Enlace Judío México e Israel.- El vuelco ha sido incontenible en los últimos años. Los nacionalismos exacerbados vuelven a estar de moda, a contracorriente de la ola de globalización y multiculturalismo de las décadas pasadas.

Las mayorías —nacionales, étnicas o religiosas— que se perciben a sí mismas como la encarnación más legítima y pura de la identidad de una nación están hoy a la ofensiva en mucha partes, como lo demuestran numerosos casos: el supremacismo blanco, Wasp en Estados Unidos; las peroratas exultantes del europeísmo blanco y cristiano de los gobiernos de Hungría, Polonia, Italia y Austria, peroratas que no se quedan en palabras, sino que desembocan en políticas específicas para evitar “la contaminación” de sus entornos con elementos ajenos al modelo dominante; el ascenso en las preferencias electorales de los partidos de derecha extrema nacionalista en Alemania, Francia y Países Bajos, cuyas agendas no niegan su xenofobia y desprecio por las minorías; la sorprendente elección para la presidencia en Brasil de un personaje como Jair Bolsonaro, explícitamente racista e insultante hacia muchos de sus propios conciudadanos.

Lo cual no significa que fuera del entorno propiamente occidental las cosas sean diferentes. Es más, puede afirmarse que tanto en África como en el Medio y Lejano Oriente de matriz no cristiana, el estatus de las minorías ha sido, desde hace mucho, de una enorme fragilidad. Los ejemplos de quienes sufren de esa desventaja son múltiples: chiitas dentro de mayorías sunnitas, como en Arabia Saudita o Yemen; sunnitas viviendo entre mayorías chiitas, como en el actual Irak; kurdos dentro de Turquía; tibetanos en China; rohinyas musulmanes en Birmania; bahais en Irán, y, por supuesto, millones de cristianos que viven desde hace dos milenios en territorios hoy integrantes del gran mundo musulmán, que abarca a 57 países del orbe, pero que hoy se ven obligados a dispersarse por donde les es posible para huir de hostigamientos y discriminaciones.

El caso de los cristianos coptos de Egipto es en ese contexto, emblemático. Siendo, aproximadamente, un 10% de la población total egipcia de 96 millones de habitantes, y pudiéndose rastrear su presencia en esa zona desde los albores del cristianismo, siguen padeciendo violencia sectaria y exclusiones graves en la vida diaria. Ya fuese durante las presidencias de Nasser, Sadat y Mubárak o bajo la gestión durante el periodo 2012-13 de la Hermandad Musulmana, su situación fue siempre de minoría acosada y lastimada. Ello no ha cambiado un ápice durante el actual gobierno militar del Abdel Fatah Al-Sisi. Por ejemplo, en mayo de 2017, un comando islamista atacó a un autobús de peregrinos coptos que se dirigía al monasterio ortodoxo de San Samuel, matando a 28 personas, y más recientemente, el 2 de noviembre pasado, un ataque similar contra fieles coptos que salían de ese mismo monasterio dejó un saldo de siete muertos y 14 heridos.

Por supuesto, a pesar de que el gobierno egipcio condene oficialmente esa violencia asesina, es obvio que al mismo tiempo sostiene una política general de exaltación de la identidad egipcia fincada en el ser musulmán, y promueve exclusiones diversas de quienes no caben en el molde islámico.

En ese sentido, cabe marcar la similitud que tiene la condena de Al-Sisi a los ataques anticoptos, con las que el presidente Trump expresa ante hechos de violencia racista en Estados Unidos, uno de cuyos ejemplos recientes fue el de la matanza de fieles judíos en una sinagoga en Pittsburgh.

En ambos casos, condenas de dientes para afuera, cuando en realidad sus decisiones políticas y sus retóricas son innegablemente cómplices en la creación de una atmósfera propensa a que ese tipo de ataques ocurran.

Hubo un tiempo en que dentro de la postura humanista que aspira a un mundo con mayor tolerancia se tuvo la expectativa de que la parte del planeta donde las minorías eran oprimidas y violentadas pudiera ir adoptando los patrones de respeto de derechos humanos y de las minorías que ya prevalecían, sobre todo, en el Occidente desarrollado.

Por desgracia, las cosas han resultado al revés. No sólo en Latinoamérica, África y el Oriente la situación precaria de las minorías se mantiene vigente, sino, además, en aquellos lugares donde esos avances eran una realidad, la tendencia actual apunta a una regresión a los modelos de ultranacionalismo excluyente que tanto odio y sufrimiento han producido.

 

 

 

Fuente:excelsior.com.mx