Enlace Judío México e Israel.- Los resultados de las elecciones en Israel parecían haberle dado una clara ventaja a Gantz sobre Netanyahu, pero desde un principio comenté que el asunto no estaba tan sencillo. El paso de los días nos revela cómo están las cosas, y parece que Gantz ni siquiera está participando de las verdaderas decisiones.

IRVING GATELL EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO

Al principio, las expectativas de los oponentes a Netanyahu explotaron, apresurándose a declarar que había terminado la era de Bibi. Parecía lógico: Kajol Laván no sólo superaba a Likud por un escaño (que al final fueron dos), sino que Netanyahu se quedaba muy lejos de poder formar coalición, apenas con 55 escaños. Mientras, Lieberman reforzaba su autonomía y parecía constituirse en el “hacedor de reyes”.

Pero lo dije muy claro: eso era una ilusión óptica, porque el hecho de que los oponentes a Netanyahu hubieran logrado 56 escaños, no significaba que todos, automáticamente, apoyarían a Gantz. Ahora sabemos que tres diputados árabes se desmarcaron y no le dieron su recomendación, por lo que la cifra total (que había aumentado a 57) bajó. Ahora, Gantz es quien tiene menos apoyo que Netanyahu (54 contra 55, respectivamente).

Peor aún: para poder integrar una coalición de gobierno, Gantz tendría que convencer a la extrema izquierda del Majané liderado por Meretz, de que compartan gobierno con Avigdor Lieberman y su extrema derecha de Yisrael Beiteinu. Y viceversa. Algo que no parece muy probable. Entonces, si Lieberman aceptara integrarse a la coalición de Gantz y le aportara otros 8 escaños, es muy probable que el Majané se retirará con sus 5 escaños, con lo que Gantz terminaría por integrar una coalición de 59 escaños. Cosa que no sirve.

Netanyahu lo sabe perfectamente, y por eso se pudo dar el lujo de endurecer su postura. A fin de cuentas, lo único que tenía que hacer para complacer a Lieberman, recibir la recomendación y después de ello seguramente la encomienda de formar gobierno, era aceptar el proyecto de una coalición con Gantz. Lo curioso es que es muy probable que eso vaya a darse al final, pero noten cómo manejó Netanyahu la situación (y cómo respondió Lieberman).

En principio, Netanyahu podía haber cedido a las demandas de Lieberman, e invitar a Kajol Laván a integrar la coalición de gobierno sin la presencia de los partidos religiosos. Pero eso habría sido incómodo para Netanyahu, que en ese caso llegaba con menos escaños de Gantz y habiendo renunciado al apoyo de su bloque. Por eso, en ese panorama resultaba más lógico que fuera Gantz quien recibiera la encomienda de formar —y dirigir— el próximo gobierno.

Netanyahu rechazó el pedido de Lieberman, y se rumoró durante una tarde que este último habría dicho, en privado, que estaba pensando en apoyar a Gantz. Todo parecía perdido para Bibli.

Pero no. En realidad, lo peor que le podría pasar a Gantz sería recibir el apoyo total de Lieberman. Con esos 8 escaños, habría sido el claro triunfador de la elección y se le habría encomendado formar gobierno, pero es prácticamente seguro que no habría logrado integrar la coalición. Lieberman, la Lista Árabe y la extrema izquierda son simplemente incompatibles. Gantz se habría quedado muy lejos de lograr el apoyo de 61 diputados, y se habría convertido en un cartucho quemado. Rivlin no habría tenido más remedio que encomendarle la formación de gobierno a Netanyahu, y entonces se habría regresado al mismo panorama posible original, pero con Netanyahu con todas las ventajas para imponer condiciones tras el fracaso de Gantz.

Lieberman lo entendió bien, y terminó por anunciar que no recomendaría a nadie. Así que Gantz se quedaba con sus 57 y Netanyahu con sus 55. Hasta que unos diputados árabes —los de Balad, integrante de la Lista— dijeron que no le daban la recomendación a Gantz, y este se quedó con 54 diputados apoyándolo.

Eso cambió radicalmente la situación para Lieberman. En las condiciones que estaba la situación, prácticamente era él quien tenía que decidir quién sería el vencedor de la elección. De haber recomendado a Gantz, habría sido parte medular de su fracaso para integrar gobierno, y se habría quemado igual que Gantz. Entonces, habría regresado a la negociación con Netanyahu en desventaja, especialmente porque de no aceptar integrarse al gobierno encabezado por Likud, Lieberman habría sido el único culpable de ir a una tercera elección. Y eso seguro le habría costado muy caro, políticamente hablando.

Por eso optó por devolverle esa responsabilidad a Rivlin. ¡Que él decida!

La estrategia de Rivlin fue la más lógica y sensata: sentar a Netanyahu y a Gantz a discutir entre ellos con el objetivo de que formen la alianza (cosa que ojalá suceda; me uno al coro de los que consideran que es complicado, pero es lo mejor).

La diferencia —causada por todo lo que ha sucedido durante una semana— es que Netanyahu llega muy bien parado. Tiene el apoyo de 55 diputados, y es un apoyo seguro. Gantz tiene uno menos, pero es un apoyo muy cuestionable. En primer lugar, porque podría desmoronarse en cualquier momento. En segundo, porque tiene el apoyo de dos de los tres partidos de la Lista Árabe, y eso no lo ve bien la mayoría de la sociedad israelí.

Netanyahu advirtió que la situación era simple: O gobernaba él, o los partidos árabes entrarían al gobierno, obteniendo con ello acceso a toda la información clasificada y relativa a temas de seguridad. Algo que no desea casi ningún israelí porque es bien sabido que muchos militantes de esos partidos son abiertos enemigos del Estado de Israel, y no se han puesto límites en expresar que su objetivo político es su desmantelamiento para crear un Estado Palestino binacional.

Y lo que parecía un intento de Netanyahu por espantar al electorado, terminó por convertirse en una incómoda realidad para Gantz al recibir el apoyo de dos de los tres partidos de la Lista Unida.

Pero lo más interesante de todo esto es ver el juego de ajedrez que han mantenido Netanyahu y Lieberman. Básicamente, cada acción tomada por cada uno de ellos ha sido en reacción al otro, o para hacerlo reaccionar.

Con los resultados de la elección, Lieberman comenzó retando a Netanyahu a que aceptara sus condiciones (relegar a los partidos religiosos) a cambio de su apoyo; Netanyahu rechazó el reto, pero con ello lanzó a Lieberman a la esfera de Gantz y, por lo tanto, al riesgo de hundirse con él si este fracasaba al formar coalición. Ahora Lieberman se abstiene de recomendar a nadie, y la responsabilidad queda en Rivlin, que —en general— es inmune a esta suerte de ping-pong.

A acaso lo más frustrante debe ser lo que le sucede a Gantz. De sentirse el ganador de la elección y afirmar, categóricamente, que habría un gobierno de coalición dirigido por él, ahora es quien se encuentra con menos opciones.

Pero no todo está perdido para él. Lo que debería hacer es aceptar una coalición con Netanyahu y poner como condición la rotación. De ese modo, durante la mitad del período él sería el primer ministro, aunque no se desharía de Netanyahu, como originalmente lo deseaba. Y eso no es del todo malo. Al contrario: Puede ser el marco perfecto para que Gantz aprenda todas esas artimañas necesarias en un político, y que son las que, pese a todo, han hecho que Netanyahu mantenga su ventaja sobre Gantz.

Si el líder de Kajol Laván aprovecha esas lecciones, puede pavimentar su ruta segura hacia el cargo eventual de Primer Ministro sin tener que armar coaliciones o gobiernos de unidad. Y es que Netanyahu es casi diez años mayor que él, y tarde o temprano tendrá que pensar en el retiro (por no mencionar que el proceso judicial que quieren armar en su contra podría adelantar su jubilación, por la buena o por la mala).

Así que mientras Netanyahu y Lieberman siguen con su juego de ajedrez al que no han invitado a Gantz, este último puede demostrarnos si tiene madera de estadista. Si lo logra, será cosa de tiempo para que tenga la oportunidad de ser primer ministro.

Al tiempo.