Enlace Judío México e Israel.- No era difícil de predecir, aun antes de la decisión de Angela Merkel de mantener las puertas de Alemania abiertas a los refugiados sirios en 2015, que la coalición entre la Unión Demócrata Cristiana (CDU), que encabeza Merkel, y la Unión Social Cristiana (CSU) -su hermano gemelo bávaro-, que ha controlado la política alemana por casi 70 años, estaba a punto de caducar.

ISABEL TURRENT

Merkel había padecido por un buen tiempo el desgaste que acecha a todo político con tantos años en el poder, y sus pleitos y desencuentros con Horst Seehofer, el primer ministro de Baviera y líder de CSU, eran legendarios. Alguna vez un historiador de la CSU afirmó que la antipatía entre Merkel y Seehofer no tenía precedentes en la política alemana de posguerra.

Pero la alianza CDU/CSU hubiera tal vez sobrevivido esa mutua antipatía, porque era muy conveniente para los dos -apuntalaba el poder de Merkel y le daba a CSU una resonancia política nacional-, si Alemania no se hubiera visto envuelta en el torbellino nacionalista y cultural de ultraderecha que ha transformado la política mundial en unos cuantos años.

Merkel leyó mal el cambio en la atmósfera política de la esfera de influencia alemana: la Unión Europea (UE). No pudo ver que frente a la oleada de inmigrantes sirios, muchos países europeos habían transitado de la defensa democrática de los derechos humanos al rechazo abierto a los inmigrantes. Y del liberalismo, a los dictadores. Su intento por imponer cuotas de inmigrantes a los miembros de la UE fracasó. Entre otros países, Hungría y Polonia se negaron a recibir un solo refugiado musulmán.

Cuando, a pesar de la falta de consenso europeo, Merkel decidió aceptar a cerca de un millón de esos inmigrantes, leyó mal también lo que estaba pasando en Alemania. Su decisión aceleró el cambio, que ya estaba en el aire, de las normas políticas del país. Angela Merkel había arrastrado por años y contra viento y marea al CDU de la derecha al centro político.

Para 2015, la certeza centrista y democrática que caracterizaban la predecible vida política alemana dio lugar a la fragmentación y a la radicalización política. El partido de Los Verdes giró a la izquierda y atrajo a los votantes del Partido Socialdemócrata (PSD) -el socio de centro izquierda de la coalición gobernante- y la CSU se movió hacia la derecha xenófoba para evitar ser rebasada por lo que había sido, hasta entonces, un partido marginal: Alternativa para Alemania (AfD).

La CDU y sus socios perdieron rápidamente la batalla contra AfD: en 2017 ganó suficientes votos para ocupar escaños en el Bundestag. Un año después, la polarización y el ascenso político de Afd mandaron a retiro a Merkel. En octubre, dos elecciones consecutivas en Baviera y en Hesse hicieron evidente la debilidad política de la coalición gobernante. Angela Merkel anunció que, después de 18 años de dirigir a la CDU, no buscaría la reelección en diciembre (y probablemente Seehofer la acompañará en el retiro).

El problema para Alemania es que ese cambio de liderazgo no borrará del mapa político a la AfD, ni a su exitoso libreto. Sus líderes han proclamado, por supuesto, que el multiculturalismo, la tolerancia y las fronteras abiertas amenazan “liquidar a Alemania y a la nación cultural germana”*. Pero no proponen tan sólo cerrar Alemania a los inmigrantes: pretenden transformar la visión histórica del país. Han roto, sin consecuencias electorales, el imperativo ético de expiar como nación por los pecados del nazismo (Hitler, afirmó el refinado Gauland, líder de AfD, es apenas “una cagada de pájaro en un milenio de triunfal historia alemana”), y han teñido su programa de antisemitismo, minimizando la importancia del Holocausto.

El eclipse de Merkel y el ascenso de la ultraderecha alemana fortalecerán el renacimiento de un nacionalismo excluyente que podría cambiar el rumbo de la historia alemana de posguerra y debilitar a la Unión Europea. Un escenario ominoso porque la UE ha sido, no sólo el motor del éxito económico alemán, sino el ancla que ha amarrado al país a un proyecto común: la única garantía para sus vecinos de que Alemania ha expurgado de su DNA el nacionalismo expansionista, que enarbola AfD, y que bañó de sangre a Europa en dos guerras mundiales.

 

 


Fuente: reforma.com