Enlace Judío México.- Roger Cohen, destacado editorialista del New York Times, acaba de publicar un artículo sobre la actuación del ejército israelí en los problemas fronterizos con Gaza. Y, prácticamente desde el primer párrafo, afloran todos los defectos de razonamiento característicos de la izquierda judía. Esa que, sospecho, trae algo mareada a Natalie Portman estos días.

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Por ejemplo, comienza diciendo que “cuando francotiradores disparan contra civiles que se acercan a una valla…”. Es un reduccionismo odioso de la situación real. Absurdo, además. Si el plan fuera dispararle a los civiles que se acercan a la valla, no necesitarías francotiradores. Bastaría que la tropa común y corriente simplemente se ponga a disparar. Pero si son francotiradores, es que hay un objetivo preciso por parte del ejército de Israel: disparar sólo a quienes están incurriendo en abierta actividad terrorista, como intentar romper la valla, plantar explosivos, o disparar –porque los palestinos también disparan, aunque no sé si Cohen esté enterado–.

Lo más molesto de esa primera frase de Cohen es que le deja al lector la sensación de que las tropas israelíes disparan indiscriminadamente. La realidad es otra: en cuatro manifestaciones que han aglutinado a 20, 30 o 40 mil personas cada vez, la cantidad de muertos asciende a menos de 30. Eso significa que han sido disparos muy precisos contra gente muy precisa. Y los datos no mienten: la abrumadora mayoría de esos muertos –dato verificado– son terroristas en activo de diferentes facciones palestinas.

Y las ideas odiosas de Cohen continúan: “… hay ecos perturbadores para cualquiera que haya vivido en Berlín”. Evidentemente, se refiere al muro que separó durante casi medio siglo a las dos Alemanias, y en donde mucha gente murió por los disparos de los soldados de la Alemania Oriental.

Comparación también odiosa e incluso estúpida, si tomamos en cuenta que la situación era diferente de principio a fin: los alemanes que murieron en ese muro, murieron por el fuego de sus propios soldados al intentar huir. Los palestinos que han muerto en los recientes acontecimientos, han muerto por fuego del país de enfrente, en su intento por invadirlo.

Pero eso no le importa a Roger Cohen. La precisión en los datos no es lo suyo. Prefiere hundirse en esa postura posmoderna (muy de la línea de Derridá), según la cual las explicaciones globales que tomen en cuenta el todo, no importan. Sólo importa la impresión inmediata, personal, subjetiva. Vale más que toda la realidad junta. Por eso, él siente que eso le trae reminiscencias de sus años en Berlín, y dice “oh, qué mal está”. Y lo que está mal es él, por comparar dos situaciones diametralmente opuestas.

Sigue: “He pasado muchas veces a través de la barda que separa el Israel de primer mundo de esa gran prisión abierta con escombros esparcidos que es Gaza…”. Qué romántica visión. Sentimentaloide, aunque nuevamente, Cohen no se detiene a reflexionar por qué Gaza está en esa condición. Seamos realistas y fríos (aunque resulte odioso): Gaza está así porque es Hamás, sus líderes, quienes han decidido que esté así. En vez de inyectarle dinero a la restauración de las zonas dañadas, han preferido invertirlo en infraestructura terrorista, como los túneles que tienen como objetivo adentrarse en Israel para matar o secuestrar israelíes.

A Cohen no le importa. Le importa su impresión visual inmediata y su corazoncito que se retuerce no ante la realidad tal como es, sino ante su sentimentalismo instantáneo. Por eso tampoco reflexiona en que hay zonas de Gaza perfectamente ilesas, e incluso barrios de lujo con servicios de lujo. Volvemos a lo mismo: la visión completa no le interesa. Sólo lo que ven sus ojos.

Hay más: “Israel tiene derecho a defender sus fronteras, pero no a usar la fuerza letal contra manifestantes mayoritariamente desarmados… Hamás, según Israel, está usando mujeres y niños como escudos humanos para manifestantes violentos que quieren traspasar la barda y matar israelíes. El guion que sigue nos es familiar: investigaciones internacionales por venir, cero conclusiones, odio que se incrementa”.

Ese fue el único momento en el que Roger Cohen se acercó accidentalmente a la realidad: efectivamente, Hamás está haciendo las dos cosas señaladas. Por una parte, hay un intento descarado por abrir la frontera para que los gazatíes invadan Israel, con el consecuente objetivo de matar israelíes. Y por la otra, está usando a las mujeres y a los más jóvenes como escudos humanos para que, ante la defensa israelí de su territorio, haya muertos que luego pueda vender como mártires.

Lo increíble es que Cohen no repare en que, punto por punto, los crímenes de guerra los está cometiendo Hamás. Según las definiciones puntuales de las Leyes Internacionales de Guerra, quien usa escudos humanos civiles es el único responsable si ellos mueren. Pero regresamos al bache del que Cohen no sale: el Derecho Internacional no tiene valor alguno cuando a él sólo le interesa su limitada y hasta miope impresión visual inmediata.

La solución para que no haya muertos en la frontera entre Israel y Gaza es muy sencilla: que los gazatíes se queden en sus casas. Que dejen de intentar invadir un país. Que se pongan a trabajar. Que su gobierno se gaste el dinero en hospitales y escuelas, no en terrorismo. Que se olviden de su obsesión insana y sin futuro de destruir Israel.

Pero parece que esto es demasiado para Cohen, que sólo atina a decir “es que Israel debería contenerse”. El mismo viejo y estúpido discurso de la Unión Europea o de la ONU, en el mejor estilo de Margot Wallstrom cuando dijo que “el terrorismo del Estado Islámico es culpa de Israel, porque los musulmanes se sienten frustrados por la situación de los palestinos”; o en el de Navi Pally, que en 2014 era Comisionada del Consejo de Derechos Humanos de la ONU y dijo que “Israel cometía crímenes de guerra por no compartir su tecnología militar” con los terroristas palestinos de los que se estaba defendiendo.

Penosamente, Roger Cohen se une al coro de personas e instituciones que asumen que ante la agresión palestina con objetivos genocidas, Israel debería rendirse o, por lo menos, no hacer nada.

Es una lógica retorcida: el problema no es que los palestinos organicen manifestaciones violentas (porque son violentas) para intentar invadir Israel (porque el objetivo es invadir a Israel), y de paso matar israelíes (porque el objetivo no es un día de campo). El problema –según Cohen– es que Israel se defienda eliminando a los terroristas instigadores. Claro, no lo dice de ese modo. Prefiere usar el siempre ambiguo “disparar contra la multitud mayoritariamente desarmada”. Omite el dato de que los que han muerto han sido, básicamente, esas excepciones que sí estaban armados o intentaban plantar explosivos en la frontera.

Continúa con otras dos joyas del sinsentido: “Israel gana pero pierde; los que odian a Israel, los que odian a los judíos, se llevan el día. Tú reconoces la pornografía cuando la ves. También reconoces la respuesta militar desproporcionada cuando la ves”.

Vamos por partes: en primera, los que odian a Israel no necesitan pretextos para odiar a Israel. Es absolutamente falso que este tipo de eventos incrementen el odio contra Israel. Simplemente, hacen que los odiantes de Israel vuelvan a opinar, pero el odio ya está allí. Desde hace siglos. Es endémico a amplios sectores ideológicos.

Y en segunda, parece que Cohen sabe distinguir con mucha facilidad la pornografía y la superioridad militar, pero no es capaz de identificar un proyecto genocida y un intento de invasión a un país. Porque eso es de lo que hablan los palestinos: de invadir a Israel para destruirlo y reconquistarlo como una “Palestina Libre”.

Vuelve a confirmarse el sesgo de Roger Cohen y otros izquierdistas que razonan igual: sólo tienen ojos para ver, medir, juzgar, impresionarse por las reacciones de Israel. Pero se rehúsan sistemáticamente a hacer el mínimo esfuerzo por comprender el entorno en las que estas se producen. O, dicho más fácil, se resisten a ver que el detonante son las agresiones palestinas, cuyos objetivos son criminales.

Paradójicamente, se trata de esa vieja soberbia escondida en un infantil disfraz de “preocupación por los Derechos Humanos”. Lo que Cohen está diciendo no es “Israel responde desproporcionadamente”. Al omitir cualquier crítica directa contra las acciones palestinas, lo que nos dice es “los palestinos son animales a los que se les puede justificar su comportamiento violento, pero Israel tiene la obligación de comportarse como una Sociedad Protectora de Animales”.

Por difícil que parezca, Roger Cohen se supera: “Gaza Redux: la violencia es inevitable. El estatus quo israelí-palestino es una incubadora de derramamientos de sangre. Es importante ver más allá de la barda en Gaza, símbolo, como todas las bardas, del fracaso. Esto es lo que pasa cuando la diplomacia muere, cuando los compromisos se evaporan, cuando el cinismo triunfa”.

Es increíble el nivel de ingenuidad de este párrafo. Por ejemplo, puedo comenzar embarrándole en la cara a Roger Cohen que “la barda” en Gaza no es un símbolo. Es una frontera. Es el límite entre un país y un territorio que aspira a ser país. Es, por lo tanto, el límite legal de lo que la gente de Gaza puede hacer o dejar de hacer. No hay que buscarle significados alegóricos, metafóricos, psicodélicos o simbólicos. Simplemente hay que respetarla como cualquier otra frontera.

Puedo seguir preguntándole que a qué rayos se refiere cuando habla del “fracaso de la diplomacia” o la “evaporación de los compromisos”.

¿Cuándo ha habido un esfuerzo diplomático por parte de Hamás para lograr la paz con Israel? ¿Cuándo ha existido un sólo compromiso de los terroristas palestinos de Gaza para buscar la estabilidad y la coexistencia pacífica con el Estado judío?

Le recuerdo a Cohen que la respuesta a las dos preguntas es ¡Nunca!

Estamos enfrente del absoluto sinsentido: ahora resulta que Israel tiene que hacer un esfuerzo diplomático unilateral, y asumir compromisos unilaterales, y además hay que exigirle que eso resulte en un tratado de paz.

Carambas, yo creía que había que exigirle a Hamás que deje las armas, que participe de la diplomacia, que haga compromisos por la paz, y que deje de mandar a su gente a la frontera a protagonizar actos violentos e intentos de terrorismo.

Pero no. Ahora resulta que si Israel no hace todos esos movimientos unilaterales, está mal. Y si además fracasa, está peor.

Roger Cohen ya olvidó que en 2005 Ariel Sharon ordenó justamente eso: una medida israelí unilateral que favoreció a los palestinos, y la respuesta fueron más de 12 mil cohetes disparados contra civiles israelíes desarmados.

Ese es el único compromiso de Hamás. Destruir a Israel. Matar judíos.

Pero Cohen no puede con ello. Cruza por la frontera y en vez de una frontera, ve un símbolo. Ve casas destruidas y escombros por aquí y por allá, y no se acuerda que Hamas tiró a la basura el dinero y el cemento para esas reconstrucciones, prefiriendo hacer túneles terroristas que han sido destruidos por Israel. Ve la incitación de los líderes palestinos que animan a su gente a ir a la frontera e intentar tirar la barda para que puedan invadir Israel, y el seso se le satura con tanta información. Prefiere concentrarse en los francotiradores israelíes que han eliminado a los principales terroristas instigadores de la violencia, a los que han intentado reventar la barda, y a los que han intentado sembrar explosivos.

Y no para. Por sorprendente que parezca, Roger Cohen no para. Después de citar a diversos ex-jefes del Mossad y sus comentarios en relación al tema de la solución de dos Estados, Cohen agrega: “El apoyo palestino al compromiso de dos estados se ha erosionado durante las últimas dos décadas”.

Y yo pregunto: ¿Cuál apoyo palestino al plan de dos estados? En su retórica interna, desde Arafat hasta la fecha, los palestinos han insistido permanentemente que Israel debe ser destruido. Nunca han creído en la solución de dos Estados. Ni siquiera la han deseado. Algunos han comentado que la aceptan como “solución temporal” mientras Israel es destruido, para que al final del proceso sólo exista Palestina, desde el Yardén (Jordán) hasta el Mediterráneo; hasta que la bandera palestina ondee también en Tel Aviv.

En realidad, a fuerzas de chocar con la realidad, hoy por hoy es cuando hay más palestinos conscientes y sinceros que entienden que se debe buscar esa solución de dos Estados. Es decir, que hay que aceptar la realidad de Israel como un estado que no va a desaparecer, y hay que coexistir pacíficamente con él. Con los judíos. Lamentablemente, todavía son pocas voces y las autoridades palestinas los tratan como si fueran traidores.

Al final de su artículo, Roger Cohen tiene un discreto y casi inútil arrebato de lucidez y por lo menos señala que el objetivo palestino de “regresar a sus hogares” es irreal. Pero es incapaz de llegar a la conclusión obligada de ello: la comunidad internacional debe presionar a los palestinos para que se sometan a la realidad y regresen a la mesa de negociación sin condiciones absurdas.

Pero no. Vuelve a la carga contra Israel y dice: “Israel, por medio de la reacción desmedida, se ha colocado en una posición moralmente indefendible…”.

Obvio. Porque Israel es el único país que tiene la obligación de sólo mirar, sólo observar, cada vez que una multitud de decenas de miles de palestinos intentan invadirlo. Hamás, mientras tanto, puede seguir mandando multitudes a la frontera, usando escudos humanos –mujeres y niños– y hablando de destruir a su vecino y de exterminar judíos.

Pero, querido lector, no se engañe. La solución no hay que exigirla pidiendo a esos brutos terroristas que ya se detengan. Hay que exigirla a Israel que haga más esfuerzos diplomáticos (no sabemos con quién), más compromisos suicidas, y que no ponga francotiradores que pongan en riesgo la vida de los terroristas palestinos.

Por lo menos, así es como lo razona Roger Cohen.

Yo, por supuesto, no estoy de acuerdo.