Enlace Judío México – Si no hacemos una pausa, nos agotamos, pero no podemos detenernos por mucho tiempo, porque la vida está hecha de desafíos y cambios.

RABINO JONATHAN SACKS

Etre ailleurs, “Estar en otro lado: es el gran defecto de esta raza, su secreta y gran virtud, la gran vocación de este pueblo, escribió el poeta y ensayista francés Charles Péguy (1873-1914), un filosemita en una época de antisemitismo. Y continuó: “Cualquier travesía para ellos significa cruzar el desierto. La más cómoda de las residencias, la mejor construida con piedras tan grandes como las columnas de los templos, las más verdadera de las casas, el más impactante de los edificios, nunca significará más para ellos que una tienda de campaña en el desierto”. [1]

Lo que quiso decir es que la historia y el destino se habían combinado para transmitir a los judíos la evidencia de lo temporal que sería vivir fuera de la Tierra Santa. Ser judío es estar en una travesía. Así es como comenzó la historia del judaísmo, cuando Abraham escuchó por primera vez las palabras “Lej Lejá”, el llamado de dejar su lugar y partir “a la tierra que te indicaré”. Así fue nuevamente en la era de Moisés, cuando la familia se convirtió en un pueblo. Y ese es el punto que se repite casi incesantemente en la parashá Masei: “Salieron de X y acamparon en Y. Salieron de Y y acamparon en Z”. Fueron 42 etapas en una trayectoria de 40 años. Somos el pueblo que viaja. Somos el pueblo que no se detiene. Somos el pueblo para el cual el tiempo mismo es una travesía por el desierto en busca de la Tierra Prometida.

De alguna manera, este es un tema conocido en el mundo del mito. En muchas culturas, se cuentan historias sobre el viaje del héroe. Otto Rank, uno de los colegas más brillantes de Freud, escribió al respecto. También lo hizo Joseph Campbell, de la escuela de Jung, en su libro, “El héroe de las mil caras”. Pero la historia judía es diferente:

[1] La travesía – detallada en los libros de Shemot y Bamidbar, la emprenden todos, todo el pueblo: hombres, mujeres y niños. Es como si en el judaísmo todos fuésamos héroes, o al menos llamados a un desafío heroico.

[2] Toma más de una generación. Quizás, si los espías no hubiesen desmoralizado a la nación con su informe, habría tomado muy poco tiempo. Pero aquí hay una verdad más profunda y más universal. La transición de la esclavitud a la libertad toma tiempo. La gente no cambia de un día para otro. Por lo tanto, la evolución es exitosa, mientras que la revolución falla. La travesía judía comenzó antes de que naciéramos, y es nuestra responsabilidad entregarla a las próximas generaciones.

[3] En el mito, el héroe generalmente se enfrenta a un mayor reto: a un adversario, un dragón, una fuerza oscura. Puede incluso morir y resucitar. Como señaló Campbell: “Un héroe se aventura desde lo cotidiano a un entorno de maravilla sobrenatural: enfrenta a fuerzas fabulosas y la resultante es una victoria decisiva: el héroe vuelve de esta aventura misteriosa con la facultad de bendecir a su prójimo”. [2] La historia judía es distinta. El adversario de los israelitas son ellos mismos: sus temores, sus debilidades, su constante impulso de volver y retroceder.

Me parece, aquí, como en muchas otras partes, que la Torá no es un mito, sino un anti-mito, una insistencia deliberada de eliminar los elementos mágicos de la historia y centrarse en el drama humano del coraje contra el miedo, la esperanza contra la desesperación, y el llamado, no a un héroe más grande que la vida, sino a todos juntos, fortalecidos por nuestros vínculos con el pasado del pueblo y sus lazos en el presente. La Torá no es un escape legendario de la realidad, sino la realidad misma, vista como un viaje que debemos emprender, cada uno con sus propias fortalezas y contribuciones a nuestro pueblo y a la humanidad.

Todos estamos en una travesía. Y todos debemos descansar por momentos. Esa dialéctica entre salir y acampar, caminar y detenerse, es parte del ritmo de la vida judía. Hay un tiempo para Nitzavim, detenerse, y un tiempo para Vailej, continuar. El Rav Kuk se refirió a los dos símbolos en la bendición de Bilaam, “¡Cuán hermosas son tus tiendas, oh Jacob, y tus moradas, oh Israel!” Las tiendas son para los que viajan. Las residencias son para los que han encontrado un hogar.

El Salmo 1 utiliza dos símbolos del individuo recto. Por un lado, él o ella está en camino, mientras que el malvado comienza caminando, luego se detiene y se sienta. Por otro lado, el hombre recto se compara a un árbol, plantado con fuentes de agua, que da el fruto a su debido tiempo, y cuyas hojas no se marchitan. Caminamos, pero también nos detenemos. Estamos en una travesía, pero también estamos enraizados como un árbol.

En la vida, hay viajes y campamentos. Sin ellos, sufrimos agotamiento. Sin el viaje, no crecemos. Y la vida es crecimiento. No hay forma de evitar el desafío y el cambio. Una vez el fallecido Rav Aharon Lichtenstein Z”L mencionó el poema de Robert Frost, “Una parada en el bosque en una tarde nevada”, cuyos versos finales dicen:

El bosque es encantador, oscuro y profundo.

Pero yo tengo promesas que cumplir,

Y kilómetros por recorrer antes de dormir,

Y kilómetros por recorrer antes de dormir.

Lichtenstein analizó el poema en términos de la distinción de Kierkegaard entre las dimensiones estéticas y éticas de la vida. El poeta está fascinado por la belleza estética de la escena, la suave caída de la nieve, la dignidad oscura de los árboles altos. Desearía quedarse en ese momento eterno. Pero sabe que la vida también tiene una dimensión ética que requiere acción, no sólo contemplación. Tiene promesas que cumplir; tiene deberes hacia el mundo. Por lo tanto, debe seguir caminando, a pesar de su cansancio. Tiene kilómetros por recorrer antes de dormir: tiene trabajo que hacer mientras vive.

El poeta se detuvo brevemente para disfrutar de la caída de la nieve y los troncos oscuros. Ha acampado. Pero ahora, como los israelitas en Masei, debe partir nuevamente. Para nosotros, como para el teólogo Kierkegaard, y el poeta Robert Frost, la ética prevalece sobre la estética. Sí, hay momentos en los que podemos, en realidad, debemos hacer una pausa para contemplar la belleza del mundo, pero luego debemos seguir adelante, porque tenemos promesas que cumplir, promesas a nosotros mismos y a Dios.

La vida es una travesía, no un destino. No debemos detenernos, sino proponernos nuevos desafíos que nos saquen de nuestra zona de confort. La vida es crecimiento.

Shabat Shalom.

Fuente: The Times of Israel / Reproducción autorizada con la mención: © EnlaceJudíoMéxico