Estimados amigos

Me llamó la atención que, el 20 de noviembre, el gobierno de Canadá, liderado por Justin Trudeau, votó a favor de una resolución antiisraelí en la ONU. La exembajadora de los Estados Unidos en la ONU, Nikki Haley, sugirió que el gobierno del primer ministro canadiense había hecho un “trato con el diablo” cuando respaldó esa resolución antisraelí.

ANDRÉ MOUSSALI FLAH

Haley le dijo a la audiencia que a menudo era “más fácil no mover el bote”, que enfrentarse a “la mafia”. Y citó el voto canadiense como un ejemplo de “esa corrupción cultural que se desarrolla en tiempo real”.

“Canadá ha sido, durante mucho tiempo, equilibrado y justo hacia Israel en las Naciones Unidas. Se ha opuesto a la atracción de la cultura antisraelí”, recordó.

Pero eso cambió el mes pasado, cuando el gobierno de Trudeau decidió votar a favor de una resolución titulada “El derecho del pueblo palestino a la autodeterminación”, patrocinada nada menos que por Corea del Norte, Egipto, Nicaragua, Zimbabue y el “Estado Palestino”. Ésta pide el fin de la “ocupación israelí” y se refiere al aliado estadounidense como “la potencia ocupante”.

Haley destacó que Canadá había votado en contra de esa resolución durante años, ya que “desafía la legitimidad de Israel”. Y agregó que ese cambio había “sorprendido a los amigos de Israel”.

La exgobernadora de Carolina del Sur sugirió que la postura canadiense había cambiado porque ahora Canadá buscaba uno de los escaños rotativos de dos años en el Consejo de Seguridad; una elección que requiere en la Asamblea General del voto de un bloque notoriamente antisraelí.

Un observador le habría comentado que Canadá estaba haciendo una negociación “faustiana”, al cambiar su integridad por un puesto en el Consejo de Seguridad. Éste es el último signo de tensión entre la administración de Donald Trump, que Haley abandonó a fines de 2018, y el gobierno de Trudeau.

El presidente Trump calificó a Trudeau de “dos caras”, después de que apareciera un video del primer ministro canadiense, donde parecía reírse de los gastos del presidente estadounidense en la última cumbre de la OTAN en Londres.

Eso ocurrió un día después de que Trump preguntara a Trudeau en persona si su país cumplía con su compromiso de gastar el 2% del PIB en gastos de defensa; algo que el primer ministro canadiense admitió que aún no hacía.

Trudeau seguramente comparó el porcentaje de la población musulmana en Canadá, que asciende al 3.2% de la población total y que ha ido aumentando notoriamente en los últimos años; en tanto que la población judía apenas llega al 1.0% y ha tendido a estancarse. Es decir, hizo un cálculo y cambió la política proisraelí del primer ministro conservador Stephen Harper, en pro de obtener un puesto en el Consejo de Seguridad. O sea, como dijo la exembajadora Haley, “hizo un trato faustiano”, es decir, vendió su alma al diablo. Y eso viene en alusión a lo que el presidente Trump calificó como “doble cara”.

Todo esto me hizo recordar el triste viaje del barco “St. Louis”. El 13 de mayo de 1939 ese trasatlántico alemán partió desde el puerto de Hamburgo (Alemania) hacia La Habana (Cuba). A bordo viajaban 937 pasajeros, casi todos judíos que huían del Tercer Reich. La mayor parte eran ciudadanos alemanes; algunos otros provenían de Europa Oriental y unos pocos más eran oficialmente “apátridas”.

La mayoría de estos pasajeros judíos habían solicitado visas para Estados Unidos, y tenían planeado permanecer en Cuba sólo hasta que pudieran entrar a dicho país. Durante la travesía hubo sin embargo indicios de que las condiciones políticas en Cuba podrían impedir que los pasajeros desembarcaran allí.

El Departamento de Estado en Washington, el consulado estadounidense en La Habana, algunas organizaciones judías y agencias de refugiados estaban al tanto de esta situación. Pero desafortunadamente los propios pasajeros lo ignoraban, y la mayor parte de ellos serían enviados de vuelta a Europa.

En aquel entonces, el gobierno de Canadá, a cuyas costas se dirigió el “St. Louis”, se negó a
recibir a los fugitivos argumentando que “none is too many” (ninguno es demasiado)
.

No se puede confiar en la benevolencia de los países para que acepten votar a favor de Israel y de los judíos en un momento dado. Los judíos lo entendieron cuando, después del Holocausto, lucharon asiduamente para establecer en 1948 un Estado judío que pudiera dar refugio y patria a todos los judíos del mundo que habían sido expulsados o aniquilados en sus países de origen.

Gracias a Dios que Israel existe y que lucha por el bienestar y los derechos de los judíos, después de milenios de sufrimiento y maltratos, y de andar suplicando en diversas partes que se les diera refugio. No se puede estar supeditados a los caprichos y deseos de los volubles gobiernos del mundo.

Reproducción autorizada con la mención siguiente: ©EnlaceJudío