Enlace Judío México.- Muchos sicarios de Hitler se ‘reinventaron’ al servicio de otros regímenes.

JOSE SÁNCHEZ MENDOZA

7 de febrero de 1979. Al caer la tarde, la Policía Militar llegaba a la playa de la Ensenada (Bertioga, Estado de Sao Paulo, Brasil). Habían recibido aviso de que había un cadáver tendido en la arena. Según la descripción de los agentes, se trataba de “un señor blanco y con bigote”. El relato de los testigos dice que simplemente se sintió mal de repente mientras se bañaba y murió ahogado. En su documento de identificación figuraba que su nombre era Wolfgang Gerhard, natural de Austria y de 54 años de edad. Para la Historia, será para siempre el ‘Ángel de la Muerte’ de Auschwitz, la encarnación del horror de los campos de concentración nazis.

Éste fue el poco ejemplarizante final de Josef Mengele, uno de los más infames criminales de la II Guerra Mundial. Sin embargo, hay muchos otros que consiguieron escapar de los juicios de Núremberg (1945): algunos lograron evadir la Justicia durante años, hasta finalmente ser cazados y arrastrados al cadalso. Otros, ocultos tras una identidad falsa o protegidos por gobiernos tolerantes, saborearon la impunidad hasta su muerte. Incluso hay un pequeño número que sigue en busca y captura.

En el caso del Führer, la huida vino en forma de pastilla de cianuro y bala en el cráneo. Sin embargo, no todos estaban dispuestos a -parafraseando al general Von Paulus- matarse por aquel ‘cabo bohemio’: “Gran parte de los nazis culpables de crímenes de guerra ni se plantearon seguir el ejemplo de Hitler” -cuenta el periodista Andrew Nagorski en su libro Cazadores de nazis- “Muchos de los que ocupaban puestos inferiores ni siquiera sintieron la urgencia de la huida: pronto se confundieron entre los millones de alemanes que intentaban reconstruir sus vidas en una nueva Europa. Otros, que sentían el peligro más cerca, se las arreglaron para huir del continente”.

Nagorski, jefe de la edición alemana de Newsweek en los noventa, sostiene en su libro que durante mucho tiempo “dio la sensación de que ambos grupos habían conseguido eludir las responsabilidades de sus crímenes, a menudo gracias al apoyo de familiares leales y de las redes de Kamaraden, simpatizantes del partido nazi”.

Huidas submarinas: más mito que realidad

El pasado abril, fueron encontrados los restos del submarino alemán U-3523, hundido por bombas británicas el 6 de mayo de 1945. Con el III Reich recién derrotado, corrían como la pólvora las historias sobre jerarcas nazis que huían a Sudamérica en sumergibles repletos de tesoros y obras de arte robadas. El U-3523 intensificó los rumores, aunque no se sabe con certeza si ese era su destino. Sin embargo, la máquina, perteneciente a la revolucionaria clase XXI, tenía autonomía de sobra para llegar hasta allí.

Así lo constata el caso del U-977, otro enorme submarino que arribó a Mar de la Plata (Argentina) a mediados de agosto de 1945. La escasa tripulación de la nave, al mando del bisoño Heinz Schaffër (25 años) aseguró que su única intención era la de rendirse y ser tratados de forma benévola, pero las autoridades porteñas les acusaron de ocultar al mismísimo Adolf Hitler en sus bodegas.

Estas anécdotas, un par de tantas ambientadas en las postrimerías de la guerra, dan buena cuenta de los medios que podían desplegar algunos secuaces de Hitler para evadirse: monstruos de más de 70 metros de eslora capaces de atravesar el Atlántico sin ser interceptados por la marina aliada.

Estos casos, no obstante, fueron escasos, y los que consiguieron llegar a su destino, menos aún. La tónica general era el ‘sálvese quien pueda’ en un imperio que se derrumbaba. David Solar, historiador experto en el III Reich y autor de varios libros sobre el ascenso y caída de Hitler y el nazismo, avisa que de este capítulo histórico “un tercio de lo que se ha escrito son cuentos, un tercio exageraciones y un tercio negocio”.

Las redes secretas

Dentro de su visión escéptica, este experto cita un ejemplo análogo: el célebre ‘Reducto alpino’, el último bastión del Reich, el muro impenetrable del nazismo frente a la apisonadora aliada. “Entrevisté a Otto Skorzeny -prominente coronel de las Waffen-SS- y me dijo que no había nada allí, como mucho 25 hombres cansados y mal armados. Eso era todo lo que tenía para impedir el desastre”, explica. La naturaleza pírrica de este tipo de mitos propagandísticos es también aplicable a organizaciones de ayuda a ex nazis como ODESSA.

“Realmente, sólo conocemos la existencia de ODESSA por Simon Wiesenthal (en la imagen), el famoso ‘cazanazis’. No hay otra fuente”, apunta el historiador Juan Francisco Cano Elgarresta. Estas enigmáticas siglas corresponden al acrónimo Organisation der ehemaligen SS-Angehörigen (Organización de Antiguos Miembros de las SS, en Castellano).

Cano Elgarresta explica sus orígenes: “El 10 de agosto de 1944 se reunieron un grupo de industriales y banqueros en el hotel Maison Rouge de Estrasburgo”. De ese cónclave salió ODESSA, cuyo propósito no era otro que “facilitar la huida de nazis, porque en ese momento ya ven que la guerra está perdida”. Cualquier sueño de reflotar el poderío nacionalsocialista en el futuro no pasó de ser “una simple idea”.

Hay, pues, mucha fantasía en el jugoso tema editorial de las redes clientelares y los milagrosos medios de transporte que sacaban de la ratonera a los jerifaltes de las SS. Sin embargo, es indudable que existe un poso de realidad, habida cuenta de los numerosos carniceros que lograron darle esquinazo al destino. Además de ODESSA, cuya existencia da por cierta, Cano Elgarresta menciona otra sociedad secreta con el mismo objetivo: Die Spinne (la araña).

Solar, no obstante, descarta que algún integrante del ‘núcleo duro’ del Reich evitara sentarse entre los acusados de Núremberg gracias a ese tipo de organizaciones. “De la camarilla de Hitler, el único que estuvo bastante tiempo en paradero desconocido fue Martin Bormann” -juzgado en el macroproceso in absentia y del que después se supo que no sobrevivió al final de la guerra- “Los que consiguieron fugarse eran personajes secundarios en el mejor de los casos”. Solar incluye en esa categoría a Adolf Eichmann -“Un triste burócrata a las órdenes de otros”- y Josef Mengele, de quien el historiador dice que, a pesar de su truculento currículum, “había millones como él en el mundo de Hitler, su cargo era el de médico en un campo de exterminio”.

¿Cuál fue, entonces, el perfil de los que escaparon de la Alemania exhausta y en ruinas de 1945? “Los que se fueron eran espabilados que estaban bien relacionados en los países adecuados y, o bien tenían negocios en el extranjero, o bien mucho dinero, y vieron venir antes que otros la derrota y sus consecuencias”. Este retrato de individuos previsores, prácticos y desprovistos de cualquier esperanza de victoria es constatado por la fecha de creación de ODESSA: el 10 de agosto de 1944, bastante antes de la caída de Berlín, acaecida el 2 de mayo del 45.

Hubo, pues, algunas ODESSA, pero no se valían de tecnología fantástica, vehículos futuristas o poderosas sociedades secretas, sino de contactos, alianzas de un puñado de individuos e intereses convergentes. Ése fue el mayor activo que permitió a tantos fugarse.

Los puertos francos: el Vaticano, Suiza, Portugal… y España.

Manuel Florentín, experto en Historia del siglo XX y autor del libro Guía práctica de la Europa negra, pone nombres y apellidos a los Estados que actuaron deliberadamente como pasarela de escape, y a veces incluso como refugio final: “A través del Vaticano, lograron salir algunos”, afirma. El régimen franquista, entonces ‘reserva espiritual de Occidente’ y abiertamente hostil al bloque comunista, también tuvo su ración de nazis a la carrera. “A España vinieron muchos a medida que los países del Este iban siendo tragados por la influencia soviética” -Cuenta- “De aquí saltaban a Portugal, cuyo régimen era similar al nuestro, y de allí a Sudamérica”. También señala a Suiza como uno de los puentes de los huidos.

Una vez en América del Sur, la vida distaba de ser una jubilación dorada para estos matarifes en excedencia. Normalmente, llevaban una existencia tensa, bajo una identidad falsa, siempre pendientes de que el viento no se llevase su disfraz. Las excepciones a esta regla fueron los que consiguieron ganarse la confianza de los Gobiernos de sus países de acogida, que apreciaban su experiencia ya fuera en combate, eliminando disidencia o fabricando propaganda.

Aquí aparece de nuevo la más famosa de las estructuras de apoyo mutuo entre nazis a la fuga, inmortalizada en la literatura y, por supuesto, en el cine. “ODESSA era una hermandad de ex miembros de las SS. Se ayudaban entre ellos”. Una descripción que se ajusta a los modestos kamaraden de Nagorski.

Hay poco espacio, pues, para conspiraciones internacionales o bases en la Luna. El historiador y autor, sin embargo, concede: “En el best seller ODESSA de Frederick Forsyth, al margen de los aditamentos novelescos, hay un elemento real de fondo: la verdadera preocupación del Mossad -servicio secreto israelí- era la ayuda que estaban prestando los ex nazis al presidente egipcio Nasser para fabricar armas de destrucción masiva y usarlas contra Israel”.

Estos servicios al Estado adoptivo fueron muy comunes en Latinoamérica, y bien remunerados. “Muchos de los ex nazis se pusieron a las órdenes de Perón, Stroessner o los diversos regímenes militares de Bolivia” -relata Florentín-“Recibieron mucha ayuda del Egipto de Nasser y de Siria, como es el caso de Alois Brunner, protegido muchos años por el régimen de Damasco”. Brunner, aunque dado por muerto por el Centro Simon Wiesenthal, nunca ha sido encontrado.

En cuanto a España como destino final, nos cabe el dudoso honor de haber convertido la costa mediterránea en ‘el retiro del nacionalpensionista’. Hay episodios novelescos, como el espectacular aterrizaje en San Sebastián de León Degrelle, que a la postre sería un ferviente colaborador de la extrema derecha española desde la soleada Benalmádena. Según Florentín, el régimen le asignó ¡en adopción! a una mujer a fin de conseguir una nacionalidad exprés que le protegiera de la Justicia aliada. También es posible encontrar algún caso pintoresco como el de Friedhel Burbach, en su día cónsul del III Reich en Vasconia y que luego fue conocido afectuosamente como ‘Rudi, el alemán’, en el pueblo burgalés donde se escondió.

Sin embargo, quizá el más terrorífico asesino fascista enterrado en suelo español sea el croata Ante Pavelic, cuyos restos descansan en el cementerio madrileño de San Isidro. Aunque no era exactamente un nazi, fue líder del movimiento radical Ustacha, aliado del III Reich, desde cuya jefatura logró convertirse en Poglavnik (caudillo) de Croacia. De las actividades de la milicia ultranacionalista que lideraba, baste decir que sus tropelías llegaban a horrorizar a los oficiales de las SS.

Hasta tal punto llegaba la brutalidad de los ustachas que, tras la guerra ,Tito, el dictador comunista que se alzó con el poder en Yugoslavia, no dudó en ordenar eliminaciones encubiertas de algunos de sus integrantes en nuestro país. “En España hubo muchos ustachas y el Gobierno de Tito mandó algún asesinato selectivo en la costa mediterránea”, explica Florentín.

Mejor reciclado que escondido.

El autor de Guía práctica de la Europa negra desmitifica sin ambages a los ‘espabilados’ que se las arreglaron para ahuecar el ala: “Todos ellos eran personajes de tercera o cuarta categoría” -sentencia- “Y precisamente por eso consiguieron escapar, porque el foco no estaba puesto en ellos”. Eran, en su mayoría, unos mandados, funcionarios a la sombra de los grandes jerarcas o vulgares sicarios.

El experto recalca que “todos los grandes líderes cayeron”, ya fuera con una bala en la frente, cianuro en la sangre o en las sogas de Núremberg. Los que se fueron, se vieron condenados a vivir sus últimos años bajo el filo de Damocles, con la amenaza de una extradición pendiendo sobre sus cabezas; o fueron cazados en operaciones encubiertas dignas de una entrega de Misión Imposible. Éste fue el caso de Eichmann, secuestrado en Buenos Aires y llevado a Tel Aviv por un comando del Mossad para ser juzgado y ejecutado.

Hay, no obstante: un tercer grupo: el de los que fueron considerados útiles por una de las dos superpotencias en los albores del mundo bipolar. Éstos, sobre las cenizas del imperio hitleriano, se ‘cambiaron de chaqueta’ y se adaptaron al nuevo ecosistema. En muchas ocasiones, la pertenencia a esta categoría era un salvoconducto de vida.

Los perfiles son diversos. Un caso destacable es el de los científicos rescatados de la debacle alemana en la operación Paperclip, llevada a cabo por los EE.UU. Con ellos, buena parte de los descubrimientos científicos y los avances en las wunderwaffen o armas milagrosas del Reich pasaron a ser patrimonio de Washington.

Recién comenzada la Guerra Fría, el conocimiento sobre el bando contrario era vital, así que los agentes de inteligencia estaban muy cotizados. “Durante el llamado ‘proceso de desnazificación’, los que habían trabajado en servicios de espionaje e información fueron captados por los EE.UU en su lucha contra los comunistas”, destaca Florentín. El enemigo era otro y las prioridades, también.

Los versados en labores de represión a la disidencia fueron bienvenidos no sólo en el llamado ‘Tercer Mundo’, al que pertenecían el Egipto de Nasser o el Paraguay de Stroessner. En ocasiones ni siquiera tuvieron que ser ‘exportados’: a medida que los países del Este de Europa iban siendo fagocitados por el bloque soviético, los antiguos sicarios fascistas se ‘reciclaron’ y siguieron ejerciendo su oficio, pero con la hoz y el martillo bordadas en la camisa.

“Si vas a Budapest, en el número 60 de la Avenida Andrasi puedes encontrar el ‘museo de los horrores'” -relata Florentín- “Allí estaba ubicado el cuartel general de la policía secreta comunista, donde se torturaba y se ejecutaba a los sospechosos de deslealtad al régimen. Antes, fue el cuartel general de los fascistas húngaros, y se hacía exactamente lo mismo”. Algunos, queriendo o no, seguían yendo a trabajar a la misma ‘oficina’ tras la guerra.

“Justicia, no venganza”

El más mediático de los ‘cazanazis’, Simon Wiesenthal, tituló sus memorias Justicia, no venganza. En palabras de Andrew Nagorski, quien llegó a conocerle personalmente, “no fue casualidad que escogiera ese título”.

El autor acepta que “algunos nazis fueron ajusticiados nada más acabar la guerra” por víctimas directas o indirectas, movidas por un sentimiento de venganza. Sin embargo, y a pesar de casos como el de Eichmann, en Cazadores de nazis sostiene que, desde Núremberg, “los cazanazis han centrado la mayoría de sus esfuerzos en conseguir que sus presas respondan ante la ley con todas las garantías, convencidos de que hasta el culpable más culpable tiene derecho a un juicio justo”.

Quizá sea Alois Brunner el próximo cuerpo que aparezca varado en una playa, o decrépito en algún olvidado geriátrico. Lo que parece claro es que aquellos que consagran su vida a desenmascarar a los protagonistas de una de las peores atrocidades de la Historia humana no dan por terminado su trabajo. Un trabajo “que incluso hoy sigue dando resultados esporádicos”, según Nagorski, y cuya razón de ser, a 85 años de que Adolf Hitler comenzase su reinado de terror, es “demostrar que los espantosos crímenes de la II Guerra Mundial y del Holocausto ni pueden ni deben olvidarse, y que aquellos que los instigaron o cometieron, o los que se sientan tentados de hacer lo propio en el futuro, nunca deberían sentirse a salvo de la ley”.

La lista negra: los nazis aún impunes.

Lista de criminales de guerra nazis propuestos para posible procesamiento en 2016*:

1. Helma Kissner – Sirvió como operadora de radio en el campo de exterminio de Auschwitz de abril a julio de 1944. Cómplice en 260.000 casos de asesinato.

2. Helmut Oberlander – Sirvió en el Einsatzkommando 10A (Sección del Einstazgruppe D, que asesinó a aproximadamente 23.000 civiles, sobre todo judíos.

3. Hubert Zafke – Médico en el campo de exterminio de Auschwitz durante los años 1943 y 1944. Cómplice en 3.681 casos de asesinato.

4. Alfred Stark – En septiembre de 1943, participó en el asesinato en masa de 120 oficiales italianos en la isla griega de Cefalonia.

5. Helmut Rasbol – Entre 1942 y 1943 trabajó como guardia en el Judenlager establecido por los Nazis en Bobruisk (Bielorrusia) en el cual casi todos los internos judíos del campo fueron ejecutados o fallecidos en horribles condiciones físicas.

6. Aksel Andersen – También sirvió como guardia en el Judenlager de Bobruisk, durante el mismo período.

7. Johann Robert Riss- participó en el asesinato de 184 civiles en Padule di Fucecchio (Italia) el 23 de agosto de 1944.

8. Algimantas Dailide – Trabajó en el Saugumas (Policía de Seguridad Lituana) en Vilnius. Implicado en el arresto de judíos y polacos posteriormente exterminados por los nazis y sus colaboradores lituanos.

9. Jakob Palij – Guardia en el campo de concentración de Trawniki.

 

 

*Hemos excluido de la lista a Reinhold Hanning, Fallecido en junio de 2017 tras ser condenado a cinco años de prisión. Sirvió en el campo de exterminio de Auschwitz de enero de 1943 a junio de 1944 y fue cómplice en 170.000 casos de asesinato.

 

 

 

Fuente:eleconomista.es