Enlace Judío México e Israel.- El Gaón Rabí Shimshon David Pinkus ZTz”L fue en los últimos tiempos uno de los más grandes difusores de la Torá en Eretz Israel y en todo el mundo. Mucho se le atribuye a sus excelsas cualidades y a sus vastos conocimientos de Torá en todo el mundo, pero también a su esposa, la Rabanit Jaya Míndel Z”L, quien fue su fiel compañera y también un ejemplo de Tzidkut, Tzeniut y Jasidut, como pocas hubo en el Am Israel.

RAB. DAVID ZAED

Se cuenta que en una parada de autobús de la ciudad de Bené Berak había un niño con síndrome de Down que esperaba todos los días junto a otros niños para ir a la escuela. Los niños y niñas que lo acompañaban no le hablaban, y trataban de rehuirle, por el problema que tenía.

Una vez llegó ahí la Rabanit Jaya Míndel y, a pesar de que tenía muchas cosas que hacer, se puso a platicar con el niño. “¿Cómo te llamas?” “¿Dónde vas?”, y como esas preguntas, que no tenían respuesta, le hizo aquella primera vez que lo vio. Muchas veces la Rabanit iba especialmente a la parada y se subía al autobús (sin que ella tuviera necesidad de viajar) solamente para hablar con el niño, hasta que logró que éste empezara a articular palabras. Se dedicó a él de manera particular, y el niño, sin salir de su problema, tuvo un avance muy significativo en su relación con su familia y la sociedad.

Los padres del niño nunca se enteraron de cómo el niño progresó tan significativamente, hasta que después del fallecimiento de la Rabanit le contaron lo que había estado pasando en el autobús.

Ella se dedicaba a la docencia; era Morá y Directora de un importante Bet Yaakob en Bené Berak, pero además de ello se destacaba por respetar a todo el mundo, se tratara de grandes o de chicos, y se cuidaba de no herir ni ofender a nadie.

Una vez, en Shabat, un niño que vivía al lado de la casa de la familia Pinkus, estaba jugando con una pelota. Como todos los niños, no tuvo mucho cuidado, y su pelota fue a dar a la ventana de la Familia Pinkus. Se oyó un fuerte estrépito: el vidrio se había roto.

El niño salió corriendo a su casa, consciente de lo que había hecho. Cuando llegó con su mamá le contó lo que sucedió, y la mujer fue a la casa de los Pinkus a disculparse. Abrió la puerta uno de los niños y cuando preguntó por el Rab y por la Rabanit recibió como respuesta: “Están descansando”. Imposible que no se hayan percatado del accidente; el ruido del vidrio roto se escuchó en todo el edificio. Ellos no manifestaron ninguna reacción para no hacer sentir mal al niño que provocó la rotura del vidrio (tampoco mencionaron que muchos pedazos de vidrio cayeron en la olla de la comida que estaba destinada a toda la familia).

Cuando acabó Shabat se hicieron presentes el padre y la madre del niño con la intención resuelta de pagar el daño que provocó su hijo pequeño. El Rab y la Rabanit Pinkus se negaron a recibir ayuda. “Al fin y al cabo, esa ventana no tiene mucha utilidad”, argumentaron.

Los padres del niño estaban muy avergonzados, y no paraban de insistir a que aceptaran el arreglo del vidrio, pero no hubo caso. Los Pinkus no estaban dispuestos a aceptar, y se fueron con las manos vacías; no podían obligar a hacer un arreglo en la casa de alguien que no quería hacerlo.

Después de unos días, el padre del niño pasó por la casa de la familia Pinkus y vio que el vidrio de la ventana había sido cambiado. Tocó nuevamente la puerta y apareció la Rabanit, quien lo invitó a pasar.

– No, gracias; no vine a visitarlos. Sólo quiero preguntarles por qué no nos dejaron arreglarles la ventana, si es evidente que necesitaban hacerlo.

– ¡Oh, no! Se equivoca usted. No es por eso que arreglamos la ventana.

– ¿Y entonces por qué lo hicieron?

– Porque no queremos que su hijo se sienta culpable cada vez que pase por aquí y vea el vidrio roto…

 

 

Fuente: Revista Jodesh Tob Elul