Años y años —y todavía ahora— de oír la misma pregunta: ¿dónde estaba D-os durante la Shoá (Holocausto)? Y de cientos y cientos de judíos escuchar la misma respuesta: “según mi(s) rabino(s), D-os utilizó la Shoá para castigar a los judíos alemanes que se habían asimilado, dado que estos representaban la fruta podrida que había que eliminar, ya que si este mal no se extirpaba, iba a contaminar al resto del judaísmo.

 

Elba Szclar, en exclusiva para Enlace Judío 

 

Este fue el castigo de los que murieron por no querer aceptar su identidad”. Y así, sin cuestionarse siquiera, aceptaron y derramaron esta respuesta.

En relación con lo anterior, quiero mencionar lo siguiente: ¿Acaso D-os le manifestó a alguna de esas personas Su designio? Por desgracia, no recuerdo el nombre del autor o autora del siguiente párrafo que guardé durante mucho tiempo: “El argumento rabínico que dice que la Shoá fue el castigo divino por haberse asimilado no se sostiene. Es una manipulación de los rabinos y líderes espirituales ya que lo que D-os quiso decir o hacer se lo dijo a Abraham, a Noé, a Moisés (o habló a través de los profetas), y el querer interpretar a D-os es una falacia, una soberbia humana y el exceso de soberbia es una transgresión contraria al mismo espíritu de la Torá” (¿Acaso habrá sido el autor Mario Wainstein, en el periódico Aurora, diario que circula en español en Israel?).

La mayoría de los judíos asesinados por los nazis no fueron precisamente los de Alemania, aunque algunos o muchos de ellos sí se habían asimilado, sino mayormente los de Polonia, Rumania, Hungría y otros países que sí eran religiosos y devotamente practicantes. ¿Acaso estos miles de hombres, mujeres, ancianos, rabinos, jóvenes y niños desobedecieron al Creador o negaron su judaísmo? ¿Cuáles de los 613 preceptos transgredieron para merecer tal castigo? Y los infantes, que ni siquiera tenían edad para decidir ni profesar religión alguna, ¿no fueron igualmente masacrados?

Si según la Mishná, “en aras de preservar la vida se pueden transgredir todos los preceptos, menos los tres siguientes: a) adorar a otros dioses (cometer idolatría), b) matar por matar y no por hacerlo en defensa propia y, c) practicar relaciones sexuales aberrantes. ¿Cuál de estos preceptos que sí merecen pena de muerte cometieron estos judíos?

La Torá dice “que D-os castiga a los pecadores hasta la tercera o cuarta generación tanto estas sigan aborreciéndole.” ¿Quién y cuántos de esos judíos Le aborrecían?

Nuestros sabios dicen que ni siquiera un idólatra pecador puede ser ejecutado a menos que las más altas autoridades judiciales lo condenen. ¿Tuvieron ellos esa oportunidad? O ¿nosotros nos la adjudicamos para condenarlos?

Es el libre albedrío con el que los seres humanos contamos, para hacer el bien o ejercer el mal, lo que ocasionó la Shoá. En palabras de Jaime Laventman, “el hombre sigue siendo un depredador; el más sanguinario sobre la faz de la tierra… ¿Merecemos el libre albedrío que tanto alardeamos al mundo?” O, como dijo Primo Levi, “el hombre es capaz de ser cruel innecesariamente, de hacer el mal por el mal en sí, sin obtener de él provecho alguno.”

Regresando al tema de la Shoá, existe un estudio en el que se menciona que esta fue causada porque el demente criminal Hitler logró convencer a las masas de que el mundo era culpable de la derrota sufrida por Alemania en la Primera Guerra Mundial, y de las condiciones de rendición impuestas por las potencias mundiales vencedoras (Tratado de Versalles, 1919). El pueblo alemán —humillado y desmoralizado— aceptó ciegamente sus mentiras de que los judíos eran los causantes de todas las desgracias.

Algunos estudiosos judíos tratan de explicar la Shoá con lo que se considera como “ocultismo” o “eclipsamiento”: etapas en que D-os “le da la espalda” al ser humano para ver cómo se comporta en Su ausencia, y que la Shoá fue uno de esos momentos en los que el hombre utilizó totalmente su libre albedrío.

A quienes juzgan o consideran a los judíos asesinados en la Shoá, que fueron “como ovejas al matadero”, creo que desconocen o menosprecian los actos heroicos: la mayoría no sabía lo que realmente estaba sucediendo, y los que sí lo habían escuchado no podían creer que la maldad humana llegara a tales límites, y la gran mayoría no supo o no pudo hacer nada al respecto.

Aunque sí hubo varios intentos de rebeldía, que obviamente fracasaron, el más famoso fue el levantamiento del Gueto de Varsovia, en el que, a sabiendas de que iban a morir y contando con armas mínimas y domésticas, sus miembros decidieron “vender caras sus vidas” enfrentando ferozmente al poderoso ejército nazi.

Pienso que tal vez nunca antes en la historia del pueblo judío se había puesto a prueba, de una manera tan dramática, el sentido de solidaridad y de pertenencia del judío con su grupo. Muy bien sabían estos valientes judíos —ya que es valiente el que da su vida o su silencio por un ideal o por la vida de otros— que escapar o intentar hacerlo ponía en peligro la vida de sus familiares o la del grupo. Así, se criticó por su “supuesta debilidad” a los judíos que perecieron, y tampoco se tomó en cuenta la férrea voluntad de los que sobrevivieron, todavía difícilmente explicable para mí.

¿Cómo es posible —me pregunto— que ante la tragedia más grande que el pueblo judío ha sufrido, la Shoá, haya tantos judíos carentes de sensibilidad que afirmen que “el mismo judío se lo buscó”, cuando ni siquiera una gran mayoría del mundo judío o del gentil se atrevería a pensarlo? Es como minimizar el dolor, los intentos desesperados, los esfuerzos sobrehumanos y la defensa racional o irracional de los sobrevivientes; es demeritar los actos piadosos de los llamados “justos entre las naciones”, de miles de gentiles que expusieron sus propias vidas y las de sus familias para salvar judíos de las garras nazis: sacerdotes, monjas y feligreses católicos que se arriesgaron —y algunos hasta murieron— en esta humanitaria misión. Menciono aquí a Emil Fackenheim —distinguido filósofo de la Universidad Hebrea de Jerusalén— quien considera que a los 613 preceptos que fueron revelados a Moisés en el Monte Sinaí, se agrega uno más. Los heroicos sobrevivientes simbolizan el precepto número 614: el no haberle permitido a Hitler la victoria final: eliminar totalmente al pueblo judío y quebrantar su espíritu.

 

Existen varios motivos que explican el odio de Hitler por los judíos y la evolución de los eventos que conocemos como la Shoá:

 

  1. Hitler llevó algunos de sus cuadros para ser expuestos en una galería cuyo propietario era judío. Este rechazó sus obras, lo que enfureció a Hitler.
  2. Hitler odiaba a los judíos debido a que culpaba a un médico judío que le había prometido curar a su madre diagnosticada con cáncer de pecho. Pero ella murió cuando solo tenía 47 años (en 1907), lo que dejó una huella indeleble en el joven Adolfo, quien nunca perdonó a dicho médico.
  3. El escritor Hernán Rodríguez (Santiago de Chile), quien basándose en las ideas fundamentales contenidas en el libro de Daniel Goldhagen, Los verdugos voluntarios de Hitler (1977), expone lo siguiente: “…Puede decirse que el impulso que sentían los alemanes por matar judíos no es aplicable a ninguna otra nacionalidad.”
  4. Pese a los intentos —más bien indiferentes— del régimen por ocultar el genocidio a la mayoría de los alemanes, millones de ellos conocían las matanzas. Hitler anunció muchas veces, categóricamente, que la guerra terminaría con el exterminio de los judíos. Puede considerarse que el asesinato de millares de hombres, mujeres y niños judíos desarmados e indefensos, fue hecho de manera sistemática, sin piedad, a gran escala, y fue de una aprobación generalizada.
  5. Los ejecutores se vieron obligados bajo amenaza de castigo y no tuvieron más alternativa que cumplir órdenes, que carecían del sentido moral en una sociedad autoritaria, o que los ejecutores estaban presos del hechizo de Hitler.
  6. Los perpetradores buscaban su propio interés material, o trataban de realizar sus objetivos y tareas con una cruel indiferencia o con entusiasmo, permaneciendo insensibles frente a las víctimas, y que la fragmentación de las tareas les permitía negar la importancia de sus colaboraciones y desplazar su responsabilidad hacia otros.
  7. Además de la idea alemana de la superioridad de la raza aria, Alemania estuvo habitada por personas que las predisponían a convertirse voluntariamente en verdugos de masas.