Enlace Judío México – Aún recuerdo el momento, hace 38 años, cuando a principios de la revolución iraní, escuché a mi madre decirle a mi padre en voz baja que acababan de asesinar a la Dra. Parsa.

E. GHEYTANCHI

Los hombros de mi madre temblaban. Las fuerzas revolucionarias la habían puesto en un costal de yute y le habían disparado a sangre fría. En ese momento, no sabía quién era ella, pero sabía que cualquier cosa que pudiera hacer temblar a mi madre de esa manera, después de todo lo que habíamos soportado en 1980, tenía que ser terrible.

Mi madre, la Sra. M. Dareshi, era directora de Ettefagh, una de las escuelas judías más prestigiosas de Teherán durante la década de 1970 y principios de los 80. Esto era todo un logro, ya que durante la era Pahlavi las mujeres no ocupaban posiciones de poder en Irán. A pesar de los esfuerzos del sha por modernizar Irán y promover a las mujeres en el gobierno, la cultura patriarcal seguía siendo un gran obstáculo para las mujeres en la vida pública, incluyendo la educación.

De niña, recuerdo que mi madre siempre se levantaba antes que todos en la casa, se vestía y se peinaba al estilo Thatcher de aquellos tiempos. Se maquillaba para parecer profesional, pero se cuidaba de no llamar la atención demasiado. Su vocación fue enseñar a niños judíos y no judíos en Ettefagh. Era, y sigue siendo una educadora dedicada a sus alumnos.

En aquel entonces, Farrokhroo Parsa era una mujer pionera; había avanzado hasta convertirse en la Primera Ministra de educación en Irán. Cuando los revolucionarios iraníes la arrestaron bajo el cargo de “propagar el vicio y luchar contra Dios”, era como si estuvieran luchando contra un antiguo poder mítico persa. Su único crimen había sido prosperar convirtiéndose en una mujer exitosa, allanando el camino para la educación de miles, si no millones, de chicas en un país que era (y sigue estando) en contra del empoderamiento de las mujeres.

Parsa era un médico con una fuerte personalidad que inspiró a mujeres como mi madre.

Recuerdo que mi madre estaba particularmente orgullosa de haber una carta de agradecimiento que de Parsa en antes del derrocamiento del sha. Incluso la enmarcó elegantemente y la colgó en la pared de nuestra sala. Pero ese día, en medio de una revolución y al comienzo de la guerra entre Irán e Irak, mi madre la destruyó, temerosa de que pudiera reflejar sus verdaderas creencias. No valía la pena el riesgo.

Como joven judía que crecía en tiempos atemorizantes, intentaba entender lo que sucedía en mi familia. Por un lado, estaba muy orgullosa de mi madre, solía presumir de ella con mis amigos. Ella era una mujer excepcional, pero ahora también mostraba signos de miedo.

No siempre había temido a los revolucionarios y las terribles historias de sus ejecuciones. Unas semanas antes había enviado secretamente un mensaje al profesor V., el padre de uno de los queridos estudiantes musulmanes de su escuela que ahora era partidario de un grupo revolucionario islámico-marxista llamado Mujahedin-e Khalq-e de Irán. El grupo había sido atacado por los islamistas, que estaban consolidando su poder tras la revolución. Mi madre escuchó a un grupo de administradores islamistas recientemente contratados decir que Scheherezade V. de 16 años (una de sus alunas) tuvo que ser “erradicada” porque había caído en la trampa de la Organización de los Muyahidines del Pueblo de Irán o Moyahedin-e Jalq, pero ella no era un miembro activo del grupo político, ni siquiera estaba armada; simplemente había repartido panfletos políticos.

Para mi madre, todos sus alumnos eran sus hijos, y mis hermanos y yo estábamos acostumbrados a escucharla hablar de sus otros “hijos” por quienes tenía muchas esperanzas. Scheherezade V. era una de esas alumnas: inteligente, trabajadora, hermosa e inquebrantable. De joven, comprendí la misión de mi madre: educar y dar esperanza. Entonces, por supuesto, tenía que arriesgarse y advertir al padre de Scheherezade.

Él comprendió e intentó persuadir a su hija de que se escondiera en Mashhad, una ciudad sagrada en Irán donde tenían parientes. También le pidió a mi madre que no contactara a su familia, dijo que estaba preocupado por las consecuencias para cualquiera que hubiera tratado de salvar al “enemigo de la revolución”. Scheherezade rechazó el consejo de su padre y fue arrestada bajo cargos de traición. Al igual que muchos miembros activos de Moyahedin-e Jalq y sus seguidores novatos, fue enviada a la famosa prisión de Evin, donde se sabía que muchos presos habían sido torturados y asesinados.

Lo último que escuchamos de ella fue que la violaron y la asesinaron en prisión. Aparentemente, sus asesinos creían que matar a una virgen no era parte de su interpretación estrecha del Islam. Por lo tanto, tuvieron que violarla antes de “erradicarla” de la tierra para que ellos, junto con las jóvenes vírgenes que mataban, pudieran ir al paraíso en el otro mundo. Los rumores se extendieron como un reguero de pólvora, pero nadie sabía exactamente lo que había sucedido.

Muchos años después, mi madre me dijo que a veces se podía ver al padre de Scheherezade cerca de Ettefagh con ropas desgarradas, besando el camino a la escuela y gritando: “¿Dónde está mi Scheherezade? Ella era inocente”. Para entonces, ya no era un profesor respetado en la Universidad de Teherán; la gente decía que se había vuelto “loco”. Aunque el padre de Scheherezade era musulmán, lo imaginaba disfrazado de la figura mítica del judío errante, recorriendo Ettefagh, sin rumbo, buscando a su hija.

La Dra. Farrokhroo Parsa era una mujer extrovertida que no fue silenciada hasta el último momento de su vida. En su supuesto juicio revolucionario, la obligaron a usar el hijab, pero se mantuvo fiel a su misión como defensora de los derechos de la mujer. En su testamento, que luego fue publicado en internet, escribió:

Soy médico y sé que la muerte no es más que un momento. Abrazo la muerte con las manos abiertas y no estoy dispuesta a usar el hijab por vivir unos años más; y no diré “lo lamento” para seguir viviendo e invalidar 50 años de lucha por la igualdad entre hombres y mujeres en esta tierra con dos palabras sencillas. Nunca me someteré al hiyab ni daré un paso atrás.

Al día siguiente de su asesinato, corrieron rumores de que no la habían violado porque era una mujer casada y tenía dos hijas; en cambio, la metieron en un costal de papas y le dispararon. Se rumoreaba que sus asesinos pensaron que era demasiado sucia para que la tocasen, por lo que la metieron en el costal para mantenerse puros y asegurar su paso al paraíso.

Todavía estaba en la escuela primaria de Ettefagh cuando todo esto sucedió. Mi madre aún no había sido reemplazada por una mujer musulmana completamente velada que había sido aceptada por el nuevo jefe revolucionario del Ministerio de Educación.

Quizás se pregunten cómo estos terribles afectaron a una joven como yo. Aún no puedo entender todo.

He aprendido mucho. La vida en esa parte del mundo nos hace parecer más viejos de lo que somos. En Occidente, sabemos y esperamos que los niños estén protegidos y alimentados. A veces incluso pueden ser imprudentes. Hoy soy maestra, y me encuentro con estudiantes que hacen cosas tontas por las que luego se disculpan. Pero siempre son perdonados. No es así donde nací.

En la mitología persa, Scheherezade es la hija de un visir sabio que hace un gran sacrificio para salvar la vida de sus compañeros. Cuando el rey Shahryar y su visir descubren que la reina tuvo una aventura secreta, el rey se enoja y, para vengarse, ordena a su visir que busque a chicas virgenes todas las noches para que su majestad pueda disfrutarlas en la cama y luego matarlas en la mañana. El visir sigue estas órdenes durante tres años, hasta que su propia hija acepta el desafío, y después de atraer al rey con sus historias, que teje una tras otra como si construyera un laberinto, se casa con el rey.

Es posible que hayan escuchado la historia de “Las mil y una noches” traducida del árabe o sánscrito. Las historias reflejan los mundos interconectados de musulmanes, zoroastrianos, judíos, cristianos, budistas, hindúes y muchas otras religiones que coexistieron pacíficamente entonces y continúan existiendo, aunque no tan pacíficamente en la actualidad, en lo que ahora se conoce como el “Medio Oriente”.

Para mí, las historias de Scheherezade V. de 16 años que fue violada y asesinada en la prisión de Evin, y de la Dra. Parsa, cuyo nombre en persa significa “pureza” y “sabiduría” representan el sombrío futuro de una revolución extraviada. Al igual que la joven y la mujer sabia, mis esperanzas habían desaparecido a medida que los fanáticos islámicos eliminaban todo lo que consideraban impuro y sucio.

Recuerdo la muerte de Scheherezade como el momento en que perdí mi infancia y me obligaron a convertirme en un adulto. Ese día el miedo se apoderó de mí, y, creo, también de mi generación. Ese miedo se fue incrementando todos los días.

Ahora, a mis 40 años, soy una mujer preocupada y una madre que ha luchado con cambios de temperamento durante mi vida adulta. Al menos cuando recuerdo estas historias, entiendo el motivo de mi dolor.

Sin embargo, mi historia no es de desesperación. Estoy viva y sana. He formado mi propia familia. Tengo una hija entusiasta de 10 años y un hijo reflexivo de 8. Estoy felizmente casada con el hombre más paciente y tranquilo. La escritura se ha convertido en una forma de terapia para mí. Ahora puedo darle sentido a los eventos de mi vida, mi profundo sentimiento de ansiedad y mi identidad judía, iraní-estadounidense. Sin esta búsqueda de significado, la vida se convierte en una historia insoportablemente aburrida. Como Victor Frankl escribió en sus memorias sobre Auschwitz, una vida sin sentido se vuelve aburrida.

Recordemos: Scheherazade nunca contó una historia aburrida o simple, porque su vida dependía de ello.

E. Gheytanchi es profesora y escritora iraní-estadounidense radicada en Estados Unidos, nacida y criada en Teherán. Actualmente enseña Sociología en Santa Monica College.

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