Enlace Judío México e Israel – El martes, di una conferencia a un grupo de 50 adolescentes en la Academia Pre-militar Nahshon en Sderot. Siempre disfruto estos encuentros con jóvenes que antes de alistarse a las FDI dedican un año de su vida a actividades de liderazgo y voluntariado para mejorar nuestra sociedad.

GERSHON BASKIN

Cuando entré a su salón de clases, observé una cartulina de una actividad anterior, con una lista de 20 temas a considerar antes de acudir a las urnas el 9 de abril: plataforma e ideología del partido, sus planes económicos, la integridad de sus líderes, coherencia entre las políticas y las acciones del partido, historial de los candidatos, homogeneidad del partido, seguridad y si el partido pasará el umbral electoral.

Lo único que faltaba, y estaba completamente ausente en esta campaña electoral, es el tema de la paz y nuestras relaciones con nuestros vecinos palestinos y árabes. La paz no sólo está ausente en la realidad, sino que ha desaparecido de la campaña política, cuyo resultado determinará el futuro de este país en los próximos años.

No puedo culpar a estos israelíes de 18 años, ni a sus maestros y guías. La paz está ausente en el discurso israelí y en la agenda de los gobiernos que han liderado este país en los últimos años. Durante la mayor parte de los últimos 70 años, la aspiración de paz ha sido parte de la agenda de la mayoría de los partidos políticos en Israel y de los gobiernos anteriores. Pero “paz” se ha convertido en una mala palabra en el léxico israelí, equivalente a “izquierda”, post-sionista y antisionista, y casi se compara con la traición.

Acabamos de celebrar el 40 aniversario del tratado de paz entre Israel y Egipto. Oficialmente, también tenemos paz con Jordania. Netanyahu se ha jactado de las estrechas relaciones de Israel con una serie de otros países sunitas moderados en la región que tienen un enemigo común y la amenaza de Irán.

El público israelí es lo suficientemente sofisticado como para comprender que las relaciones con Egipto, Jordania y otros países árabes no son óptimas. ¿Acaso fuimos soñadores ingenuos en el pasado? ¿La aspiración de paz fueron sólo palabras vacías de los políticos? ¿Podemos nosotros, como Estado judío en el Medio Oriente árabe y musulmán, permitirnos eliminar esto de nuestra agenda y nuestros objetivos? Yo, obviamente, creo que no podemos y no debemos.

Oslo fue un proceso de paz fallido. Olso no trajo la paz. Nunca logramos la paz con los palestinos. Nunca llegamos a un acuerdo con ellos sobre todos los temas centrales que acordamos negociar cuando firmamos la Declaración de Principios entre el gobierno de Israel y la Organización para la Liberación de Palestina en septiembre de 1993. Todos los israelíes y palestinos inocentes que murieron después del inicio del proceso de paz no fueron víctimas de la paz, ni víctimas de Oslo. Fueron víctimas de la continuación del conflicto y de la ausencia de paz.

Oslo fracasó después de años de negociaciones, y ambas partes son responsables de ello. Nadie respetó los seis acuerdos que se firmaron en el marco de Oslo. Ambas partes son responsables de no haber logrado un acuerdo sobre el estatuto permanente. Ambas partes consideraron que las ofertas de la otra son insuficientes para poner fin al conflicto.

En ambos lados del conflicto, se afirma que no hay un socio para la paz en el otro lado. Ambas partes tienen razones muy legítimas para creer que el otro lado no es socio, y al parecer, cada día que pasa hay más razones para ello.

La ausencia de paz en la agenda de las elecciones en Israel es un reflejo no sólo de las dificultades para alcanzar la paz sino también es una declaración de que dadas las circunstancias, el status quo es lo más adecuado. Al público, y al parecer también a los políticos, les parece que para Israel el status quo es aceptable, o mejor que la opción de trabajar realmente para desarrollar una cooperación con el otro lado. Las negociaciones con el enemigo son difíciles. Es necesario hacer concesiones. Los activos físicos – la tierra – tienen que ser entregados. Jerusalén tiene que estar sobre la mesa. La cooperación, el trabajo conjunto, la confrontación con extremistas de dentro, las posiciones controvertidas, son elementos que deben ser abordados directamente por los gobiernos responsables, los estadistas y las mujeres.

La aceptación de que no existe un socio permite a nuestros líderes actuales y futuros evadir el principal problema existencial que enfrenta Israel: la cuestión de nuestras fronteras y la composición humana del pueblo que vive bajo el control de nuestro país y sus derechos políticos y humanos básicos.

En esta crucial temporada electoral, continuamos mintiéndonos a nosotros mismos que con el 50 por ciento de la población palestina que vive entre el río Jordán y el mar Mediterráneo, Israel puede seguir siendo el Estado-nación democrático del pueblo judío. Podemos aprobar leyes en la Knéset que nos definen como el Estado-nación del pueblo judío, y podemos decirnos que somos un pueblo que vive bajo las leyes que creamos, pero eso no cambia la realidad que parte de Eretz Israel es también un Estado palestino, y hay otro pueblo que vive bajo nuestro control y nunca será parte del Estado judío de Israel.

Los expertos políticos pueden llamar a esto política antigua o ingenua o cualquier otro nombre que quieran usar, pero esta es nuestra realidad y no cambiará hasta que volvamos a lo básico: debemos reanudar las negociaciones con nuestros vecinos y esto debe hacerse por los gobiernos. Esta es su responsabilidad y su deber, y es nuestro deber como ciudadanos obligarlos a hacer su trabajo.

Fuente: The Jerusalem Post / Reproducción autorizada con la mención: © EnlaceJudíoMéxico

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