Enlace Judío México e Israel.- Helen Waldstein Wilkes cuenta la historia de cómo su familia más cercana huye de Europa. Reconstruye la memoria a través de las cartas que guardó su padre.

LAURA REVUELTA

Helen Waldstein Wilkens era una niña cuando abandona con sus padres Europa. Praga, exactamente, la ciudad a la que ya habían huido, ante las insistentes evidencias del terror nazi, desde la población de Strobnitz en Austria. El destino final fue Canadá (Ontario), donde su familia emprende una nueva vida no exenta de penurias. Hasta aquí, puede que suene a una historia más de judíos en los duros años del exterminio. Craso error, primero, porque por muchos casos que se cuenten nunca serán suficientes para conocer con mayor detalle y conciencia los dramáticos sucesos acaecidos en aquellos años. Tal vez porque aún nos queda la esperanza de que nada así vuelva a suceder. Tal cual pensamos todos y así se expresaba Helen Waldstein Wilkens durante la breve visita que hizo a España hace unos días para presentar su libro «Cartas de los Ausentes».

Helen Waldstein Wilkens tiene ahora 83 años y denota placidez en un rostro que no puede negar su ascendencia judía. Su padre, su madre y ella se salvan por los pelos de un exterminio que ya se presentía a la vuelta de la esquina. Son los últimos judíos que en Praga obtienen un visado para viajar a Canadá. Y lo de ser los últimos no es una licencia literaria para dramatizar los hechos. El día que su padre -por insistencia de un amigo para que pongan tierra de por medio- se presenta en la ventanilla pertinente para que le sellen los papeles ya había orden de muy arriba de que ni uno más. Solo el azar, el despiste de un funcionario que por estar mirando, literalmente, a otro lado, atendiendo a la pregunta de un compañero, dio curso a los certificados de salida del país rumbo a Canadá de ese pequeño núcleo de la familia Walsdtein. Esta es la única explicación que la propia Helen encuentra aún hoy y, mientras la narra, interpreta expresivamente cómo debió ser la escena en aquella inhóspita oficina. El resto de la familia y amigos nunca lo consiguieron pese a mantener las esperanzas y la insistencia hasta el último minuto.

Helen es una niña cuando llega a Canadá, y nada sabe de todo esto. Tal vez lo sospeche pero no con excesivo lujo de detalles porque sus padres nunca abundaron en el relato. Eran judíos que habían huido de Europa, de Hitler, pero no por ello iban a tener fácil la supervivencia. Las principales potencias -de Gran Bretaña a Estados Unidos y Canadá- vetaron la entrada a los judíos. Solo si se necesitaba mano de obra barata, como sucedió en Canadá, entrarían. Aunque ahora parezca impensable con los datos del exterminio en la mano, así fue. Salvarse de una muerte segura en los campos de concentración no ablandó demasiado la conciencia de las potencias occidentales. Les trataron como gente no grata. «Cartas de los Ausentes» reconstruye toda esta historia a través de las misivas que su padre y sus familiares en Europa se escriben a lo largo de aquellos años y que el patriarca guarda en una caja de cartón «con una bella tapa roja», como ella recuerda. Helen no se atreve a abrirla hasta que su progenitor fallece y se siente preparada para leer toda esa documentación, para reconstruir su memoria.

Sin lágrimas

En las páginas de este libro, el relato avanza con extrema agilidad. No hay momentos para la lágrima fácil sino para saber de la verdad más descarnada. Se entremezclan los recuerdos de la infancia en Ontario, el duro trabajo en una granja (lo tienen que asumir sus padres, porque no había otro destinado para ellos) cuando venían de una existencia más o menos acomodada en Europa, con los retazos epistolares de aquellos familiares y amigos con los que mantienen contacto y les reclaman toda la ayuda posible para huir de las garras del nazismo, y con los viajes y visitas que ella realiza para reencontrarse con los personajes del pasado que aún están vivos, que le pueden poner cara -no solo palabras que a duras penas se conservan en los papeles- a aquellos familiares y amigos desaparecidos.

Reconstruir el pasado no es empresa fácil, menos en estas circunstancias. Pero tampoco resulta sencillo sobrevivir a un legado familiar que, de alguna manera, tenía vedado a Helen Waldstein la posibilidad de romper la baraja de esa herencia judía. Por ejemplo, el simple hecho de estudiar, de labrarse una carrera en un medio hostil. Helen Waldstein consiguió doctorarse en Literatura francesa y dar clases durante décadas. Es, precisamente, en París, en la Sorbona, cuando recibe el telegrama que le comunica el fallecimiento de su progenitor. «A pesar de la conmoción de su muerte, mi único pensamiento fue rescatar la caja». «Las cartas de los ausentes».

 

 

 

Fuente:abc.es