Enlace Judío México e Israel.- Durante la Segunda Guerra Mundial ocurrió el Holocausto, un acto más en los anales de la perversidad de un régimen con la crueldad de perpetrarlo a un pueblo que no pudo evitarlo. Existen relatos que documentan actos de humanismo de personas que se expusieron en defensa de los perseguidos. Pero esto no trata de esa parte de la historia que será siempre recordada.

ING. JACKY COHEN

Trata de seis millones de judíos asesinados, en un mundo en el que algunos prefieren no recordarlo, que buscan maneras de trivializarlo, que siembran viejos resentimientos con sofismas desgastados. Vuelven las palabras de Santayana: “Quién no recuerda el pasado, está condenado a repetirlo”.

Pero pueden presentarse los momentos más obsequiosos para olvidarlo, como sucede en la película de Stanley Kramer “Los Juicios de Núremberg”, cuando la viuda del General Alemán con una mirada y sonrisa apelantes, le dice al viejo juez estadunidense, quien preside un juicio contra criminales nazis, enterada que le fueron mostradas filmaciones del Holocausto:

Tenemos que olvidar si queremos seguir viviendo

La escena tiene lugar en un restaurante alemán de la posguerra con atentas y sonrientes meseras, mientras un grupo musical que inició con la bella “Liebeslied” continúa con “Du Du”, y los comensales empiezan a cantar al vaivén de sus cuerpos, golpeando las mesas con sus tarros de cerveza al ritmo de la música, sus rostros llenos de felicidad y nostalgia al haber terminado la guerra.

Frau Bertholt no deja de mirar al juez con su apelante sonrisa, al tiempo que él también la mira tratando de encontrarle sentido a sus palabras, ante la enorme monstruosidad cometida:

¿Tenemos que olvidar si queremos seguir viviendo?

Y esos momentos pueden presentarse una y otra vez en la vida, con diferentes coreografías, tratando de justificar el olvido. Pero al juez no le seducen las palabras de Frau Bertholt, y aun habiendo sido informado por su gobierno sobre las nuevas relaciones e intereses entre naciones al haber terminado el conflicto bélico, condena a los prisioneros, recordándoles el valor que merece una vida humana.

Tiempo atrás leí un artículo sobre el museo Yad Vashem de Israel, que ante el número cada vez menor de sobrevivientes en el mundo, ha buscado formas de personalizar la historia del Holocausto para “evitar que el Holocausto se convierta en un acontecimiento abstracto, relegado a las páginas de los libros de historia”; y en Marzo de 2005 incorporó: artefactos personales, diarios, fotografías y testimonios grabados de los sobrevivientes”

Estas formas de personalizar el Holocausto representan una manera sublime de recordar lo imborrable, permitiendo que afloren las emociones y los sentimientos ligados a esa terrible realidad del siglo XX que sufrió el pueblo judío.

Anterior al año 2005 participé en un certamen literario con el poema “No puedo llorar”, y me resulta gratificante saber que mis pensamientos sobre el recuerdo del Holocausto reflejan lo realizado por el museo Yad Vashem de Israel.

A nosotros nos toca recordarlo, a nosotros como seres humanos y como judíos, de grabarlo para siempre en nuestra memoria para que nunca vuelva a germinar: “La radicalización de la cultura de la discriminación” en palabras de Gilberto Rincón Gallardo, quien fuera Presidente del Consejo Nacional Para Prevenir la Discriminación en la República Mexicana.

No Olvidamos. Donde quiera que vamos el Holocausto nos acompaña”. – Itzjak Rabin.

A continuación transcribo el poema:

Dicen que una imagen
vale más que mil palabras.
¡Pudiera valer más de mil!
Pero yo no puedo llorar.

Veo rostros humillados,
que marchan, aterrados.
¡No! ¡No puede ser verdad!
Y yo no puedo llorar…

Veo los campos colmados,
las barracas hacinadas.
¡La vida sin esperanza!
Y yo no puedo llorar…

Veo los cuerpos apilados,
los cuerpos calcinados.
¡Todo esto fue verdad!
Y yo no puedo llorar…

¿Dónde están las palabras?
¡Quiero escuchar las palabras!

Quiero saber la memoria
de los que pueden contar.
¡Sentirme sollozando!
Y para siempre recordar.

Quiero saber las historias,
las de dolor y valor.
¡Y también las de amor!
Para jamás olvidar.

¡Nunca Jamás!

 

 

*Este artículo, en su versión original, fue publicado por Tribuna Israelita.

 

 

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