Enlace Judío México e Israel – En el marco de la Feria Internacional del Libro Judío, la escritora Ethel Krauze presentó su nuevo libro, Un nombre con olor a almizcle y a gardenias, acompañada de Sandro Cohen y Angelina Muñiz-Huberman. 

 

Ethel Krauze comenzó la presentación diciendo que “Angelina Muñiz Huberman, una amiga de muchos años, escritora, compañera de toda la vida (…), siempre hemos coincidido en los mejores momentos, cuando una u otra publica, cuando nos encontramos en algún evento, y sobre todo coincidimos en la pasión por la literatura, una pasión indómita, que no se repliega.”

Así dio pie para que Angelina Muñiz-Huberman leyera el texto que preparó para la ocasión: “En este nuevo libro de Ethel Krauze, la concentración poética y la creación metafórica llegan a su expresión límite. La palabra toma nuevos vuelos y el significado oculto de cada término provee de claves que cada lector descubrirá a su gusto. Puede ser una lectura textual, siguiendo el orden de las palabras, o puede ser un infinito mundo de símbolos, de historias entrelazadas, de movimiento perpetuo.”

Muñiz-Huberman agregó que “el ritmo de cada poema se alía a una imagen por primera vez descubierta. Los sentidos se desgranan en sentidos, olores, colores…. Si pensáramos en el tacto también existe de manera sugerida, como el roce de un pétalo de gardenia. El enigma y el misterio abren la imaginación y un toque melancólico se impone.”

Según la escritora, el libro danza sobre dos ejes. El primero de ellos es el nombre. “De este modo, a la manera de los antiguos sabios de la mística hebrea, el nombre lo es todo. Simboliza la unión de la vida con la divinidad. Es el instante del nacimiento cuando la palabra se origina. La creación de dios fue dada al pronunciar el nombre que identificaría al sujeto y al objeto.”

El segundo eje se halla en el almizcle y las gardenias “en contraste o en deseo de la unión mística y erótica. El perfume de ambos, solo percibido por medio del olfato aunque se encuentre en la página, opone contrarios. Su simbolismo rueda del afrodisiaco proveniente del siervo almizclero a la simbólica pureza de la gardenia. El almizcle requiere de la muerte del siervo para obtener la glándula que segrega feromonas. La gardenia y su blancura evocan el estado espiritual. Así, muerte y vida se fusionan en un solo estado de ánimo amoroso.”

“Leíste no solo el libro: me leíste a mí; leíste mi historia y leíste mis búsquedas y lo que traigo cargando y lo que quiero dejar como legado”, respondió la autora de Un nombre con olor a almizcle y a gardenias, visiblemente emocionada por lo que denominó una lectura acuciosa de su libro por parte de la primera de sus presentadores. El segundo, el escritor Sandro Cohen, utilizó el micrófono para convocar a quienes se encontraban en la librería “Rosario Castellanos” del Fondo de Cultura Económica, sede de la FILJU 2019, a que se acercaran a la lectura. Los temas judíos, dijo, “no muerden. Pueden venir con toda confianza.”

Antes de leer su ponencia, Cohen, activista del correcto uso del lenguaje y de la bicicleta, dijo que, luego de escuchar a Muñiz-Huberman, “he confirmado que sé leer y he confirmado que leímos el mismo libro, entonces, si hay repeticiones, es porque en efecto, pertenecemos a una cultura muy amplia que ha recogido Ethel, y los dos lectores hemos abrevado en esa cultura.”

“Hay poetas capaces de pasar toda una vida escribiendo obras maestras sin acercarse, ni por equivocación, al pozo sin fondo del misticismo. O, en lugar de “pozo sin fondo”, será un camino ascendente y tortuoso que nos llama, nos tienta y atormenta, que nos promete entregar su secreto a la vuelta de la próxima curva solo para conducirnos un poco más hacia dentro, un poco más hacia arriba, hasta que no sabemos hacia dónde es adentro ni hacia dónde es arriba, o si seguimos en exactamente en el mismo lugar de donde partimos, o si en verdad partimos alguna vez.”

Con esas poderosas palabras comenzó la lectura de su texto, que siguió con la afirmación de que “está claro que con Un nombre con olor a almizcle y a gardenias, Ethel Krauze sí se ha acercado y se ha asomado al abismo.”

“A lo largo de este poemario, Ethel Krauze pide que le sea revelado el nombre. En hebreo —como ya lo dijo Angelina—, Hashem. Entre los judíos observantes, uno de los nombres de Dios, tal vez el más común —en el uso cotidiano, no el litúrgico— es precisamente Hashem. Cuando alguien llega sano y salvo a casa, su madre, esposa exclama: ¡Baruj Hashem!, “bendito el nombre”.

Pero, ¿qué hay en el nombre de Dios?, se preguntó Cohen. “Dios, en el Tanaj, por lo menos, y en todas las escrituras que de él se derivan, posee muchos nombres según el contexto: quién le habla a Dios o quién habla acerca de Dios y por qué. Puede ser el dios de los ejércitos o el dios de la misericordia, o más simplemente: mi señor.”

Pero para los judíos, narró Cohen, la verdadera pronunciación del nombre de Dios, aquella que “temblando” pronunciaban los antiguos sacerdotes del templo, es tan inefable como el propio aludido. Nadie, entre los judíos observantes, intentará pronunciarlas, y fueron los cristianos evangélicos quienes decidieron pronunciar las cuatro letras del nombre de Dios como Jahvé.

“En estos 61 poemas se le pide a Dios, nunca nombrado, que revele su nombre. Entendemos, su verdadero nombre, con el cual se nos abrirían todos los secretos, se nos revelarían limpiamente los misterios, los porqués detrás del sufrimiento, del dolor, del hambre, del vacío, del mal, de todo aquello que nos aqueja a los seres humanos y probablemente a todos los demás animales sensibles (…).

 

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