Enlace Judío México / Rab. Jonathan Sacks – Nuestros comentaristas hacen una pregunta sumamente interesante sobre Janucá. Durante ocho días encendemos luces y decimos una oración por los milagros hechos a nuestros antepasados cada noche. Sin embargo, ¿cuál fue el milagro de la primera noche? El fuego que debió haber durado una noche duró ocho. Eso significa que ocurrió un evento milagroso desde el segundo día hasta el octavo, pero aparentemente nada sobrenatural ocurrió el primer día.

Quizás el milagro fue otro: que los macabeos hayan encontrado una vasija de aceite con su sello intacto, sin desacralizar. No había ni una razón para creer que cualquier cosa hubiera resistido la profanación sistemática que los griegos hicieron al Templo. Aun así, los macabeos buscaron y encontraron un frasco. ¿Por qué buscaron? Porque tenían fe en que algo podía sobrevivir a la peor tragedia. El milagro de la primera noche fue el de la fe, creer que podía quedar algo con lo cual empezar nuevamente.

Así ha sido siempre la historia judía. Ha habido épocas en las que cualquier otro pueblo se hubiera rendido ante la desesperanza y desesperación: después de la destrucción del Templo, tras la masacre de las cruzadas, con la Expulsión Española, los pogromos o la Shoa. Sin embargo, los judíos no se sentaron a llorar. Juntaron lo que les quedaba y reconstruyeron nuestro pueblo. Encendieron una luz incomparable en toda la historia humana; una luz que le enseña al mundo y a nosotros el poder del espíritu humano para superar cualquier tragedia y rehusarse a aceptar la derrota.

Desde los días de Moisés con arbusto ardiente que no se consumía, y desde los macabeos con su jarro de aceite, el judaísmo ha sido el “ner tamid”; la llama ardiente que ninguna fuerza en la tierra puede apagar.

Fuente: Rab. Johnathan Sacks Online