Enlace Judío México e Israel.- Una tarde de octubre de 2017 caminé hacia el Teatro Walter Reade, una de las salas donde exponían las películas del 55º festival de cine neoyorquino. Era justo el momento en que salía una serie de personas hablando en francés. Entre ellas, destacaba un señor mayor, alto, con bastón, de cabello abundante, totalmente blanco. ¿Quién sería? Mi visión, ya estropeada, no me permitió reconocerlo. Varias personas lo fotografiaban. Yo también, de forma apresurada, acerté a tomarle dos fotos sin saber, repito, a quién estaba retratando. Pronto vinieron por él.

NEDDA G. DE ANHALT

Hice un repaso mental de las películas francesas de aquella muestra. Claude Lanzmann presentaba, en estreno mundial, cuatro documentales cortos filmados en 1970 a cuatro mujeres sobrevivientes del Holocausto: Hippocratic Oath, Baluty; Noah’s Ark + The Merry Flea. Ellas eran Paula Biren de Lodz; Ada Lichtman de Cracovia; Hannah Marton de Cluj, Transilvania, y Ruth Elias de Checoslovaquia. Ésta última es una heroína trágica que, después de haber sobrevivido tres campos de exterminio, termina en Auschwitz para toparse con la crueldad despiadada de Mengele. Los cuatro documentales se englobaron con el nombre de The Four Sisters.

Recordaba al cineasta con pelo castaño cuando lo conocí en el Estado de Israel. Fue un viaje organizado por Keren Hayesod, como apoyo solidario a esta joven nación. Judíos de diferentes partes del mundo fuimos. No recuerdo la fecha exacta, pero fue después de 1986, cuando el Primer Ministro era Isaac Shamir. Sobre ese encuentro con Lanzmann ya he escrito en ocasiones anteriores. Sólo agrego que no logré entrevistarlo. Sin embargo, pude hacerlo con Simon Wiesenthal.

Para que volviera a ver a Lanzmann en persona tendrían que pasar años. Esto fue cuando él, de pie en el anfiteatro del Alice Tully Hall, ofrecía una conferencia de prensa en el marco del 39º festival de cine neoyorquino. Era el estreno de su filme Sobibor, 14 octubre 1943, 16 heures. Ahí escucharemos la voz de Yehuda Lerner, hombre sencillo que narra un thriller donde lo horroroso y lo heroico se confunden en una operación casi militar hasta transformarse en acto neto de justicia ante una realidad infame. ¿Qué pasó en ese campo de exterminio en fecha y hora tan detalladamente exactas? Algo verdaderamente prodigioso ocurrió en ese lugar petrificado de aullidos de muerte. Fue un suceso que echó por tierra, de manera irrefutable, esa versión que “los judíos se dejaron matar como dóciles ovejas”. Al respecto, se está documentando que en otros campos de exterminio ocurrieron más “sucesos” tipo “Sobibor”.

En ese festival Lanzmann se veía erguido, robusto, y con una mirada que resaltaba los ojos de un alma intensa, alerta. En aquel entonces, sentada en primera fila escuché su anuncio. El gobierno francés había aprobado, por ley, que en las escuelas francesas mostraran secuencias de la película Shoah (EUA, 1985, 566’ o 9½ horas), como parte de la enseñanza histórica sobre el Holocausto. Posteriormente, debido a presiones políticas de organizaciones palestinas, dicha ley fue abolida.

A mi regreso a México, pedí a Mónica Gutiérrez quien me asiste a trascribir, que me ayudara a buscar en Internet una fotografía reciente de Claude Lanzmann para cotejarla con la mía. Lentes y lupa confirmaron que, sí, era el mismo rostro fotografiado días antes.

Dicen que “las oportunidades se pintan calvas” y yo había perdido la mía. Sin embargo, cada encuentro, aun si es un desencuentro, está diseñado por el destino y tiene consecuencias. La mía, desde aquella vez en Israel, fue respetar y admirar su obra fílmica. He visto todos sus documentales, excepto uno.

Shoah es un poema épico. Y si el Ulises de James Joyce fue una novela escrita con énfasis al oído, de igual modo, la película de Lanzmann está diseñada para escuchar esas voces.

Cómo olvidar en Shoah el abrupto silencio de Abraham Bomba, peluquero obligado a cortar el pelo de judíos antes de pasar a las supuestas “duchas”. Esas cabelleras servirían de relleno para almohadas. Recordemos que Alemania sostuvo una industria floreciente con los cadáveres de los judíos: el oro extraído de sus muelas; de sus huesos, botones; zapatillas y pantallas en lámparas, de su piel; jabones de su grasa corporal y un largo y pervertido etcétera. Cómo olvidar al checoslovaco encargado a cada rato, todo el día, día tras día, de limpiar micción, excremento y sangre menstrual de esas víctimas una vez que sus cuerpos eran removidos. Y así, hasta el momento en que llegó un grupo de sus paisanos cantando el himno de Checoslovaquia y él decidió, entonces, morir con ellos. Se lo impidieron. Él tendría que vivir para contar lo que estaba sucediendo. Cómo olvidar la entrevista antológica que Lanzmann sostiene con el SS Suchomel, encargado en jefe de Treblinka. Este nazi jamás imaginó que todo lo que iba contando a Lanzmann estaba siendo grabado. Recupero sólo una pregunta y su respuesta que aparecen en mi libro :

-“Lanzmann: ¿Es cierto que morían al día 18 mil judíos?
-Suchomel: Eso es una exageración, señor Lanzmann, si acaso de 12 mil a 15 mil. Treblinka era muy primitiva…”

Además de Shoah, hay que escuchar, en Un Vivant qui passe (Nueva Zelandia, 1999, 65’), cómo un representante de la Cruz Roja Internacional sigue insistiendo a Lanzmann que “en Theresienstadt no se mataban judíos”, cuando en The Last of the Injust (Francia, 2013, 220’), Benjamin Murmelstein explica que todas las noches en esos sótanos los mataban por medio del ahorcamiento. Y por si hubiera duda, Aarón Cohen, el director de Paraíso en Auschwitz, quien visitó Theresienstadt, me aclaró que, en ese campo de exterminio, no sólo se asesinaba judíos por ahorcamiento, sino también funcionaba, escondida, una cámara de gas.

En el mundo moderno ha habido muchos voceros del oscurantismo, pero la ceguera histórica de este representante de la Cruz Roja se gana las palmas del candor o del cinismo.

Los testimonios que Lanzmann logró mostrar en sus películas merecen un reconocimiento celebratorio. Ponen en evidencia ese horror hundido, tanto en víctimas como en victimarios, que aflora para convertirse en verdad transparente.

Si hubiera podido entrevistara Lanzmann le habría hecho dos preguntas. La primera, que me informara si es verdad que Hitler fingió su suicidio, huyendo a Argentina con Eva Braun. Los científicos certificaron que el cráneo hallado en su tumba pertenece a una mujer. Y que, en la casa subterránea encontrada en Argentina, además de cruces gamadas esculpidas en piedras hallaron también restos de una medicina similar a la que tomaba Hitler. Él, a pesar de ser vegetariano, padecía de gastritis aguda ya crónica. Se rumora que Eichmann fue a visitarlo y existe un retrato de ambos juntos. Hace años se escribió un libro al respecto, pero los rumores han cobrado vigencia, ahora que se ha abierto, parcialmente, el archivo del Presidente John F. Kennedy.

La segunda pregunta no sólo es rumor, sino un hecho. Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, muchos nazis, asumiendo astutamente una falsa identidad, se hicieron pasar por judíos para entrar a diferentes países. Han dominado y algunos aún dominan puestos de poder. Además, tanto sus hijos como sus nietos, hoy en día también siguen ejerciendo el poder. Ahora bien, si usted me hubiera dicho que no todos los SS tuvieron que asumir falsa identidad, sino que llegaron “tal cual” y fueron acogidos y empleados con beneplácito, tendría que creerle porque usted tanto como Wiesenthal conocen mucho sobre este tema. Mi pregunta hubiera sido ¿cuál sería su estrategia para identificarlos y exponer a estos pseudo-judíos?

Claude Lanzmann nació en Bois-Colombes, Francia el 27 de noviembre de 1925 y murió en París el 5 de julio de 2018 a los 92 años. Deseo QEPD, mas temo que ni en el otro mundo pueda encontrar descanso, preocupado como estuvo por apoyar al Estado de Israel. Un país pequeño de territorio y población, pero grande en logros espirituales, intelectuales, científicos, cuya herencia histórica es milenaria. En estos “tiempos nublados” esa nación vive amenazada por países, reinos y hasta por organismos que, supuestamente, abogan por la paz. O sea, el territorio del pueblo elegido por D-os se ha convertido en la manzana de oro, que los ambiciosos apetecen poseer. Claude Lanzmann que poseía una conciencia intelectual, crítica y moderna, posiblemente sabía de todo esto.

Para los que hemos tenido el privilegio de haber visto sus películas, le agradecemos las revelaciones que éstas contienen porque son y serán un legado histórico invaluable para la humanidad. Gracias, señor Lanzmann, una vez más y siempre.

 

 

 

 

 

 

 

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