Enlace Judío México e Israel – Supongo que en esa noche en que Moisés avisó que todo mundo tenía que encerrarse en su casa debió haber quien no estuviera demasiado contento con la medida. “¿Para qué, si Egipto todavía no entra en la Fase 2?”, pudo ser el argumento. Pero la medida de Moisés funcionó, según el texto bíblico, y eso nos deja una interesante lección para estos días de pandemia.

Una plaga es una plaga, y aunque cada una tiene sus particularidades, hay paradigmas que resultan interesantes porque se hacen presentes una y otra vez.

La plaga que nos azota hoy en día no tiene muchas similitudes con las famosas Diez Plagas que, según el relato del Éxodo, azotaron a Egipto por la necedad del Faraón al no querer dejar libre al pueblo de Israel.

Lo de hoy es una pandemia surgida de manera natural (no, querido lector: no es un virus inventado por una potencia occidental para fastidiarnos la vida). Lo clásico, pero impredecible: los virus —como todas las especies— presentan mutaciones todo el tiempo. Alguna de estas, por casualidad, los hace aptos para reproducirse en el organismo humano, y entonces aparece una nueva cepa viral. Es decir, una nueva enfermedad para la cual, por supuesto, no tenemos anticuerpos. Eso fue lo que pasó con el llamado COVID-19, una mutación que resultó apta para reproducirse en nuestros cuerpos. Al no estar preparado para ello nuestro sistema inmunológico, el contagio es fácil y rápido.

El relato bíblico no aborda el tema de las Diez Plagas desde ningún tecnicismo médico. Simplemente, las menciona como juicios divinos contra la dureza del Faraón. Pero hay dos que tienen un evidente perfil médico: la sexta plaga fue de úlceras, y la décima fue la muerte de los primogénitos.

Según el libro del Éxodo, los israelitas no fueron afectados por ninguna de estas plagas. ¿Por qué? Vamos a decirlo en los términos que estamos usando hoy en día a causa de la pandemia de coronavirus: porque estaban aislados.

Cuando ocurrió la plaga de úlceras, los israelitas estaban recluidos en Goshen. Cuando murieron los primogénitos, cada familia estaba recluida en su casa.

No es este el espacio para tratar de reconstruir los eventos históricos relacionados con las plagas. Más bien, quiero plantear una pregunta obligada: ¿Será que los autores de este relato estaban informados de que el aislamiento social rompe las cadenas de contagio durante una epidemia?

Las simulaciones que se han hecho por medio de algoritmos lo demuestran contundentemente: si todo un grupo social está en movimiento, lo más seguro es que un brote epidémico contagie a todos; si una parte de ese grupo es confinada a cuarentena en un principio, lo más probable es que el contagio total de todos modos se dé, pero será más lento, gradual; si el 75 por ciento del grupo está inmóvil, los contagios totales se reducen a alrededor del 50 por ciento; y si la inmovilidad se la aplica el 82.5 por ciento, los contagios se verán reducidos a un 20 por ciento aproximadamente.

¿A qué me refiero por inmovilidad? En términos actuales, a quedarse aislado en casa. De hecho, eso significa estar aislado en Goshen y encerrarse durante la cena de Pésaj: mantenerse al margen del grupo que está siendo azotado por diversas plagas.

En gran medida, esta misma situación —me refiero estrictamente al tema que podríamos definir como de salud pública— se replicó durante la devastadora epidemia de la Peste Negra en Europa. Sus orígenes están en Asia, pero los datos que nos interesan por el momento son que en 1347 un barco genovés llegó a Italia desde el mar Negro. Sus tripulantes estaban infectados, y ninguno llegó vivo. Ahí comenzó a diseminarse por Europa el virus, y para 1361 había afectado prácticamente todo el territorio. Se calcula que murió, por lo menos, la tercera parte de la población europea, unas 25 millones de personas.

Las comunidades judías fueron de las menos afectadas, por dos razones. La primera, por los hábitos de higiene inculcados por la propia tradición judía, mucho más avanzados que los del europeo promedio de aquellos tiempos. La segunda, porque estaban aisladas. No voluntariamente, por cierto. La vida en guetos y aljamas, generalmente en condiciones de marginación, fue algo que se le impuso a los judíos en la Edad Media. Pero eso resultó benéfico en el momento más crítico de la expansión de la epidemia, aproximadamente entre 1347 y 1353.

Finalmente, hoy estamos viendo en directo cómo esta noción de aislarse ante una epidemia rinde buenos resultados.

Israel reportó su primer caso de COVID-19 el 21 de febrero, exactamente al mismo tiempo que España. Pero el gobierno israelí decidió aplicar medidas drásticas, poniendo a todas las personas que llegaran desde el extranjero en aislamiento durante 14 días, para cerciorarse de que no vinieran infectadas. Muchos se quejaron de ello, tanto adentro como afuera del país. Lo consideraron discriminatorio. Pero el gobierno no cambió de postura, y los aislamientos se siguieron implementando. Conforme se llegó a situaciones más graves en el exterior (sobre todo en Irán e Italia), Israel endureció sus medidas hasta cerrar sus fronteras para todos los extranjeros.

España hizo todo lo contrario. Su primer error fue considerar que el COVID-19 sería más o menos similar a una fuerte gripe. Su segundo error, aplazar la aplicación de medidas drásticas para romper la cadena de contagios. O, por decirlo de otro modo, aplazar demasiado la aplicación del aislamiento.

El resultado es evidente: al momento de escribir estas líneas, España tiene alrededor de 18 mil contagiados y más de 800 muertos; Israel apenas tiene cerca de 700 contagiados y ningún muerto. Incluso, Michael Levitt —Premio Nobel de Química en 2013— comentó, al ver cómo está funcionando la estrategia israelí, que le extrañaría que al final del proceso pandémico el país entero tuviera más de cinco muertos.

Pese al éxito, el gobierno ha señalado que podría endurecer las medidas. No quiere riesgos.

En Israel, al igual que en todo el mundo, se enferman niños, adolescentes, jóvenes, adultos y gente de la tercera edad. ¿Por qué no hay una ola de decesos, especialmente en las personas más vulnerables, como los mayores de 60 años o quienes tengan antecedentes clínicos difíciles, o estén bajo tratamientos o condiciones que depriman el sistema inmunológico?

Una posible respuesta es que debido a la baja tasa de contagios, los sistemas de salud no se han visto abrumados. Todavía pueden atender a todos los que lo necesitan.

En Italia sucedió todo lo contrario: el sistema de salud colapsó y se llegó al punto de tomar una decisión propia de la llamada “medicina de guerra” (es decir, práctica médica en tiempos de guerra): los adultos mayores a 80 años no son prioritarios para ser atendidos. Si hay demasiada demanda, simplemente se les deja morir.

Así que el aislamiento funciona.

Cierto. Es incómodo. En determinadas circunstancias incluso puede ser atemorizante o deprimente. Pero grandes problemas requieren de grandes esfuerzos, y estamos frente a uno de estos casos con la pandemia del COVID-19.

Buen momento para recuperar los paradigmas bíblicos que, en gran medida, sentaron las bases para hacer de Israel un pueblo de sobrevivientes: en la vida cotidiana, mucha higiene; y en caso de plaga, aislamiento.

La pura existencia del libro del Éxodo y el éxito que está teniendo Israel en el control del coronavirus demuestran que funciona.

Hagan caso, por favor.


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