificios, los consumió también a ellos, y murieron. La alegría de Aarón se convirtió en luto. Vaidom Aarón: “Y Aarón permaneció en silencio”. El hombre que había sido el vocero de Moshé no podía hablar más. En su boca, las palabras se convirtieron en cenizas.

En esta historia hay mucho para entender sobre el concepto de santidad y las poderosas energías que liberó, energías que, como la nuclear hoy en día, pueden ser mortalmente peligrosas si no se usan adecuadamente. Pero también hay una historia mucho más humana, un relato sobre dos enfoques distintos de liderazgo que aún nos resulta familiar.

Primero está la historia de Aarón: Moshé le dijo que debía ocupar el rol de sumo sacerdote. “[Entonces] Moshé le dijo a Aarón: ‘Aproxímate al altar y prepara tu ofrenda por el pecado y tu holocausto, haciendo de este modo expiación por ti y por el pueblo. Luego prepara la ofrenda por el pueblo, para hacer expiación por ellos, como lo ha ordenado Di-s”.

Los sabios han entendido que las palabras “Aproxímate al altar” tienen algunos matices, como si Aarón estuviera a cierta distancia de él, reacio a acercarse. Ellos dicen: “Al comienzo, Aarón estaba avergonzado y temía aproximarse al altar. Moshé le dijo: ‘No estés avergonzado. Para esto fuiste elegido’”.

¿Por qué Aarón estaba avergonzado? Según la tradición, hay dos explicaciones, ambas propuestas por el Ramban en sus comentarios a la Torá. La primera es que Aarón estaba sobrepasado por el miedo de acercarse a una presencia divina. Los rabinos lo relacionan con el nerviosismo que siente la novia del rey al entrar por primera vez al cuarto matrimonial. La segunda asegura que al ver los “cuernos” del altar, Aarón recordó al becerro de oro, su gran pecado. ¿Cómo podría él, que había tenido un rol clave en ese terrible acontecimiento, participar ahora en la expiación de los pecados del pueblo? Eso seguramente requería de una inocencia con la que él ya no contaba. Moshé tuvo que recordarle que el altar se había hecho para, precisamente, expiar los pecados, y que si él había sido elegido por Di-s para ser sumo sacerdote, era una prueba inequívoca de que había sido perdonado.

Hay, quizás, una tercera explicación, tal vez menos espiritual. Hasta ese momento, Aarón había sido siempre el segundo de Moshé en todos los aspectos: había estado a su lado ayudándolo a hablar y a liderar. Pero hay una vasta diferencia psicológica entre ser el segundo en el mando y un líder por derecho propio. Hay muchos ejemplos de personas que tienen una facilidad para servir o asistir a otros pero que están aterrorizadas ante la perspectiva de liderar.

Cualquiera sea la explicación –y tal vez todas sean verdaderas– Aarón tenía reticencia a asumir su nuevo rol y Moshé tuvo que hacerlo sentir seguro. “Para esto fuiste elegido”.

La otra historia es la trágica, la de los dos hijos de Aarón, Nadav y Avihú, que “ofrecieron ante Di-s fuego extraño, que él no les había ordenado”. Los sabios tienen distintas lecturas de este episodio, todas basadas en una atenta lectura de las distintas partes de la Torá en las que se hace mención a sus muertes. Algunos dicen que pueden haber estado tomando alcohol; otros dicen que eran arrogantes y se sentían por encima de su comunidad. Esta era la razón por la que nunca se habían casado.

Algunos dicen que eran culpables de haber determinado las leyes halájicas que gobiernan el uso del fuego hecho por el hombre en vez de consultar a su maestro Moshé si esto estaba permitido. Otros aseguran que estaban inquietos con la presencia de Moshé y Aarón y se preguntaban cuándo se iban a morir esos dos ancianos para poder liderar la congregación.

Sea cual sea la lectura que se haga de este episodio, parece claro que estaban muy ansiosos por ejercer el liderazgo. Se dejaron llevar por el entusiasmo de participar en la inauguración e hicieron algo que no les habían ordenado. En definitiva, ¿Moshé no había roto las tablas por iniciativa propia al bajar del monte y ver al becerro de oro? Si él había podido actuar espontáneamente, ¿por qué ellos no?

Ellos se olvidaron de la diferencia entre un profeta y un sacerdote: mientras que el primero vive y actúa en el tiempo –en ese momento que es igual a los demás–, el segundo actúa y vive en la eternidad, dado que respeta un conjunto de reglas que nunca cambian. Todo lo que tiene que ver con “lo sagrado”, el ámbito del sacerdote, está establecido de antemano. Lo sagrado es el lugar en el que Di-s decide, no los hombres.

Nadav y Avihú no entendieron que existen distintos tipos de liderazgo, que no son intercambiables y lo que es apropiado para uno puede ser radicalmente inapropiado para otro. Un juez no es un político, un rey no es un primer ministro, y un líder religioso no es una celebridad en busca de fama. Confundir estos roles no sólo llevará al fracaso, sino que también dañará lo que se debería proteger.

El verdadero contraste, sin embargo, está en la diferencia entre Aarón y sus dos hijos; ellos eran, al parecer, opuestos. Aarón era demasiado precavido y tuvo que ser persuadido por Moshé, mientras que Nadav y Avihú no eran lo suficientemente cautos. Estaban tan interesados en ponerle su propia estampa al rol del sacerdocio que fueron traicionados por su propia impetuosidad.

Estos son los dos desafíos que, eternamente, deben superar los líderes. El primero es el de la reticencia a liderar: ¿por qué yo? ¿Por qué debería involucrarme? ¿Por qué debería asumir la responsabilidad y todo lo que eso conlleva –el estrés, el trabajo duro y las críticas que los líderes siempre tienen que enfrentar–? Además, hay otras personas más calificadas y más apropiadas que yo.

Incluso los más grandes fueron reacios al liderazgo. Frente a la zarza ardiente, Moshé encontró muchas razones que le mostraban que él no era el hombre apropiado para ese trabajo. Ieshaiau e Irmiahu se sintieron incompetentes. Ioná huyó en cuanto fue convocado a liderar. El desafío es enorme, pero cuando nos llaman para cumplir una tarea, si sabemos que la misión es necesaria e importante, no hay más que decir Hineni, “Aquí estoy”. O en las palabras de un famoso libro: “Aunque tenga miedo, hágalo igual”.

El otro desafío es el opuesto: hay personas que se ven como líderes y que están convencidas de que pueden hacerlo mejor. En este sentido, se puede recordar la famosa frase del primer presidente israelí, Jaim Weizmann, en la que afirmaba que él era el presidente de un país de un millón de presidentes.

A la distancia parece fácil; ¿acaso no es obvio que el líder debe hacer X y no Y? El homo sapiens cuenta con muchos conductores que viajan en el asiento trasero y saben más que el que maneja. Pero si los ponemos en una posición de liderazgo pueden ocasionar grandes daños. Como nunca se sentaron en el asiento del conductor, no tienen idea de la cantidad de consideraciones que se deben tener en cuenta, o de cuántas voces de oposición tienen que dejar de lado, ni de lo difícil que es soportar las presiones sin perder de vista los ideales y los objetivos de largo plazo. El último John F. Kennedy dijo que el mayor shock de haber sido elegido presidente fue “llegar a la Casa Blanca y descubrir que las cosas estaban tan mal como decíamos que estaban”. Cuando la apuesta es alta, no hay nada que pueda preparar a un líder.

Los líderes demasiado confiados o entusiastas pueden hacer mucho daño. Antes de convertirse en líderes entendieron los hechos desde su propia perspectiva, pero no comprendieron que el liderazgo implica la relación de muchas perspectivas, de muchos grupos de interés y de distintos puntos de vista. Esto no quiere decir que se intente satisfacer a todos, porque los que lo intentan terminan sin satisfacer a nadie. Pero sí se debe consultar y persuadir. Algunas veces se deben honrar los precedentes y las tradiciones de determinada institución. Se debe saber con exactitud cuándo hay que comportarse como los predecesores y cuándo no. Esto requiere de un importante grado de criterio y no del entusiasmo salvaje que provoca el candor del momento.

Es probable que Nadav y Avihú fuesen grandes personas. El problema era justamente que se creían grandes personas. No como su padre Aarón, que tuvo que ser persuadido para dejar de lado su sentido de insuficiencia y acercarse al altar. Lo que Nadav y Avihú no tenían era registro de su propia incapacidad.

Para hacer algo grandioso hay que evitar dos grandes tentaciones. El miedo a la grandeza es una: “¿quién soy?”. La otra es estar convencido de la propia grandeza: “¿quiénes son ellos? Yo puedo hacerlo mejor”. Se pueden hacer grandes cosas si a) la tarea importa más que la persona, b) está la intención de dar lo mejor de nosotros sin pensar que somos superiores a los demás, y c) hay predisposición para escuchar los consejos, aquello en lo que Nadav y Avihú fallaron.

Las personas no se convierten en líderes porque son excepcionales, sino porque están dispuestas a servir como líderes. No importa si nos consideramos incapaces, también así se sintieron Moshé y Aarón. Cuando surge un desafío, lo que importa es la voluntad de decir Hineni, “Aquí estoy”.

Fuente: Jabad