Enlace Judío México e Israel.- Rashida Tlaib (representante demócrata por Michigan) decidió anular el viaje que tenía previsto hacer a Israel con su compañera de escuadrón, Ilhan Omar, después de que ambas rechazaran sumarse a un viaje oficial de congresistas.

ANDREW ASH

A pesar de que tanto a Tlaib como a la también lenguaraz Omar se les había denegado en un primer momento la entrada a Israel por sus puntos de vista radicales, que comprenden la defensa de la obliteración del Estado judío mediante el boicot, al parecer las boicoteadoras no contaban con que se las boicoteara. A Tlaib se le dio finalmente permiso por “razones humanitarias”, después de una emotiva súplica que dirigió al ministro israelí de Interior, Aryeh Deri, en la que explicaba sus razones para visitar a su abuela palestina en la Margen Occidental. Pero la ahora acaudalada congresista acabó reculando y decidió cancelar el viaje. Según tuiteó, su abuela no quería que se sometiera a las condiciones que ya había aceptado: no aprovechar la ocasión para hacer política. “Ella no quiere que me silencien ni me traten como a una delincuente”, escribió Tlaib, muy suya.

La abuela de Tlaib tiene 90 años, así que quizá fuera su última oportunidad para verse. Sin embargo, parece que para Tlaib esa oportunidad perdida era un mero daño colateral en la promoción de su agenda antiisraelí. Se ve que tener que mostrar cierta contención un par de días suponía una afrenta para su conciencia.

Si se considera que, sólo dos semanas antes, tanto Tlaib como Omar habían sido invitadas a un viaje oficial a Israel, junto con otros nuevos miembros del Congreso, todo este episodio parece más bien una cortina de humo para ocultar la principal motivación de ambas: la agitación política.

Tlaib demandó inicialmente ir a “Palestina” –que hasta la fecha no existe– en un viaje organizado y copatrocinado por una organización sin ánimo de lucro, Miftah, dirigida por la veterana portavoz palestina Hanán Ashrawi. Becket Adams describea Miftah en el Washington Examiner como “una organización extremadamente antisemita que ensalza a los terroristas palestinos y afirma que los judíos utilizan la sangre de los cristianos en su Pascua. Además, publica a neonazis y llama a la destrucción de Israel”. Miftah también ha calificado de heroínas a las terroristas suicidas. Ya hay que esforzarse para ser “extremadamente antisemita”.

Así las cosas, todo indica que para Israel cualquier decisión estaba condenada desde el principio, no se le presentaba ninguna opción buena.
¿Dónde están las críticas de Tlaib a China por la ocupación del Tíbet, o a Turquía por la del norte de Chipre, o a Pakistán por la de Cachemira, o a Inglaterra por negar la entrada al reputado investigador Robert Spencer mientras da la bienvenida a predicadores del odio?

La reveladora conducta de Tlaib deja clara su auténtica motivación, que no era tanto el deseo de visitar a su abuela como el de bramar contra Israel y acaparar foco mediático. Lo que se presentaba como una atractiva propuesta para viajar a Israel ya no era tan interesante después de haber tenido que prometer guardar las formas. Se ve que, si no podía provocar ninguna polémica mediática, para ella la visita dejaba de tener sentido.

Tlaib tiene un nutrido historial de numeritos. En 2016, en un mitin en Detroit del entonces candidato presidencial Donald Trump, la protesta de Tlaib devino enseguida en alboroto: fue grabada en vídeo forcejeando con los agentes del servicio secreto y la seguridad de Trump y gritando “¡Estáis todos locos!” antes de que la sacasen a la fuerza del auditorio.

En 2018, siendo candidata a la Cámara de Representantes, se plantó en una manifestación supuestamente pacífica que estaba teniendo lugar delante de un McDonald’s de Detroit. Una vez más, fue sacada de allí –en esa ocasión arrestada– tras protestar por un salario mínimo de 15 dólares la hora.
Cuando no está ocupada haciendo que la desalojen de los sitios, a Tlaib le parece patriótico arremeter contra la Policía del Capitolio por hacer el trabajo que se le ha asignado: detener a los manifestantes que muestran una falta de respeto por la ley y el orden igual a la suya.

“Nunca me he sentido más palestina que en el Congreso”, proclamó desafiante ante la Coalición por los Derechos Humanos de Michigan el pasado abril. Tiene narices que lo diga la misma mujer que se valió de Twitter para decir que los senadores que habían apoyado un proyecto de ley a favor de Israel se olvidaban de “a qué país representan”.

La doble vara de medir que revelan sus declaraciones le quita cualquier credibilidad que pueda tener como palestina que lucha por los derechos del país de su abuela. Su conducta sólo sirve para diluir la seriedad de las causas que dice representar. No parece tener interés en ningún tipo de propuesta que no conlleve su expulsión o detención ruidosa, en la que no pueda llamar la atención o ser considerada víctima. Es difícil no preguntarse qué está haciendo por sus representados. ¿De verdad es el afán de insultar a Israel lo que quita el sueño a los buenos votantes de Michigan? ¿Y es ahora el antisemitismo la nueva cara presentable del Partido Demócrata?

No es de extrañar que su planeada visita a Israel fuera objeto de preocupación en este país.

Como manifestó M. Zuhdi Yaser, fundador del American-Islamic Forum for Democracy:

¿Hace falta decir que primero tenemos que entender qué es el movimiento BDS [Boicot, Desinversiones y Sanciones]? Es un movimiento antisemita y genocida que quiere acabar con Israel. Que nadie se equivoque, pues: no se trata de gente moderada que visita Israel. Israel, por su ley de 2017 [contra el BDS], tiene derecho a prohibir la entrada a los activistas, especialmente a los que quieren verlo borrado del mapa.

Lo último que se le ha ocurrido a la Industria del Odio contra Israel es un debate entre “una docena de demócratas” de la Cámara de Representantes sobre si repudiar al embajador de Israel en Estados Unidos, Ron Dermer, y al embajador de Estados Unidos en Israel, David Friedman, por una “grave falta de confianza”.

En un tuit, Tlaib propuso después boicotear el programa de televisión de Bill Maher, que tuvo la mala suerte de decir sobre el BDS, movimiento para la destrucción de Israel mediante su estrangulamiento:

Es un test para medir la pureza de las mentiras que cuenta gente que quiere parecer ‘despierta’ pero que en realidad se durmió en la clase de Historia.

Maher añadió:

[El BDS] se basa en la idea –que creo muy superficial– de que los judíos de Israel son sobre todo blancos y los palestinos tienen la piel más oscura, así que deben de ser inocentes y llevar la razón, y los judíos equivocarse.

Es como si la ocupación hubiese surgido de la nada, que ese pueblo completamente pacífico de repente se vio ocupado (…) Olvidémonos de las intifadas y los atentados suicidas y los cohetes, y de no sé cuántas guerras.

Permítanme leer a Omar Barguti, uno de los cofundadores del movimiento (…) Cito textualmente: “Ningún palestino sensato (…) aceptaría jamás un Estado judío en Palestina”. Así que de ahí viene este movimiento, de alguien que no quiere ni que exista un Estado judío. Esta parte nunca se muestra en los medios estadounidenses. Es muy extraño.

El congresista Ted Lieu (representante demócrata por California) no quería quedarse al margen y se unió al coro acusando al embajador Friedman de “lealtad a una potencia extranjera”; pero no acusó a la congresista Tlaib de lealtad a Palestina.

En la emotiva rueda de prensa de la que tanto se ha hablado, todos los hechos incómodos fueron distorsionados u omitidos, como cuál había sido el itinerario planeado y por qué Israel se vio obligado a construir una barrera de seguridad. ¿Pudo tener algo que ver con los innumerables ataques terroristas palestinos, en los que “se mató a más de 900 personas y se hirió a miles”? ¿Sirvió la barrera de seguridad de Israel para frenarlos? Según el exgobernador de Wisconsin Scott Walker, Israel logró “reducir en más del 90% los actos terroristas (…), lo que atribuyen a la eficacia de la valla (…) Si Israel puede hacerlo de forma eficaz, entonces no hay motivo por el que Estados Unidos no pueda”.

En la rueda de prensa de marras se contaron calumniosas historias para no dormir que incluyeron la comparación de Israel con la Sudáfrica del apartheid, cuando en realidad, y en líneas generales, los árabes reciben el mismo trato que los judíos: hay jueces árabes en la Corte Suprema y en el Parlamento; los árabes tienen partidos políticos propios y son admitidos en cualquier profesión. La congresista Omar dijo que los puestos de control eran deshumanizadores, cuando el único motivo de su existencia es impedir ataques terroristas palestinos. Por supuesto, no se dijo que la Autoridad Palestina –cuyo líder, Mahmud Abás, se acerca ya al 14º año de un mandato fijado en sólo cuatro– ha “prohibido a una asociación palestina de defensa de los derechos LGTB organizar cualquier actividad en la Margen Occidental y ha amenazado con detener a sus integrantes, tras decir que sus actividades son contrarias a ‘los valores de la sociedad palestina'”. En cambio, Israel celebra cada año una de las mayores fiestas mundiales del Orgullo.

Sin duda, Israel tenía sobrados motivos para temer por las consecuencias de una invitación que la propia Tlaib había solicitado en estos términos: “Esta podría ser mi última oportunidad para verla [a su abuela]. Respetaré cualquier restricción y no promoveré boicots contra Israel durante mi visita”.

 

 

Fuente: es.gatestoneinstitute.org