Enlace Judío México e Israel.- ¿Por qué no puedo usar ese tenedor? Preguntaba a menudo, cuando apenas era una niña. Mi madre siempre me contestaba: -en otra ocasión te lo diré. Pero la ansiada ocasión nunca llegó.

THELMA SANDLER

Tiempo después, encontré la respuesta entre mis familiares y amigos.

Hoy, sostengo con nostalgia y amor el tenedor entre mis manos.

Lo encontré guardado cuidadosamente en el armario poco después de la muerte de mi padre.

Lo toqué con cariño, era como observar de nuevo su figura encorvada y vigorosa a la vez. Recordar cómo lo envolvía, lo protegía y cubría con su paño más preciado. Después de todo era su tesoro más valioso.

Regresaron a mi memoria los recuerdos que guardo desde mi niñez.

Sentí que debía apretar el tenedor con prudencia, con cariño, lloraba al sostenerlo. Le exigía que me contara todo lo sucedido.

En el mango del mismo, pude leer las siguientes letras escritas en alemán: “SS-Buchenwald”.

Estas son las palabras que rodearon su historia.

Deseo Imaginar el momento en el que lo tuvo entre sus manos por primera vez. ¿Qué edad tendría en aquel entonces? Tal vez ya había cumplido los diez años.

Fue separado de su madre cuando llegaron al campo de concentración. A su padre y a su hermano se los llevaron tiempo atrás.

Imagino a un soldado alemán compadeciéndose frente a este prisionero, ante este infante que se encontraba a la mitad de un sitio donde iba a ser asesinado cuando le entregó, quizás, un trozo de pan y un tenedor.

Nosotros, conocemos la historia. Los prisioneros solo podían comer con sus manos lo que se les servía sin importar el alimento del que se tratase. Cualquier utensilio estaba estrictamente prohibido.

Desde ese momento, mi padre no pudo apartarse de este objeto. Se convitió en un símbolo, en un aliado. Tal vez en parte de su fortaleza.

Él tenía una edad en la que los recuerdos quedan grabados en la memoria como si hubiesen sido grabados con fuego. Un fuego imborrable que se adueña de los pensamientos y de cada una de las vivencias.

Todo a su alrededor sucedía provocando en él otras remembranzas de los terribles actos de crueldad que sucedían día a día, momento a momento, eliminando la inocencia a la que todo niño tiene derecho.

No tenía a nadie que lo abrazara, a nadie que secara sus lágrimas o que le besara durante sus momentos de miedo y desesperación.

El tenedor, ahora fuertemente sujeto entre mis manos, oxidado y dañado por el tiempo, había permanecido dentro del armario desde hacía mucho tiempo antes de que yo naciera.

Solo ese objeto podría contarme lo que él no logró pronunciar. Mi padre estuvo allí, fue víctima y testigo.

Al sobrevivir aquellos horrores, logró llegar hasta aquí, hasta la tierra de Israel donde aprendió que para ganar la libertad, la estabilidad y la paz tendría que luchar constantemente.

Creció en esta ciudad bollante, llena de edificos que hoy quitan el aliento y son admirados por el mundo entero. ¿Cómo me gustaría saber lo que pensaba? ¿Cómo comparaba estas hermosas construcciones con aquellos barracones en los que fue confinado?

Mi padre, mi mísmisimo padre.

Los acontecimientos de aquella época, como si se tratase de un hierro ardiente, quedaron adheridos a mi piel tanto como a la suya. Y llegan hasta mí cada vez con más frecuencia en forma de preguntas que ocluyen mi garganta haciéndola incapaz de convertirlas siquiera en un rumor. ¿Cómo sobrevivió? ¿De dónde obtuvo las fuerzas necesarias para vivir? ¿Para seguir adelante y formar una familia, educar a sus hijos y gracias a D´s, llegar hasta el momento de besar a sus nietos y bisnietos?

Hanoch, mi padre, cuyo nombre fue mutado por un número tatuado en su antebrazo: 178905, jamás murió. Seguirá vivo mientras su descendencia pertenezca a este mundo. Lo merece, lo merecemos.

Después de la liberación de Buchenwald, el tenedor jamás se separó de él.

Él, después de observarlo con la mirada perdida, simplemente lo devolvía a su lugar y con una voz tranquila, que a la vez era un grito desesperado y desgarrador pronunciaba una plegaria.

Hoy, ante este simple objeto, un tenedor que simboliza la tragedia y al mismo tiempo un instante de compasión hacia un niño desamparado, me lleva a reprimir mis lágrimas… una vez más.

 

Zeev Galkin

Amikam, Israel, 10 de Febrero 2019

Una historia contada por Rachel, mi nuera en una conversacuón respecto a su Shoá privada.