Enlace Judío México e Israel.- Si hay algo que no cambia en la historia del mundo es justamente el cambio. Y aunque uno pretenda caminar a su ritmo, parecemos condenados a perder fuelle y quedarnos atados al pasado.

JORGE ROZEMBLUM

Cuando era joven, no llegaba a comprender el apego de los mayores a las viejas costumbres y sus críticas automáticas a lo nuevo, que para mí era sinónimo de avance. Con ese bagaje emocional, me preocupé durante mi vida adulta de estar al tanto de las transformaciones que tenían lugar no ya a mi alrededor, sino en cualquier lugar de un mundo cada vez más global e interconectado.

Una de las premisas para conseguirlo fue la movilidad geográfica (no hay como moverse por una esfera para comprobar que es igual por todos sus puntos). Si, como en mi caso, no tienes el respaldo económico suficiente para ir de aquí para allá a tu antojo, el único truco es la movilidad laboral. Y no me refiero simplemente a cambiar de tal a cuál empresa, organización o institución, sino de ser capaz de sumergirse en una profesión diferente. Quien sale indemne de una metamorfosis así, es muy probable que repita.

Eran tiempos en que las familias recomendaban a sus hijos encontrar un trabajo seguro, para toda la vida, por ejemplo en un banco. La mayoría de los que siguieron estos consejos terminaron siendo sustituidos por cajeros automáticos y aplicaciones en el móvil. Como músico, fui sustituido no sólo por las grabaciones sino por la práctica gratuidad del acceso a las mismas. Dicen los profetas actuales que lo que me ha pasado le pasará a muchos más. Ni los colegios ni los sindicatos podrán evitar que el concepto laboral deje de ser el que fue, no ya hace un siglo, sino hasta ahora mismo. Las distopías solían apuntar a un mundo lleno de ciborgs y robots físicos que reemplazaban a los humanos, pero el verdadero desplazamiento que viene no va a sustituir al sudor y el movimiento, sino al pensamiento, aquel que dedicamos la mayor parte de nuestras horas despierto para generar ganancias.

¿Qué nos quedará entonces? Seguramente muchos sueñan con la molicie de un “dolce far niente” subvencionado por estados encargados de evitar estallidos sociales, una especie (perdonen la comparación) de “Judenrat” elegido por nosotros mismos. En los inicios de la Revolución Industrial, los llamados “luditas” protestaban destrozando las nuevas máquinas que destruían el empleo. ¿Cómo harán los del futuro para combatir los programas informáticos que rastrean nuestra huella en las redes? Unos seguramente se convertirán en guerrilleros-piratas informáticos saboteando su lógica. Otros optarán por esconderse en lo profundo de alguna selva, hasta que la “civilización” llegue a desforestarlos. El resto tendremos que aprender a vivir con las nuevas reglas sociales, esas que manejan los “millenials” y que implican cambiar nuestro concepto de qué es la profesión, la identidad, la democracia, la sociedad, el lenguaje, la vida con trabajo sin trabajo.

Shabat shalom

 

*El autor es director de Radio Sefarad.


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