Enlace Judío México e Israel.- Históricamente la labor de los galeristas no sólo ha sido recopilar la obra selecta de algunos de los pintores y artistas más reconocidos de cada época y ponerla al alcance del público en general, también ha incluido salvaguardar el legado artístico de situaciones aciagas como lo probó ser la Segunda Guerra Mundial.

Tal es la historia de Paul Rosenberg, quien entre otras cosas, destacó por ser el representante de cuatro grandes: Pablo Picasso, Georges Braque, Fernand Léger y Henri Matisse.

La carrera de Rosenberg como galerista y comerciante de arte comenzó cuando abrió una galería en París en 1911 y, posteriormente, en 1935 en Inglaterra, pero la historia como salvador de las obras de arte comienza cuando presionado por el régimen nazi y el inminente holocausto, el galerista se mudó a Nueva York en 1940, donde abrió una nueva galería en la cual habría de permanecer incluso después del final de la guerra.

Pero antes de su exilio, su camino como comerciante prestigioso estuvo marcado de años de hacerse de arte que aunque no era compatible con sus gustos, sí tenía un valor artístico muy atractivo para los coleccionistas de arte. Además, solía prestar las obras en su colección a museos en todo el mundo, lo cual tan sólo contribuía a que el valor de las obras de sus representados incrementara.

La fructífera relación entre Rosenberg y Picasso ocurrió cuando el primero seleccionó 167 dibujos y acuarelas del español, en 1919. Esa exhibición ayudó a que Picasso y el cubismo se popularizaran y la relación de ambos progresó a tal punto que cuando fueron vecinos, el artista solía enseñarle desde su ventana al comerciante sus obras más nuevas.

Fiel a sus costumbres y estrategias, el galerista le prestó cerca de 30 pinturas al Museo de Arte Moderno de Nueva York, dado que su director, Alfred H. Barr también era su amigo. El préstamo ocurrió en el marco de la exhibición “Picasso: cuarenta años de su arte”, en 1939. Este préstamo, en cualquier otra ocasión no habría tenido demasiada importancia, excepto porque esto permitiría que las piezas no se encontraran en París cuando el régimen del Tercer Reich invadiera Francia.

Aquí es donde su historia como salvador del arte realmente comienza. Una vez la guerra estaba en curso, Rosenberg, al ser judío, marchó hacia Estados Unidos junto con su familia, pero no sin antes ocultar cientos de pinturas, ya fuera a nombre de su chofer en bóvedas de bancos. Sin embargo, esta táctica no funcionó pues rápidamente los nazis tomaron control de su galería en París, así como de las obras de arte en los bancos.

Si bien lo anterior puede parecer totalmente opuesto a una salvación de las obras de arte, lo cierto es que Rosenberg dedicó el resto de su vida, una vez terminó la guerra, a rastrear todas las obras que le habían sido robadas y recuperarlas.

Al final de su vida, Paul Rosenberg logró recuperar 300 piezas, muchas de ellas de sus representados, mientras que el resto de su familia, una vez falleció, siguió en la lucha para recuperar las obras secuestradas.

 

 

Fuente: laopinion.net