Enlace Judío México e Israel – “¿Hiciste la orden del libro con Baruj?” gritó mi esposa mientras me disponía a salir por la puerta el 11 de septiembre de 2001 a las 6:45 a.m.

ARI SCHONBRUN

Baruj es mi cuarto hijo. Sabiendo que no lo había ayudado, me di la vuelta y regresé a la casa para sentarme con él. Todo el proceso tomó unos veinte minutos. Esos 20 minutos salvaron mi vida.

Llegué al vestíbulo del World Trade Center aproximadamente a las 8:40 (veinte minutos más tarde de lo habitual) y esperé para tomar un ascensor hasta el piso 78. De ahí, crucé otro vestíbulo para llegar los ascensores que me llevarían al piso 101, donde se encontraba mi oficina. Ya eran las 8:45 aproximadamente. Casi llegando a los ascensores ocurrió una explosión. El edificio tembló, las luces se apagaron, fui arrojado al suelo y había humo por todas partes. Recuerdo haber gritado: “¿Qué pasó?”, Pero no hubo respuesta. Vi una luz de emergencia en un pasillo entre los ascensores y me arrastré hasta allí. Me puse de pie y caminé hasta el final del pasillo y, a la derecha, vi que había una oficina con la puerta entreabierta. Entré y vi a gente en diferentes estados. Algunos estaban histéricos, algunos estaban tranquilos y otros simplemente callados. Volví al pasillo para ver qué pasaba y fue entonces cuando encontré a Virginia, mi compañera de trabajo. Ella tenía quemaduras de tercer grado. Me decía que estaba sufriendo y me suplicaba que no la dejara. Le prometí que no la dejaría hasta que estuviera a salvo. Finalmente encontramos una escalera y nos dirigimos hacia abajo.

Cuando salimos del edificio, nos dirigimos a Church Street hacia una ambulancia que nos esperaba. Antes de partir en la ambulancia, Virginia se volvió hacia mí y me dijo: “Ari, vienes con nosotros”. No tuve otra opción dada su insistencia y me subí a la ambulancia. Fuimos una de las pocas ambulancias que logró huír de la escena ese día.

Virginia me agradece todos los días por salvarle la vida y sigo diciéndole “es todo lo contrario”. ¿Quién le salvó la vida a quién? Si ella no hubiese insistido en que me subiera a esa ambulancia, me habría quedado en el edificio cuando colapsó y me hubiese muerto.

He estado repasando esa escena una y otra vez en mi mente durante los últimos 15 años. No pasa un día sin que lo piense. Mi vida cambió desde ese día. He estado viajando por el mundo, contando mi historia, hablando de los milagros que me sucedieron ese día. He intentado que la gente comprenda que D-os dirige el mundo sin importar lo que pensemos, que el mundo va en la dirección equivocada y que hay un solo ser al que podemos acudir en busca de ayuda.

En 2003, tuvimos el apagón que dejó a 50 millones de personas en la oscuridad. Me preguntaba por qué. Entonces lo entendí. Estamos en un estado de oscuridad espiritual y ni siquiera lo sabemos. Entonces D-os puso a 50 millones de personas en la oscuridad para decirnos “esta es la oscuridad espiritual en la que se encuentran”. Luego tuvimos la crisis económica. Luego a Bernie Madoff y al Estado Islámico. Aquí hay un patrón. D-os nos está diciendo que no está muy contento con nosotros y que tenemos que despertar y recurrir a él. Él es el único que puede ayudarnos.

Este Rosh Hashaná, debemos proponernos orar mejor, dejar de hablar en la sinagoga, hacer buenas obras con más compasión, y preocuparnos por ambos lados de la Torá, las mitzvot entre el hombre y D-os y entre el hombre y su prójimo. Dejemos de hablar de boca para fuera y digamos a D-os desde el fondo de nuestros corazones que ya es suficiente.

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