Enlace Judío México.- Gran parte de la opinión pública atribuye la mayoría de las guerras del Medio Oriente, ya sea de forma directa o indirectamente, al conflicto por el petróleo. En muchos casos, esa visión no es la correcta. Sin embargo, hoy sí nos encontramos en medio de una gran guerra económica y petrolera regional que Irán quiere utilizar contra Occidente, al tiempo que sus adversarios quieren usarla para sofocar la escalada en curso.

GEORGE CHAYA

El escenario quedó claro hace pocos días, cuando el vicepresidente iraní Eshaq Jahangiri amenazó, sin nombrarlos, a Arabia Saudita y a los países del Golfo, diciendo: “Cualquier país árabe que trate de arrebatar una mínima parte del mercado petrolero de Irán, estará cometiendo una gran traición contra la nación iraní y pagaría un alto precio por ello”.

Su declaración se produjo poco después de una llamada telefónica entre el rey saudita y el presidente de Estados Unidos en la que acordaron apoyar la estabilidad del mercado petrolero. El presidente Donald Trump dijo que Arabia Saudita apoyará la estabilidad del mercado y aumentará la producción en 2 millones de barriles por día si es necesario. Esto se traduciría en terribles pérdidas económicas para Teherán.

No obstante, la caída en los precios del petróleo es la menor de las preocupaciones del régimen iraní, especialmente porque su capacidad de producción se ha debilitado después de los golpes que le propinó la administración estadounidense a través de sus nuevas medidas políticas que impiden que compañías petroleras estadounidenses y otras empresas realicen operaciones de perforación, producción y compra.

La presión sobre Teherán aumentó con las giras extranjeras del Secretario de Estado de EE.UU, Mike Pompeo, y con la retirada de importantes mercados de la compra de petróleo iraní, como por ejemplo la posición de no comprar a Irán que adoptó la India.

Este escenario, sumado a la depreciación de la moneda iraní -que alcanzó su mínimo histórico desde que el presidente Trump lanzó su nueva estrategia de guerra económica contra Teherán-, muestra la profundización de las presiones económicas estadounidenses y se observa en el agravamiento de las manifestaciones y reclamos de la ciudadanía en las ciudades de Irán donde proliferan las protestas contra la mala situación económica y los errores que los iraníes achacan al régimen gobernante.

Las nuevas y rápidas sanciones económicas parecieran ser muy efectivas, y ciertamente son mejores que la confrontación militar, aunque dicha confrontación puede estallar como resultado de la expansión del régimen iraní en sus guerras exteriores. Sin embargo, con la disminución de sus fuentes de ingresos, el gobierno de los ayatolas ha comenzado a declinar en lo que puede terminar con su colapso si no obtiene la aprobación del líder supremo para hacer grandes concesiones. Aunque de momento se debe descartar esta opción como mínimo hasta el final del año.

Las amenazas del vicepresidente iraní, Eshaq Yahanguirí, están dirigidas contra Arabia Saudita porque arruinaron su capacidad para resistir el boicot de la nueva estrategia de Washington, al tiempo que satisfacen las necesidades de los mercados perdidos por Irán, como es el caso de la India, que cerró un acuerdo con Riad y descartó -a futuro- efectuar cualquier compra a Teherán.

Al caer las ventas de su producción, Irán también dejará de jugar su única carta contra Washington, que es la falta de suministro que podría haber obligado a la administración Trump a retroceder en su embargo petrolero contra el régimen khomeinista.

Irán puede continuar vendiendo su petróleo, pero en cantidades mucho menores y por precios muy inferiores a los del mercado. Para Washington, tal escenario hará que inmediatamente Teherán comience a perder sus principales ingresos, los que primordialmente está utilizando para financiar su guerra en Siria, Yemen y Líbano.

Sin embargo, aún con la profundización del embargo petrolero, es poco probable que Irán deje de pagar los salarios de sus empleados, pero también es un hecho que se le dificultará financiar y subsidiar los productos esenciales de sus ciudadanos. Así es como Washington espera debilitar y acelerar la racionalización del régimen, que desde el último año transita una posición mucho más precaria tanto hacia el interior como al exterior.

El juego del petróleo es importante en la guerra entre Estados Unidos, el Golfo e Irán. Tal vez sea el arma más poderosa en la estrategia para presionar a Irán a que se incorpore a la comunidad internacional de forma pacífica, descarte avanzar en su proyecto nuclear y acepte las 12 condiciones de los Estados Unidos en la comprensión de que si no lo hace, su conducta puede llevar al colapso del régimen.

No hay que olvidar que gracias al petróleo, el ayatola Khomeini llegó al poder cuando el movimiento que se oponía al Sha logró detener el trabajo en las refinerías y frenó las exportaciones del petróleo iraní. Así fue que la salida del Sha se convirtió en una demanda nacional y extranjera, y su caída fue inevitable a manos de la Revolución islámica. La misma revolución que depositó a los khomeinistas en el poder que hoy transita su peor momento político nacional e internacional, y cuyo destino podría ser similar a la caída del Sha Pahlevi.