Enlace Judío México e Israel.- ¿Tiene sentido la petición que le hizo el Primer Ministro Benjamín Netanyahu a cientos de periodistas judíos que se reunieron con él esta semana? Les dijo que para combatir los intentos de boicot contra Israel sólo tenemos que decir la verdad.

IRVING GATELL EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

Llevo más de veinticinco años peleando, de un modo u otro, con este asunto de la información respecto a Israel. Y es que vengo de hogar sionista. La primera vez que realmente estuve al pendiente de los noticieros fue en 1982, cuando la operación Viñas de Ira fue aplicada por Israel en Líbano para reventar la infraestructura terrorista de la OLP. Y luego, mi primer recuerdo nítido de una celebración casera por un asunto político extranjero fue cuando en 1983 ganó la elección Yitzjak Shamir (Z”L) y se convirtió en Primer Ministro.

No tardé en empezar a descubrir la animadversión que había hacia todo lo relacionado con Israel. Pasé mi temporada de dudas hasta que una tarde, por ahí de 1988, me topé con un documental en la televisión sobre el grupo terrorista Hezbolá. Lo vi casi completo. Tenía interés en escuchar sus puntos de vista de por qué había que luchar contra Israel, y quedé sorprendido cuando el entrevistado explicó, sin ninguna ambigüedad que pudiera dejar huecos interpretativos en sus palabras, que estaban comprometidos con la destrucción de Israel porque su existencia era una injusticia. ¿En qué términos? Explícitamente dijo que era injusta porque en un territorio que ya fue gobernado por el Islam no debe existir un estado no islámico.

Nada más. Cuando habló de justicia o injusticia no habló de la causa palestina. No dijo nada sobre refugiados o árabes viviendo en condiciones difíciles. Sólo habló de un asunto religioso, un dogma.

Desde ese momento me quedó claro que eso no tenía sentido, y poco a poco fui acumulando información no nada más sobre el conflicto como tal, sino sobre la controversia por el conflicto.

Mi posición, a más de dos décadas de haber comenzado este periplo, es que la “causa palestina” se basa en una narrativa falsa que tuerce y manipula la Historia, y surge de un odio sesgado contra los judíos (o de un miedo irracional cuando es el caso de los judíos que la abrazan).

Nunca, hasta este momento, me he topado con alguien que asuma este tipo de posiciones y que ofrezca una argumentación razonable basada en datos verificados y verificables. Siempre, inequívocamente, sus discursos están construidos principalmente con fórmulas demagógicas, clichés y arengas panfletarias.

Por supuesto, me reservé durante mucho tiempo el derecho a la duda. Es decir: consideré la posibilidad de que por alguna razón misteriosa el destino siempre me hubiera puesto a discutir con gente torpe y mal informada. Y que tal vez algún día el asunto sería distinto y me tocaría un interlocutor que me ofreciera buenas razones y, por primera vez, me obligara a sudar y pensarle en serio para defender a Israel.

Pero no. Por ahí de 2003 o 2004 tuve la ocasión de discutir con un embajador palestino. Fue en una conferencia que se dio en la escuela de Bellas Artes, donde yo era profesor de música, y el evento estuvo organizado por activistas que iban a recopilar firmas de apoyo para la causa palestina.

El podio lo ocuparon una activista, un periodista, y el embajador. Expusieron su asunto. Luego vino la sesión de preguntas y respuestas, y ardió Troya.

No me lo esperaba, pero en realidad fue bastante sencillo apabullar al embajador y a sus dos paleros. Reventaron tan pronto como empecé a aclarar los datos históricos sobre los conflictos árabe-israelíes. Y es que ellos estaban recurriendo a una estrategia de manipulación de datos demasiado rudimentaria y descarada. Por ejemplo, cuando hablaron de la Guerra de los Seis Días la mencionaron como un episodio en el que Israel de repente lanzó sus tropas a conquistar territorio y listo. Se apoderó de no sé cuánta cosa. Obviamente, casi se infartaron cuando les recordé que el movimiento militar israelí había sido netamente defensivo, y que toda la agresión la habían iniciado los árabes.

Por un momento pensé que habían aplicado esa estrategia confiando en que los muchachos –adolescentes de entre 15 y 19 años– no sabrían nada del tema, pero incluso después de que se dieron cuenta de que yo sí conocía el asunto –y bastante bien– trataron de seguir aplicando esa misma estrategia: verdades a medias, información manipulada.

Puedo presumir que los desbaraté. Al final, ni un solo alumno quiso firmarles nada. Se fueron en blanco, sin apoyo para la causa palestina.

Esa charla me dejó todavía más claro el asunto: ¿Quién mejor que un embajador para explicar la postura palestina? Dudo que exista alguien que conozca mejor el fenómeno desde adentro. Hace poco pude corroborar mis sospechas: participé en un programa vía internet y discutí el asunto con un palestino. Uno de los principales dirigentes de los grupos palestinos en América Latina. Y le fue igual que al embajador porque usó exactamente la misma estrategia: manipulación, datos sesgados, verdades a medias, incluso mentiras descaradas.

Lo único que tuve que hacer, nuevamente, fue decir las cosas como son. Dar los datos precisos: fechas, nombres, cifras, eventos.

Los adherentes a la causa palestina suelen atragantarse con eso. He visto a lo largo de los años que su postura es eminentemente visceral. En principio, una apasionada aunque torpe obsesión por “justicia”, arruinada por una completa torpeza que les hace confundir los valores morales. Para ellos, los palestinos luchan contra un opresor y por ello están justificados para cometer cualquier cantidad de crímenes; Israel, en cambio, es fuerte y próspero –esos pecados imperdonables para los socialistas de mente débil–, y por ello ni siquiera tiene derecho a defenderse.

Pero poco a poco van aflorando más cosas. Cuando se les reta a hablar de todas las calamidades que sufren los palestinos –por ejemplo, los crímenes de guerra que han cometido contra ellos las tropas de Bashar el Assad en Siria–, se hace evidente muy pronto que ni siquiera están enterados de qué sucede. En su cabecita los únicos que agreden palestinos son los israelíes, y siempre dejan una estela de miles de muertos. Incluso, hay quien me ha hablado de los “millones de niños palestinos asesinados por Israel”. Se infartan cuando los confronto con los fríos números y descubren que en casi 40 años de enfrentamientos directos contra Israel, han muerto alrededor de 40 mil palestinos. No millones, y menos aún niños. Se infartan otra vez y peor cuando se enteran que la peor masacre de palestinos –tal vez hasta 50 mil muertos en tres semanas– fue perpetrada por el ejército de Jordania.

Y así sucesivamente.

Ni qué decir cuando se les explica el origen étnico-cultural del hoy llamado pueblo palestino, de la realidad política en la zona antes de 1948, y de cómo el conflicto nunca tuvo nada que ver con asentamientos o “territorios ocupados”.

Por eso, el mensaje de Netanyahu resulta más que pertinente. Porque es cierto: nuestra principal arma contra los intentos por boicotear a Israel es la verdad. Basta decir las cosas como son, datos precisos, fechas, nombres, eventos, cifras.

Los propalestinos no pueden contra eso. Toda su propaganda está basada en una distorsión perversa de la realidad, y demostrarlo es fácil.

Hace poco, en una charla en Facebook alguien de repente apareció explicando que ya había descubierto qué me pasaba. Posteó el link de un artículo de una célebre revista mexicana de tendencia izquierdista, en donde descifraban cuál era el problema con Enlace Judío y sus colaboradores: que hacían Hasbará. Y explicaban que la Hasbará es ese esfuerzo por defender a Israel.

El artículo era magnífico por el modo en que ejemplificaba los monstruosos e irracionales prejuicios de esa gente. En ningún momento se adentró en el análisis de nada. Simplemente, el autor calificó la Hasbará como un problema por la simple razón de que defiende a Israel, asumiendo como tautología que a Israel no habría que defenderlo porque es malo.

Obviamente, me reí de semejante tontería. Repliqué que si querían saber que Enlace Judío, yo y otros nos dedicamos a la Hasbará, sólo había que preguntarlo.

Porque sí. A eso me dedico, y a mucha honra.


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