Enlace Judío México e Israel.- En los 17 años que lleva como líder de Turquía, su asertiva política exterior autoexaltatoria y su régimen islamista y nacionalista han brindado a Recep Tayyip Erdogan popularidad y votos, en un país donde la escolarización media apenas llega a los 6,5 años.

BURAK BEKDIL

Erdogan creía –e hizo creer a los turcos– que Turquía es una gran potencia mundial, y afirmó que su Gobierno había realizado milagros económicos. Desde que su Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) llegó al poder, en 2002, no había perdido ningunas elecciones. Todo era un camino de rosas.

Ya no.

“Quien gane Estambul gana Turquía” ha sido la máxima de Erdogan desde 1994, cuando ganó las elecciones municipales en la mayor ciudad de Turquía (donde vive el 15% de los 57 millones de electores y se genera el 31% del PIB del país). Veintitrés años después, su candidato a la alcaldía, el ex primer ministro Binali Yildirim, perdió los comicios locales, en lo que fue la primera derrota de los islamistas en Estambul desde 1994.

Pero la partida aún no ha acabado. Porque Erdogan tiene el poder.

Luego de que el AKP denunciara irregularidades, la Junta Electoral Suprema, compuesta por jueces diríase que presionados por el Gobierno, anuló los resultados de Estambul, suspendió el mandato del candidato de la oposición, Ekrem Imamoglu, y fijó la fecha para la repetición de los comicios en el 23 de junio. La Junta anuló el resultado electoral con el pretexto de que algunos oficiales que prestaron servicio en los centros de votación no eran civiles, como exige la ley. “La decisión de la Junta pone a la democracia turca un paso más cerca de la muerte”, escribió Kemal Kirişçi, de Tusiad, la mayor asociación empresarial del país.

Quizá Erdogan piense que se trata de una apuesta segura: como ya perdió Estambul, una segunda derrota no le supondría coste añadido alguno, e incluso tiene opciones de ganar. La victoria de la oposición se produjo por un margen de sólo 13.000 votos en una ciudad con 10,5 votantes. Pero se equivocaría. Una segunda derrota para quien proclama que “quien gana Estambul gana Turquía” sería harto embarazosa. Una victoria podría provocar protestas multitudinarias que agravarían las aflicciones económicas de Turquía y desacreditarían a Erdogan aún más en Occidente como dictador electo; su imagen sería todavía más parecida a la de su aliado venezolano Nicolás Maduro.

Después de la decisión de la Junta Electoral, la Unión Europea emitió un comunicado en el que se leía:

La justificación de una decisión tan trascendental, tomada en un contexto sumamente politizado, se debería presentar a escrutinio público sin demora.

Asegurar un proceso electoral libre, limpio y transparente es esencial para cualquier democracia, y fundamental para las relaciones de la Unión Europea con Turquía.

Los funcionarios de la UE están pidiendo que observadores internacionales supervisen las elecciones Estambul.

“Parece que perder Estambul conlleva demasiados riesgos para el AKP (…) Muchos están convencidos de que si el AKP perdiera, después de haber gobernado allí —con su precursor— durante 25 años, saldría a la luz un avispero de intereses, corrupción y abuso de poder”, ha escrito Semih Idiz, columnista de Sigma Turquía, un think tank de Ankara. “Si hubiese hecho lo correcto políticamente y hubiese aceptado la derrota en Estambul con nobleza, habría aumentado su talla moral. Tal como están las cosas, él y su partido han quedado mancillados y es difícil entender cómo esperan sacar beneficio alguno”.

Puede que Erdogan tenga a la Junta Electoral de su parte, pero los problemas de primera necesidad no le permiten ser optimista ante la repetición de los referidos comicios. El 7 de mayo, a sólo seis semanas de la repetición, la lira tuca se desplomó hasta su nivel más bajo en siete meses y produjo gran agitación política. Justin Low, analista de ForexLive, atribuyó el hundimiento de la moneda turca a la controvertida decisión de la Junta Electoral. Entre tanto, la tasa nacional de desempleo “subió hasta el 14,7% en el período diciembre-febrero, la tasa más alta en casi una década (…) La economía turca sufrió una contracción superior al 3% esperado en el cuarto trimestre de 2018 –su peor rendimiento en casi una década–, lo que indica que la bajada de la lira de casi el 30% el año pasado la ha inclinado hacia la recesión”. La situación económica es demasiado mala para que cualquier comité electoral la presente como “buena” aun bajo la presión de Erdogan.

Pero Erdogan no se rinde. Su estrategia de repetir las elecciones va a volcarse en contactar a cada votante que se abstuvo el 31 de marzo y convencerlo de que vote al AKP. Los miembros de su partido deben visitar a 1,7 millones de personas; es una tarea descomunal, pero hay demasiado en juego, y la organización local del partido tiene fama de ser muy eficiente. Además, los encuestadores han descubierto que la mayoría de los abstencionistas eran votantes tradicionales del AKP que se quedaron en casa por motivos económicos, precisamente. Algunos de ellos podrían acudir a las urnas el próximo día 23.

Aun si finalmente reconquistara Estambul, Erdogan ha perdido las últimas trazas de credibilidad internacional que le quedaban.

 

 

 

Fuente: es.gatestoneinstitute.org