Enlace Judío México e Israel – Janucá, las fiestas de las luminarias, es una fiesta de contrastes. Luz y oscuridad.

ETHEL BARYLKA

El primer contraste o disonancia lo encontramos en las dos fuentes fundamentales que tenemos de la festividad. El libro de los Macabeos, relata la epopeya histórica de la resistencia macabea, la guerra de guerrillas, la recuperación y reinauguración del Templo de manos de los Seléucidas usurpadores que tuvo lugar entre el año 167 a 160 AEC.

Yehudá y sus hermanos dijeron: ‘Nuestros enemigos han sido aplastados; subamos a purificar el Santuario y a celebrar su dedicación’. 

Entonces se reunió todo el ejército y subieron al monte Sión. Cuando vieron el Santuario desolado, el altar profanado, las puertas completamente quemadas, las malezas crecidas en los atrios como en un bosque o en una montaña, y las salas destruidas, rasgaron sus vestiduras, hicieron un gran duelo, se cubrieron la cabeza con ceniza y cayeron con el rostro en tierra. Luego, a una señal dada por las trompetas, alzaron sus gritos al cielo. Judas ordenó a unos hombres que combatieran a los que estaban en la Ciudadela hasta terminar la purificación del Santuario. Después eligió sacerdotes irreprochables, fieles a la Ley, que purificaron el Santuario y llevaron las piedras contaminadas a un lugar impuro…

También repararon el Santuario y el interior del Templo, y consagraron los atrios. Hicieron nuevos objetos sagrados y colocaron dentro del Templo el candelabro, el altar de los perfumes y la mesa. Quemaron incienso sobre el altar, y encendieron las lámparas del candelabro que comenzaron a brillar en el Templo. Además, pusieron los panes, colgaron las cortinas y concluyeron la obra que habían emprendido.

El día veinticinco del noveno mes, llamado Kislev, del año ciento cuarenta y ocho, se levantaron al despuntar el alba y ofrecieron un sacrificio conforme a la Ley, sobre el nuevo altar de los holocaustos que habían erigido. Este fue dedicado con cantos, cítaras, arpas y címbalos, justamente en el mismo mes y en el mismo día en que los paganos lo habían profanado. Todo el pueblo cayó con el rostro en tierra y adoraron y bendijeron al Cielo que les había dado la victoria.

Durante ocho días celebraron la dedicación del altar, ofreciendo con alegría holocaustos y sacrificios de comunión y de acción de gracias. Adornaron la fachada del Templo con coronas de oro y pequeños escudos, restauraron las entradas y las salas, y les pusieron puertas. En todo el pueblo reinó una inmensa alegría, y así quedó borrado el ultraje infligido por los paganos.

Yehudá, de acuerdo con sus hermanos y con toda la asamblea de Israel, determinó que cada año, a su debido tiempo y durante ocho días a contar del veinticinco del mes de Kislev, se celebrara con júbilo y regocijo el aniversario de la dedicación del altar.

(I Macabeos 4, 36–57).

En contraste con esta fuente leemos en el Talmud de Babilonia:  “La Guemará pregunta: ¿Qué es Janucá y por qué se encienden las luces en Janucá? La Guemará responde: Los sabios enseñaron en Meguilat Taanit: el día veinticinco de Kislev, los días de Janucá son ocho. Uno no puede hacer elegías y no puede ayunar en ellos”.

¿Cuál es la razón?

“Cuando los griegos entraron al Santuario contaminaron todos los aceites al tocarlos. Y cuando la monarquía asmonea los venció y salió victoriosa sobre ellos, buscaron y encontraron solo una vasija de aceite que se colocó con el sello del Sumo Sacerdote, sin ser molestados por los griegos. Y había suficiente aceite allí para encender el candelabro por solo un día. Ocurrió un milagro y encendieron el candelabro ocho días. Al año siguiente, los Sabios instituyeron esos días y los convirtieron en fiesta con recitación de Halel y agradecimientos especiales en la oración y bendiciones”, Shabat 21b.

En primer lugar, llama la atención la pregunta de apertura: “¿que es Janucá y por qué se encienden las luces de Janucá?” ¿Se trata de una pregunta retórica?, ¿De un simple recurso didáctico para contarnos lo que quiere contarnos a continuación? O, ¿es acaso una pregunta verdadera, de una generación a la que siglos después hay que explicarle el sentido de una tradición que ha heredado, pero de la cual no fue testigo? Pero no sólo la pregunta llama la atención sino también la respuesta: el relato del milagro del aceite. ¿Dónde está la rebelión? ¿La lucha, la resistencia? ¿Por qué el Talmud minimiza el episodio histórico?

No sólo la lucha armada no es presentada, tampoco el martirologio relatado en el episodio de Janá y sus 7 hijos. Podemos aventurar algunas posibles respuestas parciales; el Talmud, texto escrito en el exilio se cuida de alentar mensajes de rebeldía. Como minoría dispersa, la autocensura es un mecanismo importante, no sólo en relación al poder gobernante sino también en relación a los mismos miembros del pueblo a los cuales hay que proteger de caer en falsas creencias mesiánicas de salvación y rebeldía. Tampoco el episodio de Bar Cojvá posteriormente será encumbrado, ni el de la Metzada… estos relatos de rebelión que parecen tan naturales a nuestros oídos del siglo XXI no fueron parte del discurso tradicional judío a lo largo de los siglos. La lucha armada, la rebelión por la fuerza es una imagen recuperada por el movimiento sionista desde un inicio, que aspira a encontrar inspiración en estos momentos históricos.

Otro contraste: ¿quiénes son los Macabeos? ¡Una familia de sacerdotes! ¿Dónde se ha visto una familia cuya misión es servir a Dios que salga a la lucha? ¿Se trata de rebeldes o de fanáticos religiosos? “Quien esté con Dios que se una a mí” dice el lema de guerra… que difícil suena a nuestros oídos de hoy. ¿Fundamentalismo judío o autodefensa?
Y como si no fuera suficiente, serán los Macabeos victoriosos los que reestablecerán el reino, uniendo la casa sacerdotal con la real. Dos casas que de acuerdo a nuestra historia son y deben ser poderes separados. El sacerdote sirve a Dios, el rey al poder mundano. La mezcla no necesariamente es positiva como lo demostrará la historia.

Volvamos entonces al milagro de la luz. Al mensaje que año a año se ha trasmitido, generación tras generación. La luz de Janucá es la que ocupa el escenario a lo largo de los siglos. La lucha no es negada, es más, al encender la Janukiyá decimos: Al Hanisim

Pero la lucha no es escondida, pero tampoco es idealizada. El combate no es un ideal. Es una necesidad. La resistencia es una necesidad y no un ideal de vida. El belicismo cuando es necesario. El poder no es el tema sino la libertad, sobre todo la libertad de espíritu.

Y otro contraste más. A diferencia de todas nuestras festividades, en ésta se nos ordena, “publicitar el milagro”. ¿Por qué? ¿Qué tiene de especial este hecho para que tengamos que publicitarlo? ¿Por qué el milagro de la apertura del mar lo festejamos en la intimidad del hogar con la familia reunida a la mesa y en Janucá debemos colocar la Janukiyá donde todos la vean?

Una famosa canción infantil dice, banu joshej legaresh, “venimos a espantar a la oscuridad”… esas pequeñas luces, que no podemos usar más que para verlas tienen una función profundamente simbólica… una pequeña luz quiebra la oscuridad. Un pequeño acto de cordura, quiebra la sinrazón humana. Una pequeña luz en las tinieblas… es el mensaje de la resistencia. Resistir la tiranía, es hacer luz en la tiniebla.

“Janucá es por tanto para nosotros el milagro de una luz, más rica que las energías que la alimentan. El milagro de lo ‘más’ que procede de lo ‘menos’, un milagro incomparable. De lo que se excede, hacia la elevación. La ‘resistencia’ asmonea es esa luz que tiene más que sus propias fuentes materiales. Pero el texto talmúdico restaura a una guerra nacional, una guerra de defensa de una cultura, el horizonte permanente de la maravilla. Es la maravilla diaria del espíritu que precede a la cultura. Es una llama que arde con su propio fervor: el genio que inventa lo previamente inaudito, a pesar de que todo ya ha sido dicho; el amor que se inflama aunque el ser querido no es perfecto; la voluntad que se compromete a hacer algo a pesar de los obstáculos paralizantes en su camino; la esperanza que ilumina una vida en el ausencia de razones para la esperanza…” dice Levinas, y nos deja sorprendidos observando esa luz que titila en la tiniebla de la noche.

La luz. La primera creación de Dios.

“Y vio Dios que era buena”, no “como la cuestión de un hombre que no conocía la naturaleza de algo hasta que [existió]” dice Ramban. Dios no necesita ver la luz para saber que es buena. No se trata de que la luz le pareciera buena después de crearla, porque Dios no necesita eso para saberlo. Sino que la luz es buena en sí misma. La luz es el bien, Tov. Dice Rashí: “Él lo vio, [y vio] que no era apropiado para el malvado para usarlo; así que lo separó para los justos en el futuro”.

La luz nos permite discernir, ver, diferenciar. Dios diferencia entre la luz y la oscuridad y al hacerlo nos permite toda diferenciación. Cuando está oscuro, cuando es Erev, como dice el Rav Steinsaltz, está todo Beirbuvia, está todo mezclado y no podemos discernir lo bueno de lo malo, no se trata sólo de una luz física sino de una luz espiritual que nos permite ver la verdad y distinguirla de lo falso. Cuando leemos el versículo de Isaías 45:7, “que formo la luz, y creo las tinieblas; que hago la paz y que creo el mal. Yo soy el SEÑOR, que hago todo esto”, que decimos diariamente en la plegaria, parece estar más claro aún: la luz es paralela a la paz, las tinieblas al mal.

Shalom y no bien, porque Shalom, de la palabra hebrea Shalem, implica lo completo, lo que está en completitud y armonía, que solo puede lograrse cuando hay luz para discernir y elegir correctamente. Las tinieblas por tanto no son el caos, no son la guerra. Son el mal.

Se acerca Janucá y comenzaremos a encender la luz, aumentándola día a día, para intentar traer el bien, la paz y la armonía en el mundo, no sólo en nuestros hogares. No puede haber completitud si es solo algo nuestro, privado, el mensaje de Janucá, la resistencia del espíritu y la luz que no se apaga, son un mensaje de humanidad para la humanidad.

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