Enlace Judío México e Israel – Tengo una historia sobre la imposibilidad. La improbabilidad.

ADAM SONIN

Pero primero debo aclarar algo. La vida es una serie de conversaciones. Conversaciones entre el hombre y su hermano y hermana. Entre el hombre y él mismo. Entre el hombre y nuestro creador. Preguntas. Y a veces, a veces, es un diálogo.

Y Jerusalén, bueno, Jerusalén, es una conversación eterna. Una discusión.

En una reciente conversación descubrí que el hombre que tenía enfrente era un primo desconocido, Shlomi. Pero él es otra historia.

La semana pasada tuve la siguiente conversación conmigo mismo.

El día que enterré a mi querido padre, David, me puse el anillo de su padre, Isaac, a quien no conocí. Sentí consuelo. Mi padre odiaba el anillo. Pero yo lo recordaba desde la infancia. Estaba en el joyero de mi madre.

Mi abuelo lo usó cuando luchó contra los fascistas en España, con Orwell, Penrose y Capa. Era un idealista. Mi padre era un idealista y yo soy un idealista. Guerreros. Escritores. Judíos. Todos hombres de palabra. Y a veces tuvimos que sostener armas.

Mantuve el anillo en mi dedo durante nueve años.

Entonces una noche, hace unos años, lo perdí en Jerusalén. Se me rompió el corazón. Buscamos en todas partes. En cada rincón. La gente aún recuerda.

Así que así es la vida, ¿cierto? Apego. Pérdida. Dolor. Todos lo conocemos. Lo necesitamos.

La semana pasada, fui al Kotel. Tenía que tener una conversación. Rápida. Corta. No sé por qué tenía que estar ahí, pese a que no tenía el tiempo necesario. Todo se aplazó 10 minutos frente al muro. Pero una conversación me llamó. Así que decidí ir, sin discutir.

No hablamos a menudo. Descuido esta parte. Me puse el tefilin, dije el Shemá y me disculpé por no conversar tan a menudo. Pero ahora estoy aquí y estoy agradecido por mi vida. Estoy bendecido. Aunque perdí casi toda mi familia y el comienzo de una nueva familia. Camino en paz, sin ira, habiendo visto más dolor del que necesitamos. Y usted lo sabe. Ha estado allí en los peores momentos de dolor.

Después caminé a casa. Aturdido. De pronto me detuve en el mercado de Davidka. No miré los puestos. Caminé directamente al centro de 40 mesas y tomé mi anillo. El primer objeto que toqué. El único objeto que tomé en mis manos. No podía creerlo. Estaba en trance y exclamé: “Aquí está mi anillo”. La vendedora pensó que estaba loco. Por qué no. Yo pensaría lo mismo, ¿usted no? La mujer se rió, me corrigió y dijo:’No, este es mi anillo y tiene un precio, 980 shekels’.

Comenzamos una conversación. Le relaté la historia del anillo, le mostré una foto antigua y dijo: `Realmente es tu anillo’. Al final no recibió mi dinero y dijo: ‘es tu anillo. Está “escrito”‘.

Y con su bendición el anillo volvió a la mano para la que no fue hecho. Al hijo de un idealista que lo odiaba. Reunido nuevamente con el dedo que perdió dolorosamente. Al chico que necesitaba consuelo. Del hombre que no conocí, pero desearía haberlo conocido. Al padre que me bendijo. Y de vuelta a la mano para la que fue hecho. Intercambiamos números y nos mantuvimos unidos.

No hay explicación. No hay explicación para la sabiduría, para la orientación, para preguntas dentro de respuestas. Para las eternas conversaciones.

El anillo es una metáfora de todo lo que puede ocurrir. Lo que no puede suceder. Lo que sucederá, y no sucederá.

Argumentos, preguntas y una conversación especial y singular que recordar y olvidar. Una conversación que no tuvimos.

La vida es una serie de conversaciones. Alegría y dolor. Juntos. Donde empiezan y terminan. Donde pertenecen.

Pasé el fin de semana en Netanya surfeando con amigos. Necesitaba despejar mi mente.

Mañana iré al Kotel. Para tomarme un momento. Para tener una conversación. Aunque ya lo sabes. Lo sabes todo. Porque está escrito, cierto. Y lo escribiste todo. Así que decidí que no puedo vivir en ningún otro lugar fuera de Shemá, Israel. Tú eres mi corazón. Y siempre lo has sido. Serás. Eres. Nuestro. Aquí: Israel.

El conflicto interno ha terminado. Mi hogar. Nuestro hogar. Y qué hogar construimos. Me encontré a mí mismo muchas veces. Así que empecé la aliá. Encontré la verdadera paz. Y eso es todo. Soy Adam Ben David. Mi padre era David Ben Yitzhak. Como estaba escrito. Nuestra conversación.

Esta historia está dedicada a aquellos que no han vivido, amado, perdido o aprendido’. Lo harán. Deben hacerlo. Porque está escrito. Shaná Tova.

Fuente: The Times of Israel / Reproducción autorizada con la mención: © EnlaceJudíoMéxico

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