Bela Braun para Enlace Judío México e Israel – Antes de desfilar para un graderío expectante, que estuvo muy cerca de llenar el aforo de la Arena Ciudad de México, los atletas de las 22 delegaciones participantes vivieron momentos de gran emoción y armaron un ambiente de júbilo y hermandad.

Los pasillos que conducen a la zona de palcos y plateas de la Arena Ciudad de México se encuentran atiborrados. Atletas de 22 países se congregan en grupos que van desde cinco o diez personas hasta varias decenas. El barullo hace difícil conversar, escuchar las voces que se muestran ansiosas por filtrarse a través del micrófono para dar algún mensaje a los familiares que aguardan noticias a miles de kilómetros.

En poco más de una hora, estos niños, jóvenes, adultos y ancianos competidores marcharán orgullosos y llenos de entusiasmo por la pista de la arena. Surgirán por el escenario que se ha instalado al fondo, rodearán los cientos de sillas blancas que han sido instaladas frente al mismo y saldrán por otro de los túneles para, al final, ocupar sus asientos en la zona de plateas o en las mismas sillas que ahora, una hora después de que Enlace Judío recorra la zona de espera, circundan en compactos y sonrientes grupos.

El numeroso contingente de Estados Unidos se apertrecha en las escaleras y luego se desborda hacia ambos costados por el pasillo. Entre ellos se encuentra el veterano basquetbolista Howard Levi, con sus 2.6 metros de altura, posa junto a una columna apenas un poco más alta que él, y sonríe para ser retratado. Contrasta con las pequeñas niñas que corretean celular en mano por todo el sitio.

El equipo británico hace sonar un tambor mientras sus cánticos resuenan por los curvos pasillos. Un poco más tarde habrán suspendido el brío, presas, quizá, del jet lag o de la extensa espera.

Aquí se encuentra también la delegación húngara, breve y orgullosa, sonriente, expectante como las otras. El equipo uruguayo le pide al reportero que les tome una fotografía con el celular de uno de sus miembros y uno de los húngaros aprovecha para colarse en la foto. No se percibe rivalidad entre las naciones porque, a fin de cuentas, todos son conscientes de pertenecer a un mismo pueblo, el judío, que este día le dice al mundo que está más unido que nunca.

Son multitudinarias las delegaciones brasileña y argentina; numerosa, la chilena; breves, la costarricense y la peruana. Un joven de este país protesta de manera enérgica por lo que considera un robo del árbitro chileno en la final de la Copa América, que Brasil acaba de llevarse un par de horas antes, al vencer a los peruanos 3-1.

Un nivel arriba se encuentra la delegación mexicana, que suma 1,200 atletas de todas las edades. Una niña pequeña porta un gran sombrero de charro. Alguno lleva una peluca, todos relumbran de alegría. El equipo de waterpolo se dice listo para enfrentar a la poderosa escuadra húngara, favorita para ganar la medalla de oro.

Los cánticos se alternan. El estruendoso “¡U.S.A!” compite con algunas letanías chilenas y con el alboroto de los brasileños. El equipo israelí canta a todo pulmón. Entremezclados, los gritos y los cánticos forman una nube sonora que lo abarca todo. Es difícil escuchar al joven cubano que hoy se presenta a sus terceros Juegos Macabeos. Sonriente y apuesto, dice que en Cuba no hay antisemitismo y que los judíos viven tan bien o tan mal como cualquier otro cubano. “Es una situación difícil porque no hay dinero”.

En su equipo hay al menos un chico negro. Como en el de Estados Unidos donde, además, se vislumbran chicas de ojos rasgados, hombres muy morenos, gente de todas las edades y aspectos. Un joven chileno juega a ser brasileño ante la cámara de Enlace Judío. Unas niñas mexicanas se arrebatan el micrófono para decir que van a ganar, aunque parecen confundidas respecto a la disciplina en la que competirán.

No es poca la confusión pero palidece ante el entusiasmo generalizado. Está reunido en este sitio el rostro más sincero y amigable de un pueblo históricamente vapuleado y perseguido. Hoy, sin embargo, no hay enemigos, ni siquiera diáspora. La Arena Ciudad de México, la ciudad en sí se ha convertido en la casa de los judíos del mundo. Una hora más tarde, estos deportistas se pondrán de pie para escuchar al público entonar el Himno Nacional Mexicano, primero, y el Hatikva, inmediatamente después. Veintidós países se habrán vuelto entonces una sola gran nación. Una que canta, baila y juega.

 

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