Enlace Judío México e Israel.- Difícilmente puede pasar un año, parece, sin algún episodio o incidente en Francia que obligue a su antigua comunidad judía a preguntarse si ellos tienen un futuro allí. Una de las elevadas críticas a los numerosos recordatorios del Holocausto, punteados en toda Europa, es su presunta tendencia a, como me dijo de forma memorable un líder judío estadounidense, “alentar a los europeos a conmemorar a los judíos muertos, e ignorar lo que está sucediendo a los judíos vivos.”

BEN COHEN

Pero incluso ese objetivo parece fuera de alcance en estos días. El presidente francés Emmanuel Macron dijo eso inadvertidamente la semana pasada cuando prometió, a raíz de la profanación de 107 tumbas en un cementerio judío en la región oriental de Alsacia, que Francia combatiría el antisemitismo “hasta que nuestros muertos puedan dormir en paz.”

Hubo, por supuesto, poca duda en cuanto al argumento esencial de Macron: El antisemitismo en su propio país y en el resto de Europa se está volviendo tan intolerable que incluso los muertos están impactados. Pero, su elección de palabras habrá recordado a muchos oyentes que la historia de Europa significa que sus tierras están llenas de judíos muertos, la mayoría de ellos en tumbas no marcadas. Ellos pueden también haber estado inquietos por la sensación de desesperación que asoma dentro del comentario de Macron: “Ni siquiera podemos proteger ya más a los judíos”, pareció estar diciendo.

De hecho, la profanación de cementerios judíos por parte de elementos de la extrema derecha en Francia es difícilmente desconocida. Durante la década de 1980, cerca de una docena de cementerios judíos fueron profanados en diferentes partes del país. Como es sabido, en mayo de 1990, 200,000 personas asistieron a una manifestación de protesta después que las lápidas en el cementerio en Carpentras, un histórico centro judío en Francia, fueron embadurnadas con esvásticas por un grupo de neonazis violentos. De forma más espantosa, los profanadores exhumaron un cuerpo de una de las tumbas y lo dejaron en exhibición con una Estrella de David clavada en el pecho.

En la época de la atrocidad de Carpentras, los líderes políticos y la comunidad judía francesa se unieron en apuntar el dedo de la culpa al fallecido Jean Marie Le Pen, quien estaba en su auge como líder del neofascista Frente Nacional y gozando una influencia creciente en el público francés. “El Sr. Le Pen, quien ha insultado frecuentemente a los 700,000 judíos y 3.4 millones de inmigrantes árabes de Francia, negó que su partido fuese responsable por la profanación de las tumbas,” informó el New York Times el 12 de mayo de 1990. “‘No me siento culpable en lo absoluto,’ dijo. ‘Condeno a los que hicieron esto.’ ”

El mismo informe citó la observación del entonces Gran Rabino de Francia, Joseph Sitruk, que una “civilización que no respeta a los muertos está dirigida hacia la destrucción de los vivos.” Y así ha llegado a pasar en Francia desde que Sitruk dijo esas palabras. No sólo la profanación de cementerios judíos, sino la tortura y asesinato de judíos franceses comunes y modestos como Ilan Halimi, de tan sólo 23 años, o Mireille Knoll, una sobreviviente del Holocausto de 81 años; ataques terroristas contra sinagogas, escuelas y supermercados kosher en los cuales docenas han sido asesinados o heridos; el golpe de tambor constante del discurso antisemita, mucho de él camuflado como “antisionismo,” de islámicos franceses y sus simpatizantes, junto con una colección vertiginosa de facciones de extrema izquierda y extrema derecha.

Apenas puede pasar un año, parece, sin algún episodio o incidente en Francia que obligue a su antigua comunidad judía a preguntarse si ellos tienen un futuro allí en absoluto.

De hecho, si bien sería impertinente preguntar a los educados y diplomáticamente inteligentes líderes judíos de Francia si ellos alguna vez se hartan de escuchar el mismo discurso de promesa tranquilizadora de generaciones sucesivas de políticos, uno imagina que al menos algunos de ellos deben apretar sus dientes. No es que Macron sea insincero. Es que la gravedad de sus palabras—por ejemplo, “Los judíos son y hacen Francia; los que los atacan, incluso en sus tumbas, no son dignos de la idea que tenemos de Francia”— guardan poca correspondencia con la experiencia de los judíos franceses, para quienes los actos antisemitas de uno u otro tipo son una experiencia diaria.

Aun más grave es que entre todo el retorcimiento de manos, las fuerzas que podrían hacer una diferencia—fuerzas del orden, asistentes sociales, el poder judicial—han fallado notablemente en hacerlo. Antes que termine este año, sabremos con seguridad si habrá un juicio penal por el asesinato, en abril del 2017, de Sarah Halimi—una mujer judía de 65 años que fue golpeada hasta morir en su propia casa por un joven intruso, Kobili Traore, quien bramó abuso antisemita a su víctima durante el calvario. En el presente, los indicios desde Francia son que Traore escapará al cargo de asesinato en primer grado agravado por antisemitismo porque, en la noche del asesinato de Halimi, él fumó cannabis en una cantidad que lo dejó, según los fiscales y psiquiatras, sin ningún “discernimiento” (en efecto, irresponsable por fuerza de insania temporal.) En vez de responder por sus crímenes e ir a prisión, Traore, quien apareció en una audiencia del tribunal a principios de este mes donde se disculpó por el asesinato, puede encontrarse en el entorno más benévolo de un hospital psiquiátrico.

Y los judíos franceses harán nuevamente las mismas preguntas de su civilización.

La forma de romper este patrón—en Francia y más ampliamente a lo largo de Europa —es endurecer las sanciones legales para crímenes de odio contra judíos y otras minorías. Como el presidente de una democracia republicana, Macron no puede, por supuesto, influenciar la decisión final en la causa de Sarah Halimi. Pero si le es negada justicia a la familia de Halimi y a su recuerdo, está en su poder implementar las lecciones de ese resultado. Él podría incluso empezar, tomando la propia defensa de Traore como un punto de partida, con una reforma legal que facilitaría el enjuiciamiento de los delincuentes racistas antisemitas sin importar si ellos ingirieron o no cannabis antes de cometer sus crímenes.

 

 

*Ben Cohen es un periodista con base en la Ciudad de New York y autor que escribe una columna semanal sobre asuntos judíos e internacionales para JNS.

 

Fuente: JNS
Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México