Enlace Judío México.- Uno de los mitos más mendaces y ampliamente propagados sobre el conflicto en Medio Oriente es que las acciones defensivas de Israel contra las iniciativas árabes hostiles, cuyo único objetivo es asesinar o mutilar judíos, simplemente porque son judíos, constituyen “racismo”.

MARTIN SHERMAN

La razón aparente de estas graves acusaciones radica en el hecho de que algunas de las medidas coercitivas, necesarias para la efectividad de estas acciones defensivas israelíes, se llevan a cabo diferencialmente (y por lo tanto, presuntamente, de manera discriminada) contra los árabes palestinos, por un lado, y judíos israelíes, por el otro.

Incluso las democracias tienen enemigos.

Por supuesto, en principio, las afirmaciones de que las acciones contraofensivas de un colectivo dado, contra las iniciativas hostiles de un colectivo adversarial, están manchadas por algún tipo de prejuicio grupal impropio e indiscriminado contra ese colectivo, son claramente infundadas: conceptualmente, moralmente y prácticamente.

En el caso particular del enfrentamiento israelo-palestino, tales afirmaciones son aún más infundadas.

Después de todo, apelar a cualquier entidad colectiva para que trate a una entidad rival con la que está involucrado en un conflicto violento, precisamente de la misma manera que trata a sus propios miembros, no es solo patentemente irracional, sino también patentemente inmoral. Porque, en efecto, incluye la demanda inherente de renunciar -o al menos de reducir gravemente- el derecho de legítima defensa, es decir, el derecho a proteger tanto al colectivo como a sus miembros de la agresión de la entidad rival.

Que yo sepa, no hay nada en la teoría de la gobernabilidad democrática que impida la posibilidad de una democracia, incluso una totalmente desprovista de prejuicios raciales, de tener enemigos. Del mismo modo, no hay nada que excluya la posibilidad de que la identidad étnica de la entidad enemiga difiera de la de la mayoría de los ciudadanos de la democracia.

No hay ningún defecto ético en identificar al enemigo como enemigo.

Entonces, ¿significa esto que las medidas destinadas a frustrar, disuadir o castigar actos agresivos contra una democracia -y / o sus ciudadanos- violan alguna regla sagrada de conducta democrática adecuada? Además, ¿cómo es posible reclamar un defecto ético en el código de conducta de una democracia cuando identifica a su enemigo como un enemigo y lo trata como tal?

Cuando se expresan en estos términos, las respuestas a estas preguntas parecen simples y directas, de hecho, casi evidentes por sí mismas.

Lamentablemente, sin embargo, esto no es cierto con respecto a Israel, especialmente cuando se trata del conflicto con los palestinos.

En este conflicto, el Israel democrático se enfrenta a un adversario amargo e irreconciliable que alberga un profundo deseo de infligir daño al estado judío y a sus ciudadanos, un deseo que, a todos los efectos, es su propia razón de ser.

Ciertamente, por las declaraciones de sus líderes, el texto de sus documentos fundacionales y las hazañas de sus militantes activistas, el colectivo palestino se ha definido inequívocamente como el enemigo de Israel.

En consecuencia, sería descabellado esperar que Israel restrinja las medidas que emplea para contrarrestar la enemistad palestina, las medidas que emplea contra sus propios ciudadanos, ¡que no albergan tal enemistad!

La enemistad árabe no es de etnia árabe.

Este es el contexto en el que se deben percibir las diversas contramedidas que Israel emprende contra los miembros del colectivo del enemigo palestino, pero no contra sus propios ciudadanos, tales como: restricciones de viaje en ciertas carreteras; inspecciones intrusivas de seguridad en controles de carretera y puntos de control; detenciones administrativas preventivas; demolición de hogares de terroristas condenados; allanamientos en hogares sospechosos de albergar a miembros de organizaciones terroristas; y así.

Sin embargo, la aplicación de estas contramedidas coercitivas no está motivada por ninguna doctrina de superioridad racial, sino por preocupaciones de seguridad bien fundamentadas para la seguridad de los ciudadanos de Israel, preocupaciones que no son producto de mera malicia arbitraria, ni de algún prejuicio delirante cargado de odio. Por el contrario, son el resultado de años de amarga experiencia, de muerte y destrucción, forjados en los judíos por el odio árabe.

Por supuesto, uno podría disputar la sabiduría, la eficacia y / o la necesidad de cualquiera, o incluso todas, de estas medidas; pero no la razón detrás de su uso. Esto es, sin duda, debido a la enemistad árabe, no a la etnia árabe.

En consecuencia, Israel haría bien en aclarar, enérgica y resueltamente, esta simple verdad, que ha sido involuntariamente olvidada u oscurecida intencionalmente: identificar al enemigo como el enemigo no es “racismo”; es simplemente un imperativo dictado por el sentido común y por un instinto saludable para la supervivencia.

 

Fuente: Israel Rising / Traducción: Silvia Schnessel / Reproducción autorizada con la mención: © EnlaceJudíoMéxico