Enlace Judío México e Israel.- Acabamos de comenzar el año 2019, y a muchos les surgen muchas preguntas sobre qué hacemos o qué no hacemos los judíos en este caso, toda vez que el concepto de “año 2019” está heredado de la antigüedad greco-latina, y eventualmente filtrado por la religión cristiana.

IRVING GATELL EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

Una cosa es segura: los judíos no le damos ninguna significación religiosa al Año Nuevo que se celebra entre el 31 de Diciembre y el 1 de Enero. Pero eso es algo más bien natural. En realidad, desde hace varias décadas –si no es que siglos– es una fiesta que se ha secularizado por completo. Por ello, me atrevo a afirmar que la gran mayoría de los judíos que viven en el mundo occidental celebran este Año Nuevo sin ningún remordimiento de conciencia, ya que se trata de un festejo eminentemente civil. Y aun quienes no lo celebran no se limitan al mandar sus buenos deseos para todos los que sí lo celebran, porque eso sí está claramente arraigado en la ética judía: desearle el bien a todos todo el tiempo.

Lo que pocos saben es que hay un detalle del festejo civil de Año Nuevo que puede resultarle muy atractivo al judío, y es la noción de que se trata de una época de renovación. Y es que a los judíos nos encanta esa palabra y ese reto. De hecho, pocas religiones –si no es que ninguna– están tan comprometidas como el Judaísmo con las nociones y rituales de renovación.

Por supuesto, el más importante es el que se da en los llamados Yamim Noraim, que son los diez días “terribles” o “tremendos” que hay entre Rosh Hashaná (1 de Tishrei) y Yom Kipur (10 de Tishrei). De acuerdo a nuestras creencias ancestrales, es el momento en que se celebra el aniversario de la Creación y, además, el momento en que D-os juzga a la naturaleza entera –incluidos nosotros– y se sella cuál habrá de ser nuestro destino para el siguiente año.

Es, por consecuencia, la época en la que los judíos más reflexionamos sobre todo aquello que debemos eliminar, corregir, cambiar, matizar o mejorar en nuestra existencia. Es decir, cuando más cabeza le echamos a nuestra renovación.

Pero no es la única fecha. De hecho, el judaísmo tiene una marcada vocación –casi podría decirse que obsesión– renovadora, y por ello se celebran otros dos “años nuevos” con una connotación religiosa o tradicional bien definida. Uno, por supuesto, es Pésaj o la Pascua, aniversario de nuestra salida de Egipto, y la Torá define por ello a Nisán como “el primero de los meses” para el pueblo judío. En Tishrei celebramos el aniversario de la Creación del universo; en Nisán, el aniversario de la creación de la nación de Israel como pueblo libre.

Eso nos obliga a renovarnos en otro sentido, muy vinculado con el evidente ciclo agrícola, ya que es una festividad de primavera. En la antigüedad, la marca dada por la propia tierra para señalar que ya se podía celebrar Pésaj era la maduración de la cebada. Es decir, los campos han florecido, están listos para dar su fruto. El ser humano, en consecuencia, puede celebrar su libertad (porque sólo el hombre libre puede ser un campo fértil para dar su fruto).

Nuestro otro Año Nuevo es Tu Bishvat, el Año Nuevo de los Árboles (y que estaremos celebrando a finales de Enero), porque también la naturaleza se renueva. En esta fecha los judíos acostumbramos a plantar árboles para garantizar que la vida será posible en las futuras generaciones (porque pocas cosas son tan importantes como los árboles para la vida misma).

No es una idea banal o meramente sentimental. Es algo que ha marcado la idiosincrasia judía de un modo contundente, y por ello existen organizaciones tan singulares como el Keren Kayemet Leisrael, una institución fundada específicamente para reforestar un país que, hace cien años, era un desierto. Desde entonces se volvió toda una tradición que cada familia judía tuviera su pushke azul, es decir, su alcancía del Keren Kayemet en la que ponían todas esas monedas que iban sobrando, y cuando por fin se llenaba la alcancía se entregaba a las oficinas locales del KKL, y el dinero era enviado a Eretz Israel para financiar un árbol, dos árboles, los que fueran posibles.

Todavía hasta la fecha el KKL otorga certificados a los donadores que, por decirlo de algún modo, adoptan un árbol en los bosques de Israel, ya sea para cuidarlo o para sembrarlo.

De ese modo y con esa vocación por la renovación, hoy por hoy Israel es el único país del mundo que, durante varias décadas y de manera sostenida, la extensión territorial de los bosques va en aumento. Es decir, en Israel la deforestación no es un problema. Nuestros bosques no pierden territorio, sino que lo ganan.

Toda esta convicción de que los ciclos naturales (Tu Bishvat), la sociedad misma (Pésaj) y la Creación entera (Rosh Hashaná-Yom Kipur) se renuevan cada año, desciende a la esfera de lo cotidiano por medio de dos momentos especiales que se repiten continuamente, y que tratan sobre la renovación de lo íntimo, lo cercano, lo personal.

Se trata de Rosh Jodesh (el inicio de cada mes lunar) y Shabat (el día sagrado que se celebra cada siete días). Son otros dos momentos en los que el judío recuerda que se tiene que renovar, que tiene que crecer, que se tiene que superar. Uno depende de un ciclo astronómico bien definido (la luna nueva); el otro, de la convicción de que el equilibrio sólo se da si le damos descanso al alma, al cuerpo, a la mente, y al resto del mundo por medio del reposo santificado, la intimidad hogareña, y el estudio de la Torá.

De esa manera, cada semana y cada mes el judío reinicia sus actividades con una profunda sensación de que todo ha sido purificado, transformado, adecuado para un nuevo esfuerzo, un nuevo compromiso.

Y todavía hay un nivel más personal y casero de esta convicción de renovación: el momento en que cada mañana el judío se despierta para pronunciar el Modé Ani Lefaneja, una oración en la que se agradece a D-os el haber devuelto el alma a los cuerpos inertes.

Porque para el judío cada mañana es eso: la oportunidad que D-os nos da al devolvernos el alma después del sueño. Habrá un día en que cada uno de nosotros se entregue al sueño eterno, y con ello se ponga fin a nuestra vida biológica. Por eso, mientras cada mañana podamos ver de nuevo el amanecer y seguir adelante con nuestra labor en este plano de existencia, agradecemos a D-os que en ese momento nos ha renovado en el más íntimo de nosotros mismos, en nuestra propia conciencia individual, en nuestro propio pensamiento.

Esa es la razón por la que el pueblo judío siempre está escribiendo, siempre está disertando, siempre está inventando.

Tenemos una vocación incontrolable por la renovación.

Por eso debo confesar que celebrar el Año Nuevo civil también tiene su encanto. Comienza un nuevo período fiscal, corporativo, escolar, laboral. Así que se abren nuevas oportunidades para crecer, mejorar, desarrollarse.

No porque los astros así lo quieran. Esa es una superstición carente de valor para el judaísmo.

Si todas esas oportunidades se abren delante de nosotros, es sólo porque nosotros estemos dispuestos a abrirlas, a lograrlas, a construirlas.

¿Vale la pena? Seguro que sí. Nuestra vocación de renovación ha permitido que en setenta años nuestro país se convierta en el mayor ejemplo de éxito en todo sentido, desde su reforestación hasta el sobreponernos a nuestros enemigos.

Así que aprovechemos la coyuntura de estos primeros días de enero, y redoblemos nuestros esfuerzos por mejorarnos a nosotros mismos, y mejorar lo que nos rodea.

Se puede y se debe intentar, sólo por la convicción y gusto de renovarnos siempre.

 

 

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