Enlace Judío México.- La dramatización sigue la cacería y captura de Adolf Eichmann en Argentina, en mayo de 1960, por parte de agentes israelíes encubiertos.

SOREN ANDERSEN

Las conversaciones con el mal se encuentran en el núcleo de “Operación Final.” Una dramatización de la cacería y captura de Adolf Eichmann en Argentina, en mayo de 1960, por parte de agentes israelíes encubiertos. La imagen es una novela de suspenso bien lograda, repleta de escenas de vigilancia secreta, pasaportes falsos y escapes por un pelo.

El Director Chris Weitz y el guionista Matthew Orton se han tomado importantes libertades con los hechos del incidente, el cual se desarrolló en Buenos Aires, donde el fugitivo Eichmann, protegido por las autoridades argentinas, había estado viviendo bajo un nombre falso. Libertades que abarcan desde la invención de un personaje femenino compuesto, que es el amante del miembro principal del equipo de secuestro, a la escenificación de un escape climático con las autoridades argentinas en caliente persecución del equipo mientras ellos corren hacia el aeropuerto, donde un avión israelí espera para transportarlos a salvo. Esa persecución no ocurrió nunca.

Dorado estándar del lirio estilo Hollywood, en otras palabras.

Pero son las escenas en una casa de Buenos Aires entre Eichmann (Ben Kingsley) y el agente del Mossad, Peter Malkin (Oscar Isaac) , el líder del equipo de secuestro, donde “Operación Final” se aleja de las situaciones acostumbradas de películas de espionaje. Es en esas escenas que habla el mal. No grita. No despotrica. Su tono es conversacional. Su calidad natural da escalofríos.

Uno de los principales arquitectos del Holocausto, y el único miembro del círculo interno de Hitler en ser llevado a juicio en Israel, Eichmann no afirma inocencia sino que dice en cambio, “Yo fui sólo un engranaje en una máquina.” Él reconoce ser el que hizo que los trenes a los campos de muerte funcionen en horario. Él es absolutamente impenitente. Él es un asesino en masa como burócrata, un funcionario, afirma él, sólo siguiendo órdenes.

Cuando Kingsley lo interpreta en una de las actuaciones más finas en la larga carrera del actor, no hay rabia en las palabras de Eichmann. Hay un desprecio taimado por sus captores y una sonrisita juega en sus labios durante un número de sus escenas. Malkin, un hombre cuya hermana y tres hijos pequeños fueron exterminados (su desaparición es descripta en una serie de escenas retrospectivas especulativas indicando que él no conocía las circunstancias específicas de sus muertes), observa a Eichmann con una mirada de aborrecimiento contenido y también una especie de curiosidad. Él quiere saber qué es lo que hace latir a este monstruo.

Sus escenas juntos son tensas, particularmente una en la cual Malkin afeita al cautivo con una navaja de afeitar mientras Eichmann habla en su estilo conversacional de su rol en el Holocausto. La disciplina que exhibe Malkin al resistir la tentación de cortar la garganta del hombre hace un momento particularmente memorable. La misión de mantener vivo a Eichmann para que él pueda enfrentar a la justicia en Israel pende de un hilo.

La misión tuvo éxito, por supuesto, y Eichmann fue juzgado y condenado en un juicio sensacionalista en Israel y colgado en 1962.

 

 

Fuente: The Seattle Times
Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México.

 

 

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