Enlace Judío México e Israel.-Supervivientes del Holocausto nazi relatan en un libro cómo eludieron la muerte gracias a casualidades.

MARÍA-PAZ LÓPEZ

En marzo de 1944, la adolescente judía Rachel Oschitzki llegó al campo de exterminio nazi de Auschwitz. “Yo tenía 15 años; iba con mi hermana Ethel y sus dos hijos; ella llevaba de la mano a su niña de tres años, y yo llevaba en brazos al niño de año y medio”, explica Oschitzki, que tiene ahora 91 años. Entonces, un médico alemán se acercó y le preguntó si el niño era hijo suyo. “Le respondí que no, que era de mi hermana; él me dijo: ‘Dáselo a ella y sígueme’. Y así me salvó la vida –relata con gran serenidad–. No lo sabíamos, pero estábamos en la fila hacia las cámaras de gas. Él me llevó hacia la zona de los considerados válidos para trabajar. Mi hermana y los niños nunca volvieron”. Rachel acabó en trabajos forzados en una fábrica de munición en Renania.

Rachel Oschitzki escapó a la muerte de milagro, por la intervención fortuita de un hombre que ella sospecha pudo ser el infame doctor Josef Mengele, responsable de inhumanos experimentos en Auschwitz. “No tengo la total seguridad, pero Mengele solía estar presente en la selección de personas, y creo que un simple médico no se hubiera atrevido a decidir sobre mí”, dijo Oschitzki en la presentación ayer en Berlín del libro de entrevistas Unfassbare Wunder (Milagros increíbles, ed. Böhlau), articulado en torno a las casualidades, ayudas inesperadas, coincidencias, o golpes de fortuna que salvaron la vida a 25 judíos durante el Holocausto.

Precisamente este domingo se cumplen 74 años de la liberación de Auschwitz por el Ejército Rojo. Tras la guerra, Rachel Oschitzki, nacida en 1928 en Krasna Hora (entonces Checoslovaquia, hoy Ucrania), vivió ocho años en Israel. En 1956, por un cúmulo de circunstancias, se instaló en Berlín con su marido, también judío, con quien tuvo tres hijos.

“No todos los entrevistados son tan precisos como Rachel, hubo una persona que lloraba a cada cosa que decía; pero algunas de las frases que he oído me han perseguido por la noche al irme a dormir”, dice la autora, Alexandra Föderl-Schmid, austriaca, corresponsal en Israel del Süddeutsche Zeitung. Föderl-Schmid y el fotógrafo alemán Konrad Rufus Müller –conocido en Alemania por sus retratos de cancilleres– visitaron en sus hogares a supervivientes en Alemania, Austria e Israel.

La salvación para algunos se debió a la valentía de otras personas. En la primavera de 1944, Marianna Bergida tenía cuatro meses cuando su niñera Elisabeth –que no era judía– la sacó, metida en un cesto, de un campo provisional para judíos, en el que estaba con su madre y una hermana de seis años, en Kosice (entonces Hungría, hoy Eslovaquia). La madre y la hermana fueron gaseadas en Auschwitz. Elisabeth logró ser alojada con la bebé en casa de una familia. Marianna tenía tres años cuando se reunió con su padre, superviviente de Auschwitz y Mauthausen. Ahora tiene 75, y desde 1968 reside en Munich.

“Otro caso increíble es el de Marko Feingold, que sobrevivió a cuatro campos nazis: Auschwitz, Dachau, Neuengamme y Buchenwald –explica la autora–. Cuando lo detuvieron en 1939 en Austria, vestía un traje; los nazis se lo quitaron, pero el traje le siguió de campo en campo, y le fue devuelto en 1945, con la liberación. Marko lo cuenta con mucho humor; dice que no hay nada como una buena gerencia, y que el traje era de primera. Cuando se lo devolvieron, él pesaba 36 kilos y no le valía”. El austriaco Marko Feingold, que tiene ahora 105 años, se instaló en Salzburgo. En la inmediata posguerra, ayudó a cien mil judíos a cruzar el paso del Brennero para llegar a Italia y de allí embarcar hacia Palestina, entonces aún bajo mandato británico. Reino Unido prohibía a los refugiados judíos ir a Palestina.

En algunos casos, como en el de Rachel Oschitzki, el milagro se produjo más de una vez. Ocurrió todavía en Auschwitz, hacia mayo de 1944. “Entró en el barracón una guardiana de las SS y preguntó: ‘¿Quién aquí es menor de 18 años?’ ­–explicó ayer Oschitzki-. Yo levanté la mano, pensé que quizá iban a enviarme a una escuela. Una compañera, la mayor de todas, me dio un bofetón tan fuerte que caí al suelo. Me ayudó a levantarme, y me susurró: ‘Acuérdate siempre, tú tienes 18 años’”. La adolescente se enteró entonces de que los menores de esa edad iban directos al crematorio.

 

 

Fuente:lavanguardia.com