Enlace Judío México e Israel.- Otra vez suenan las alarmas en el sur de Israel. Una lluvia de misiles provenientes de Gaza amenaza a los ciudadanos israelíes, y la aviación del Estado judío vuelve a las consabidas represalias. ¿Qué es lo que está pasando, y qué opciones tienen todos los que están involucrados en este enredo aparentemente interminable?

IRVING GATELL EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

La aparentemente absurda iniciativa palestina de volver a los ataques indiscriminados contra la población civil israelí, a la espera de las obligadas represalias, es fácil de explicar. Se trata de un intento por sabotear el inminente plan de paz estadounidense, que parece ya contar con el apoyo tanto del gobierno de Benjamín Netanyahu como de los países árabes, con Arabia Saudita a la cabeza.

Como ya hemos comentado en otras notas, se trata de un revés severísimo para los intereses palestinos, porque parece indicar que la solución a su conflicto con Israel les será impuesta. Y tiene lógica: desde 1993, momento en que más cercana se veía la paz, los palestinos han demostrado una absoluta incapacidad e indisposición para realmente buscar la paz.

En aquellos tiempos eso no parecía molestarles a los árabes, que todavía habrían visto de buen agrado la desaparición de Israel. Pero hoy las cosas han cambiado radicalmente. El empoderamiento iraní—regalo del expresidente Barak Obama—le ha hecho entender a sus líderes, especialmente a la casa real Saudita, que Israel es indispensable en un conflicto más peligroso y explosivo: el del Islam chiíta contra el Islam sunita. Ryad sabe que Jerusalén es el aliado perfecto para frenar, e incluso destruir, los intereses expansionistas de los ayatolas. Por eso la causa palestina ha venido a convertirse en un lastre e incluso un problema para Arabia Saudita, Egipto, Jordania y los Emiratos. Especialmente por la abierta y desmedida simpatía palestina por Irán, que puede incluso considerarse traición a la verdadera causa árabe en este momento.

Los palestinos no tienen cartas con qué negociar. Prácticamente, a lo único que pueden apelar es a la misericordia de sus hermanos saudíes y similares. Están en una condición, literalmente, de limosneros. Durante 40 años han recibido alrededor de 32 billones de dólares en apoyos, y el resultado sigue siendo una sociedad pobre y desigual. No han aprovechado uno sólo de esos billetes para buscar mejorías en sus condiciones de vida.

Todo el dinero se ha desperdiciado miserablemente en terrorismo y corrupción. Y, por supuesto, sus financiadores árabes están empezando a hartarse. En otros tiempos estaban dispuestos a financiar una estrategia a mediano plazo para destruir a Israel. Pero hoy por hoy, cuando incluso esa estrategia ya no les sirve, seguir inyectando dinero a un grupo que sólo lo va a desviar a cuentas bancarias particulares en otros lugares del mundo, es algo que ya no le atrae prácticamente a nadie, salvo uno que otro jeque extremista en Qatar.

Por supuesto, cada liderazgo árabe tiene sus estrategias, basadas en su visión del mundo. Hamás, que gobierna Gaza, ha optado por enésima vez en recurrir a la violencia en su intento por cambiar la balanza en el juego.

Evidentemente, a lo que apuestan es a que Israel se arriesgue a una operación militar de alta envergadura que haga que Estados Unidos y los demás países árabes se cuestionen si el proyecto de pacificación de la administración Trump puede funcionar.

Y exactamente por esas mismas razones el gobierno israelí parece no estar interesado en llevar el asunto más lejos. Por supuesto, ha desatado feroces bombardeos contra infraestructura de Hamás, pero sin pasar de allí. Por supuesto, siempre estará presente la posibilidad extrema de un operativo terrestre, pero sin aspirar a resultados distintos a los que se lograron en 2014.

Y, por supuesto, eso es algo que no le gusta a mucha de la población israelí. Es comprensible que quieran ver a un gobierno capaz de lograr un resultado más definido, una tranquilidad permanente, una derrota final de los enemigos de Israel.

Lamentablemente, la política siempre es una carambola de muchas bandas, y lo que en lo inmediato parece lo más deseable, no necesariamente lo es a largo plazo. Esa lógica también aplica a nivel territorial: lo que puede solucionar la situación en una región específica (la frontera con Gaza, en este caso) no necesariamente abona a la solución del conflicto general.

Curiosamente, al gobierno israelí le conviene que las cosas regresen o se mantengan en ese punto aparentemente incómodo. Si Netanyahu logra que la tensa calma rutinaria regrese a ese punto neutro, aunque frágil, puede contar con que los planes estadounidenses seguirán el curso que ya llevan, y que el apoyo de los países árabes estará garantizado.

Se trata de buscar un beneficio a mediano plazo, aún a costa de provocar la furia de la sociedad israelí en lo inmediato.

Es un reto para los pobladores que circundan Gaza. Se trata de entender que tal vez vayan a dejarlos medianamente expuestos—y digo medianamente porque los sistemas antimisiles están operando a todo vapor, y además se cuenta con una infraestructura de refugios única en el mundo, complementada con un altísimo nivel de educación civil que garantiza que toda la población en riesgo sabe qué hacer para protegerse—, con tal de lograr un éxito político que sí puede abrir las puertas de un solución definitiva.

Lo relevante a saber es esto: si Israel aplasta a Hamás en Gaza, no se va a lograr ninguna solución. Habría dos opciones después de algo semejante: el vacío de poder en Gaza sería llenado por otro grupo (más radical, inevitablemente), o Israel tendría que imponer su control absoluto en Gaza.

En el primero de los casos, un grupo de mayor radicalismo sería todavía más insistente y agresivo en sus ataques contra Israel, y entonces Jerusalén no tendría más alternativa que aplastarlo—de un modo todavía más violento—y de todos modos imponer su control absoluto en Gaza. Es decir, de todos modos se llegaría al segundo de los casos, sólo que por una vía más violenta y trágica, tanto para palestinos como para judíos.

La imposición del control israelí en Gaza sólo sería garantía de más problemas. Aparte de tener que responsabilizarse por 2 millones de palestinos, el gobierno israelí estaría enfrentándose todo el tiempo a terrorismo doméstico, como en las dos intifadas anteriores, y eso lo pondría en una situación catastrófica en todo nivel. Por una parte, perdiendo a muchos soldados y seguramente también civiles. Por otra, sujeto a una gran presión internacional en las instancias retrógradas—que son muchas todavía—que siempre se ponen a favor de los palestinos, como la ONU o la Unión Europea.

Por eso, guste o no, la otra alternativa es mejor: mantener la situación lo más estable e inmóvil posible, por molesto que sea para la población aledaña a Gaza, hasta que Estados Unidos y los países árabes se comprometan con un proyecto que ponga las cosas en su lugar. Es decir, que asuma el compromiso de desmantelar al liderazgo palestino tal y como se le conoce—Hamás y Al Fatah—, para luego imponer una solución efectiva y realista que margine a Irán y su influencia regional, y entonces todo el dinero que se invierte en los palestinos realmente se dedique a construir una infraestructura política, económica y social que garantice mejorías sustanciales en sus condiciones de vida.

Al final de cuentas eso es lo que le urge a Israel: que los palestinos tengan propósitos y objetivos productivos que les estimulen a quedarse en sus casas, trabajando y apostando por la paz. Es, literalmente, la única manera de ponerle fin al conflicto.

Hamás y Al Fatah jamás van a apostar por ello. Hamás, por motivos de fanatismo religioso. Al Fatah, porque eso no es negocio para sus panzones y corruptos líderes.

Llegó la hora de que los países árabes impongan, desde afuera, control y disciplina entre los palestinos. Parece que estamos ante una oportunidad de que eso se logre.

Por eso, los milicianos de Hamás y los burócratas de Al Fatah, cada uno a su modo, tratarán de sabotear la situación. Así que el gobierno israelí tendrá que irse con pies de plomo para lograr las dos bandas más complejas de esta carambola: garantizar la seguridad de sus ciudadanos en la frontera con Gaza, y garantizar que el proceso de negociación con Estados Unidos y, principalmente, Arabia Saudita, siga en la misma ruta que ya ha tomado.

Si lo logra, Netanyahu se estará apuntando su mayor victoria política. De hecho, tal vez la mayor victoria política jamás lograda por un Primer Ministro israelí, salvo por el momento en que Ben Gurión firmó el acta de independencia, o por el momento en que Beguin firmó la paz con Egipto.

Pero, más importante que eso, se habrá logrado el paso más significativo hasta el momento para alcanzar una paz verdadera que pueda abrir las expectativas a que los israelíes por fin estén tranquilos y sin amenazas, y los palestinos puedan tener la opción de desarrollarse y crecer como sociedad.

 

 

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