Enlace Judío México e Israel – El 29 de septiembre, en el marco de la FILJU 2019, fue presentado el libro El Cabalista o el fulgor del laberinto, de la escritora judeomexicana Jenny Asse Chayo, quien estuvo acompañada por Pepe Gordon y Angelina Muñiz-Huberman.

Varias decenas de personas se congregaron en el auditorio del Centro Cultural Bella Época para ser testigos de la presentación del libro El Cabalista o el fulgor del laberinto, de la escritora Jenny Asse. Pepe Gordon y Angelina Muñiz-Huberman fueron sus presentadores. Esta última compartió con Enlace Judío el texto de su presentación. A continuación, lo transcribimos íntegro:

“En una ocasión anterior, al hablar de la poesía de Jenny Asse, decía cómo ha logrado elaborar una precisa obra de temas místico-eróticos que la colocan en un lugar especial dentro de la literatura judeomexicana. Una obra traspasada del anhelo espiritual de explicar lo inexplicable por medio de un mundo poético pleno de misterio, inquietud, metáforas sorprendentes y una polisemia evocadora. Esta vez se presenta su libro El cabalista o el fulgor del laberinto en el que las líneas principales de nuevo acuden a los temas y variantes de la concepción cabalística en torno a la Torá. Es también de mencionar que la luz (or en hebreo) como fuente del conocimiento da nombre a la editorial que publica este libro: Oresencias. (p. 49)

Cábala, fulgor y laberinto resumen en el título tres directrices formuladas: la interpretación mística del texto pentateútico o Torá, su iluminación y el deambular laberíntico entre palabras, letras, espacios en blanco.

Las primeras páginas exponen al cabalista a partir de la idea de exilio: “Soy un exiliado y peregrino buscando mi propio cuerpo, tierra, centro”. (p. 2) Un cabalista que depositará al final de su periplo la luz del conocimiento en el paciente escucha que lo acompaña.

Desplazado, busca un espacio donde detener su peregrinaje y hallar la Luz de la Divinidad entre las palabras de la Torá. “El cabalista acaricia las letras, lleva su dedo índice a los labios, besa la huella del fulgor que se ha quedado entre las yemas, mañana se levantará temprano, y el Libro estará ahí para guiarlo en la batalla”. (p. 24)

Desmenuza las palabras en letras y se detiene ante el tetragrámaton (iod, hei, vav, hei) o las cuatro letras inefables. Su destino quedará marcado por el sonido de esas letras. Conoce y reconoce la historia suya y de su pueblo entre las líneas del Libro sagrado. Si llegara a entenderlas en su profundo significado lograría la unión mística. El propósito de su vida queda establecido. “Desde el sin mundo me colmo de palabras, en ellas recorro el espíritu de un pueblo diseminado, golpe tras golpe, en las esquinas de la historia”. (p.3)

Es el monte del Sinaí del que parte la historia y es la figura de Moisés la que lleva de la mano a este nuevo cabalista para indicarle el camino. Nombre repetido en el padre de la autora, a cuya memoria está dedicado el libro. Así, nombre y nombre cumplen su cometido y la repetición es la afirmación. La zarza ardiente es la luz que guía hacia la Divinidad en el afán de extender los símbolos a un más allá anhelado. Jenny Asse le otorga a su cabalista el camino sin fin y la ruta interna para el ascenso a Jerusalén.

La guematria da lugar a la lectura numerológica y sobre este tiempo y el tiempo mesiánico de la esperanza la autora analiza:

“La palabra serpiente suma 358, la palabra Mesías suma 358, un oasis de saber se abre pronto, los múltiples rostros del concepto: el Mesías vencerá a la serpiente; el tiempo mesiánico es el tiempo del fin del mal; el Mesías sólo llegará cuando acabemos con la serpiente que nos habita y que habita el mundo. Tres+ cinco+ocho=dieciséis. Uno+seis=siete; el siete representa el día de descanso: los tiempos del Mesías implican el Shabat para el mundo”. (p. 31)

De ahí el amor por el número como máxima expresión abstracta que permite no nombrar a la Divinidad sino abordarla con el rodeo de la palabra de múltiples interpretaciones y del número inacabable en su infinitud. Se detiene el texto permitiéndole, a la vez, volar. El número en sus manifestaciones: real y teórica. Donde la letra “pei” es la representación del número infinito sagrado (p. 41). Y aquí, hago un paréntesis para referirme a la película Pi, el orden del caos (película de 1998 dirigida por Darren Aronofsky) en busca de la unión indisoluble de letra y número. La Cábala como ecuación matemático-espiritual. Y aún podría referirme a la capacidad de ciertas mentes, por ejemplo, en algunos casos de autismo, de elaborar operaciones aritméticas complejas instantáneamente y a gran velocidad. Cierro el parentésis.

Otro tema desarrollado es el del cuerpo como recinto de lo sagrado. “Leer el cuerpo, leer cada signo del cuerpo y después trazarse en el papel, dejarse narrado en la hoja blanca”. (p.42) Con lo cual la asociación con el Cantar de los cantares es inmediata en su doble vertiente erótica y/o mística. “Vencidos sobre la sed de amar, los rostros de los amados se buscan entre la lluvia. Los vientres se aúnan para engendrar el tiempo de la paz”. (p. 46) Para Jenny, el amor es el estado de perfección donde ocurre la entrega total que se trasmuta en la entrega espiritual. En el acto amoroso se repite la imagen de la creación divina y luz y oscuridad, noche y día, juegan entre sí para finalmente establecer el orden y apartar el caos.

También los místicos cristianos, Santa Teresa y San Juan, toman del Cantar de los cantares, noche y día, luz y oscuridad convirtiéndolos en el alma que se escapa del cuerpo y que se une con la Divinidad. En palabras de Jenny:

“El cabalista traza sobre el cristal un Nombre y se funde en él hasta perderse.

No hay día, no hay noche, no hay palabra ni silencio. Sólo un Latido en los bordes de la nada cantando.

Sólo un Latido balbuceando el ritmo de los comienzos”. (p.46)

Y en las palabras de San Juan de su Cántico espiritual surge la famosa aliteración de todos conocida: “Un no sé qué que quedan balbuceando”. Como la imposibilidad de hallar la palabra primigenia.

De igual modo, como en coincidencia menciona Jenny Asse, la experiencia mística pasa a ser también una experiencia lingüística (p.49), o fonético-poética, agregaría yo.

El peregrinaje del cabalista internado en el mundo del lenguaje sigue hallando nuevos significados y nuevas imágenes y metáforas para aclarar el verdadero sentido de las palabras, a pesar de que sabe que el fin nunca será definitivo. Es entonces cuando la presencia de la Shejiná se vuelve necesaria como la morada femenina de Dios y la sombra que acompaña en el exilio al pueblo judío. El cabalista trasmite su mensaje:

“Las palabras del sabio me permitieron comprender otro de los rostros que sustentaban secretamente las esperas de mi pueblo. Su supervivencia estaba en el gesto secreto de esa presencia inmaculada que se había desprendido de Dios para acompañar a los hombres, pero retornaría a Él cuando el pueblo regresara de su exilio y pudiera, nuevamente, abrazar la tierra… La Shejiná, esa presencia itinerante”. (p. 58)

Así, en ese transitar del cabalista por los caminos de la búsqueda celestial y las rutas del libro sagrado recibe la luz de la divinidad y la entrega a su escucha. El momento de la despedida se acerca no sin antes dedicar un pensamiento a la figura de Job encarnada en la lucha del bien y el mal con la apuesta entre Satán y Dios. “Y que la aparente gratuidad del dolor tenía una razón oculta en el fondo de la Mente del Creador”. (p.71)

El adiós es impostergable. El canto y la danza se perpetúan. El amor sobre todas las cosas. El escucha que ha recibido las palabras del cabalista está listo para escribir el libro, este libro: enciende la vela y extiende el pergamino para que las palabras fluyan una a una. Las palabras del cabalista, del escucha y de Jenny Asse entrelazadas amorosamente en el tejido poético.”

 

Un fragmento del libro El Cabalista o el fulgor del laberinto, cortesía de su autora, Jenny Asse

34 Llueve sobre la página vacía, las gotas de agua rasgan la blancura, penetran en el cuerpo inmaculado. El mundo es resultado del deseo que no culmina, y toda acción es un movimiento del vacío. Así el escritor frente a su nombre, frente a todas las posibilidades que hay en el hueco de su nombre. Voy hacia el surco entreabierto que dejan las palabras, una frente a otra me permiten el espacio del silencio. El rostro del cabalista asoma entre ellas para colmarme, él sabe que el acceso verdadero al misterio del texto es a través de sus silencios. El deseo del hermeneuta es acceder a la nada blanca que simula el silencio de Dios, la parte más elevada de Su misterio, el lugar del no lugar, el espacio de Su afonía, el punto inamovible que es sólo un respiro, la diástole infinita, el Aleph latiente en las alturas del vacío.

 

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