Enlace Judío México e Israel.- Con frecuencia se habla del judaísmo como una de tantas religiones patriarcales y hasta machistas. Pero semejante juicio es erróneo. Si entendemos la evolución de la religión judía y, sobre todo, si lo hacemos comprendiendo además los diversos contextos históricos en el que se dieron los grandes avances, nos vamos a topar con una perspectiva que, en muchos de sus rasgos, se anticipó al feminismo en la búsqueda de una condición igualitaria para las mujeres.

MAY SAMRA E IRVING GATELL EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO

No es asertivo aplicar el término “feminista” a la Biblia y al judaísmo antiguo, por la simple razón de que es una categoría ideológica moderna. Incurriríamos en una falacia al hacerlo. Pero es un hecho que el judaísmo, desde su más remota antigüedad, ya había propuesto una serie de ideas que luego tomaron forma y contenido en el activismo feminista (y por eso no resulta nada extraño que en el liderazgo activo e ideológico del feminismo hubiera muchas mujeres judías).

Es cierto que la Biblia y las disposiciones jurídicas del judaísmo rabínico se escribieron desde una perspectiva masculina. Así era la realidad social objetiva en esos tiempos, así que en principio no es un detalle sobre el que sea necesario discutir.

Lo interesante lo podemos encontrar en otros detalles, empezando por la posibilidad de que haya una excepción a esta norma: Los especialistas discuten mucho respecto a que el Cantar de los Cantares, atribuido a Salomón, tal vez haya sido escrito por una mujer. Si bien es algo que dudosamente se podrá demostrar o refutar, no deja de ser interesante el hecho demostrado de que muchos detalles de este libro presentan una óptica femenina del amor y del erotismo.

Regresando al texto bíblico como ejemplo de la percepción israelita antigua de este asunto, hay tres casos en donde podemos ver que la religiosidad “patriarcal” del pueblo hebreo no limitaba el papel de la mujer a mero objeto perteneciente al varón.

Se trata del relato de la bendición que Itzjak le da a Yaacov, la historia de Débora como juez de Israel, y el libro de Ester.

En el primer caso es evidente que el destino de la tribu gira en torno a la mujer. Se nos cuenta que Itzjak —ciego para ese entonces— estaba decidido a dar la bendición patriarcal a Esav, su hijo favorito. Este sale de caza porque luego debe preparar el guiso favorito de su padre, y ese lapso es aprovechado por Rivka para disfrazar a Yaacov y hacerlo pasar por su hermano, para que reciba la bendición.

Es evidente que Itzjak se da cuenta de la trampa. Dice “la voz es de Yaacov, la ropa es de Esav”. Sin embargo, come del guiso y le da la bendición al hijo favorito de su esposa.

El relato tiene un dejo de comicidad: El patriarca hebreo se da cuenta que su esposa, de un modo no tan sutil, le está diciendo algo así como “deja de perder el tiempo y recuerda que la bendición es para Yaacov”.

La matriarca gana. El patriarca se rinde. El futuro del pueblo de Israel ha sido rescatado y determinado por una mujer. Idea que, por cierto, siempre le ha resultado entrañable al pueblo judío. Por eso, cuando se da la bendición a los hijos cada Shabat, la bendición para las mujeres es mayor que la bendición a los hombres. A los niños se les dice “que D-os te haga como Efraim y Menashé”, es decir, que D-os te haga gente próspera. Pero a las niñas se les dice “que D-os te haga como Sara, Rivka, Rajel y Lea”, es decir, que D-os te haga madre de una nación. Bajo los paradigmas bíblicos, no puede haber mayor bendición que esa.

Luego tenemos el caso de Débora, de quien se nos dice que gobernaba a Israel y además era profetisa. Lo fascinante es que el texto bíblico lo dice sin recato, sin reservas. No dice que fuese una situación extrema surgida de una carencia de liderazgos masculinos. Al contrario: Ante los problemas generados por Jabín y Sisara, un rey y un general cananeos, Débora convocó a Barak, un general israelita, para ponerse al frente de los ejércitos hebreos. A lo largo de todo el relato, la cadena de mando está perfecta bien definida, sin cuestionamientos de ninguna índole: Barak, el general libertador, todo el tiempo está a las órdenes de Débora.

Finalmente, tenemos el caso de Ester. Según el texto bíblico, una serie de coyunturas la lleva a convertirse en reina de Persia. Su vínculo con su tío Mordejai es evidente, y se percibe cierta dependencia emocional (natural, porque Ester había sido adoptada por su tío al quedar huérfana). Sin embargo, hay un momento en que Mordejai no puede seguir más adelante, y le advierte a su sobrina que ahora todo depende de ella. Y no es cualquier cosa: La existencia del pueblo judío está en riesgo, y es Ester la única que puede y debe lograr que los planes de Hamán Hagagui se frustren.

Y lo logra.

Lo más que su tío logra es juntar a los judíos para que manden todo su apoyo moral. Es decir, un gesto prácticamente simbólico. Lo que logra Ester es doblegar al emperador persa.

Ante esta evidencia, el judaísmo siempre estuvo consciente de que el papel de la mujer no podía ser el de mero objeto reducido a propiedad del varón. Por eso, la legislación talmúdica introdujo reformas capitales —por ejemplo, en el tema del divorcio— para garantizar la salvaguarda de los derechos de las mujeres, algo inédito y revolucionario en las sociedades meso-orientales de la época.

Es cierto que las estructuras sociales no se vieron alteradas. Es decir: la religión judía siguió bajo el liderazgo oficial de los rabinos, y sólo los varones podían acceder a este título. Sin embargo, eso no fue una norma rígida en la práctica.

El mejor ejemplo lo tenemos en un caso que se dio en la Nueva España. Cuando la Inquisición mexicana se lanzó a perseguir a la comunidad judeo-portuguesa clandestina ubicada en Querétaro y la Ciudad de México, dos de los primeros en ser arrestados fueron los líderes del grupo: El rabino Antonio Rodríguez y Arias, y su esposa Blanca Enríquez.

Según consta en los registros de la Inquisición, la verdadera jefa del grupo era Blanca, a quien los inquisidores llamaron “la rabina dogmatista”, por su liderazgo indiscutible, pero también por su nivel de erudición en materia de religión judía. Cuando llegó a México el rabino Juan Pacheco de León para hacerse cargo de la instrucción judía de Gaspar Báez Sevilla, quien se encargó de hacerle un examen para ver si sus conocimientos como rabino eran suficientes, fue Blanca Enríquez.

Y es que el rol de “rabanit” (esposa de rabino) siempre fue importante en el judaísmo. Sin embargo, la tradición impuso que la ordenación específica como rabino fuese exclusiva para hombres.

Pero también eso ha comenzado a cambiar, y lo más interesante es que se trata del último reducto que podría llamarse inexpugnable para las mujeres. Si eso cambia, es porque muchas otras cosas ya han cambiado antes.

Por supuesto, la innovación comenzó en los movimientos liberales del judaísmo. Sin embargo, hay indicios de que Asenath Barzani —iraquí— y que vivió entre 1590 y 1670, podría haber sido la primera rabina. El tema se discute porque ella recibió el título de “tanaíta” debido a su elevadísima erudición en judaísmo. Es un título extraño, que tradicionalmente sólo se usa para designar a los rabinos de los siglos I y II EC, entre los cuales destacan Yojanan ben Zakkai, Shimon ben Hillel, Gamaliel Hazakén, y Yehuda Hanasí (es decir, las columnas fundacionales del judaísmo rabínico).

Después de Barazani, habría que esperar hasta el siglo XX para que empezaran los cambios de fondo y en serio. Regina Jonas, en 1935, fue la primera mujer ordenada oficialmente como rabina en el Rito Liberal de Berlín. La ceremonia de ordenación fue privada. Luego hubo que esperar hasta 1972 para que Sally Priesand fuese la segunda mujer ordenada oficialmente como rabina, y la primera en América. Y en 1974, Sandy Eisenberg Sasso fue la primera rabina del movimiento reconstruccionista. Después, la lista empezó a ampliarse: Jackie Tabick, Michal Mendelsohn, Linda Joy Holzman (ordenada rabina por el movimiento reconstruccionista, pero la primera en ser contratada por el movimiento masortí o conservador), Joan Friedman, Helene Ferris, Lynn Gottlieb, Bonnie Koppell (la primera en servir en el ejército de los Estados Unidos), etcétera.

En 1994, Margit Oelsner fue la primera rabina ordenada en América Latina, tras concluir sus estudios en el movimiento Conservador.

El impacto de esta lenta pero efectiva revolución ya llegó al judaísmo ortodoxo. En 2009, la Yeshivat Maharat —ortodoxa, por supuesto— abrió su programa de estudios para mujeres con la posibilidad de ordenarlas como rabinas. Por supuesto, eso provocó una fuerte reacción de otros grupos más tradicionalistas, y en 2015 el Consejo Rabínico de América emitió una queja formal por considerar que la ordenación de mujeres contravenía “la tradición”.

Pero nótese: Es un asunto de tradiciones, no de reglamentaciones jurídicas (halajá).

El parteaguas en ese proceso fue cuando el Mount Freedom Jewish Center (una comunidad ortodoxa) contrató formalmente a Lila Kagedan —rabina ortodoxa ordenada por la Yeshivat Maharat—. Entonces se le preguntó al rabino Mark Dratch, vicepresidente del Consejo Rabínico de América, su opinión sobre esa situación. Su respuesta refleja cuánto han cambiado las cosas incluso al interior de los sectores más rígidos. Si bien se opuso a usar el título de “rabina” en el caso de Kageda (algo que de todos modos no puede cambiar), dijo que su contratación “promueve una diversidad de oportunidades comunitariamente adecuadas para las mujeres eruditas y comprometidas”.

La puerta está abierta. Es cuestión de tiempo para que incluso la ortodoxia acepte el rabinato femenino como algo normal.

Lo interesante es que —como ya se señaló— esto es consecuencia de cambios de fondo que ya se dieron en otros niveles, como la igualdad de derechos civiles, laborales o reproductivos. Hace décadas que la mujer judía, en general, dejó de estar limitada al ambiente hogareño y familiar. Liberales o tradicionalistas, reformistas u ortodoxas, hoy por hoy una gran cantidad de mujeres judías están presentes en todos los ámbitos del quehacer humano: Ciencia, política (Golda Meir y Tzipi Livni ejercieron la Primera Magistratura de Israel), artes, deportes, comercio.

No hay límites para las mujeres judías.

Y si en algún momento se les quiere limitar, lo mejor de todo es que las mujeres judías pueden rechazar y refutar semejante intento apelando a algo que las apoya, las empodera y las engrandece: La religión judía y su milenaria tradición.

Porque entendiendo la evolución del judaísmo y la forma en la que llega a nuestros días, podemos decir que hoy por hoy, el judaísmo es una religión con vocación feminista.

Falta mucho por lograr, pero sólo es cuestión de compromiso y esfuerzo.

 

 

 

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