Enlace Judío México e Israel –  Resuelto indiscutiblemente a suicidarse −nos informa una noticia de prensa−, en Tel Aviv, un desesperado entre muchos en estos días, se cortó las venas, abrió la llave del gas, se clavó un cuchillo en el vientre y después se colgó de un poste. Pero todo fue en vano.

Atraídos por el olor a gas, los vecinos −que en este país siempre se meten en todo− acudieron rápidamente a ver qué pasaba, forzaron la puerta y descolgaron al señor Moshé Ben David, para que una ambulancia pudiese transportarlo al hospital más cercano.

En el camino, la ambulancia del Maguén David Adom, lo que sería la Cruz Roja en otros países, alterada y cansada en estos días de coronas, chocó contra un autobús de la compañía Dan, y hubo cuatro muertos (más que por el coronavirus,  que en este país todavía no ha registrado ninguno), el suicida frustrado llegó sano y salvo al hospital, y hasta pudo subir por sí mismo tres pisos, ya que el elevador no llegaba. Se metió a la cama y de paso acarició las caderas de la enfermera (ustedes saben cómo están esas enfermeras rusas).

El suicidio, después de todo, es la máxima libertad individual. Yo en lo personal no lo recomiendo, con la excepción de dos o tres casos particulares de políticos  que no estaría del todo mal que desaparecieran, pero creo que toda persona al corriente en el pago de sus impuestos (cosa que no sé cómo será de ahora en adelante), tiene el inalienable derecho de suprimir sus cumpleaños.

Existen varias clases de libertades: la libertad de palabra y expresión, (no en todos lados), la libertad de conciencia, y otras libertades. Entonces,  ¿por qué no ha de existir la libertad de liberarse de todo?, hasta de los discursos políticos  de nuestros líderes del gobierno.

Es el caso de Moshé Ben David, que tan decidido estaba de hacer un cambio en su vida, y que intentó no uno, sino cuatro procedimientos cada uno más espeluznante que el otro, resulta intolerable la intromisión de sus vecinos, que a veces ni siquiera lo saludaban.

No sabemos cuáles fueron las causas que impulsaron al suicida cuatro veces frustrado a eliminarse de este mundo. Posiblemente haya sido el miedo a la nueva situación económica desfavorable que tendría que enfrentar después que terminara (si es que termina),  la Era del Coronavirus, o la canción que (hasta ayer) nos iba a representar en el Eurovisión. Pero de lo que sí estoy segura es que ninguno de sus vecinos hubiera tenido la misericordia de ayudarlo discretamente a resolver sus problemas o a prestarle algunos shekels. Sin embargo, todos metieron la cuchara, como decimos los mexicanos, cuando él mismo estaba en proceso de liquidarlos (a sus problemas, no a los vecinos).

Pienso que debería haber en el país una disposición en los códigos judaicos, que garantizase a los suicidas malogrados el cumplimiento de sus designios por parte del Estado. Algo así como Bituaj Leumi (Seguro Social) en reserva. A menos claro está, que como en el caso de Moshé Ben David, alguna enfermera rusa les hiciese cambiar de propósitos.

Bye, bye democracia.

Se están llevando a cabo  con todo éxito las pruebas del control de nuestros teléfonos (y de paso de nuestras vidas), calculándose que el próximo Pésaj, es decir en unas tres semanas o antes, se harán los primeros intentos, después de que el gobierno autorizó al servicio de seguridad Shin Bet (servicio de inteligencia y seguridad general interior de Israel), para monitorear nuestros teléfonos celulares, en un intento por contener la propagación del coronavirus COVID-19.

La medida fue autorizada sin pasar por la Corte y por lo tanto plantea serias preocupaciones sobre las violaciones de la privacidad y las libertades civiles, y tendrá tal vez muchas ventajas, pero a la vez acarreará serios inconvenientes, aunque el gobierno nos promete que el Shin Bet estará limitado en cuanto a los datos que recolectará y quiénes en el gobierno tendrán acceso a ellos. Se supone que la agencia podrá usar la información sólo en la lucha contra el coronavirus, pero ¿y si no?

A nadie dicen los hombres más mentiras que a las personas con quienes hablan por su celular. A nadie dicen más mentiras las mujeres que a las personas a distancia. Amparados en el viejo refrán de “ojos que no ven corazón que no siente”, nos inventamos las disculpas más desvergonzadas para no ir a una cita,  justificar una ausencia o escaparnos de aquellos que nos buscan para cobrarnos alguna cuentecilla. Y en estos días, para justificar que no estamos en casa.

Todo aquello que se usaba en el pasado de “dile que no estoy”, cuchicheado al oído de quien contesta tu teléfono o celular, se ha acabado y se va acabar aún más con la diabólica medida del gobierno que ha sido criticada por los defensores de los derechos humanos y la privacidad, ya que esencialmente significa que cualquier persona puede estar bajo el escrutinio del Shin Bet. La propuesta va mucho más allá de los esfuerzos de vigilancia y control realizados por otros países en su lucha contra el coronavirus.

La Policía israelí ya tiene los  instrumentos y la metodología a su disposición de eso que yo llamo el nuevo “Destructor de Mentiras”, que en estos momentos, también tiene sus ventajas.  Por ejemplo, nos obligará  a suprimir las malas palabras como manyak, ben esto y ben aquello, etc., y los malos gestos.  A las mujeres, sobre todo a las que somos vanidosas, nos obligará a estar bien vestidas en el hogar o fuera, por si acaso llamara un agente guapo de la Shin Bet. 

Por otra parte, nos ahorrará descripciones de dónde nos encontramos, y qué estamos haciendo, así como evitará el tener que deletrear nombres raros como ROZENZEIEGH,  pues los agentes ya lo tendrán computarizado. En general puede decirse que el método nos obligará a los israelíes a ser más responsables, y más modestos y educados… por miedo claro está.

Se supone que el Shin Bet fue autorizado solamente a utilizar los datos de los teléfonos para rastrear los movimientos de aquellos que fueran encontrados por un portador de coronavirus para ver con quién interactuó en los días y semanas anteriores a sus pruebas, con el fin de poner en cuarentena a esas personas. La información se enviará al Departamento de Salud, que a su vez despachará un mensaje a cualquier persona que se encuentre a menos de dos metros de la persona infectada en 10 minutos o más. ¿Ciencia y Ficción? No. Para nada.

Personalmente pienso que esta medida añadirá un peso más a nuestras vidas, que ya de por sí sufren en la actualidad una serie de esclavitudes y vigilancias.

Cada vez que suene el celular, nos angustiaremos las mujeres arreglándonos el cabello y dándonos un retoque de pintura en los labios. El celular deberá estar en el sitio más presentable de la casa, ya que no sería agradable que apareciéramos en la pantalla con un fondo de ropa tirada en el suelo, ceniceros llenos de colillas, y calzoncillos puestos a secar sobre el respaldo de una silla en estos fríos días de lluvia.

Pero lo peor de todo es que se acabarían las pocas llamadas que todavía hacen algunas amistades para decirnos: vamos a llegar un poco tarde, pero llevamos pitas, humus, y tres Coca Colas Zero.

Pienso al igual que Avner Pinchuk, abogado de la Asociación de Derechos Civiles de Israel, que el pequeño beneficio de la detección de los portadores de la enfermedad y su hallazgo “no justifica una grave violación del derecho a la privacidad”. El peligro del COVID-19 no solo radica en el virus en sí mismo, sino también en el temor de que, como parte de nuestros esfuerzos por superar el peligro, también perdamos nuestros valores fundamentales como sociedad libre y democrática.

Pero lo que a mí más me preocupa es que me exijan tomarme la fiebre delante de ellos, y a cada rato estén llamando para ver si efectivamente no toso. Y, si estoy un poco enferma nomás, estaré en cama con una bolsa de agua caliente y un tequila Cuervo en vez de té. Además, tendré que quitar de la pared los afiches de Lenin y el Che, y poner alguno de Ben Gurión o Golda.

Utilizando esta forma de vigilancia, generalmente diseñada para combatir el terrorismo, en una crisis de salud, es probable que el gobierno la utilice para abordar otras cuestiones, no necesariamente relacionadas con la seguridad del país. Además, estaremos vigilados (Orwell 1984) directamente por el primer ministro.

En general todo esto solo nos dará dolores de cabeza. Ya bastantes molestias causan las personas que llaman a horas inoportunas o nos persiguen para vendernos algo o para cobrarnos o pedirnos prestado, ahora encima de todo esto tenderemos que estar viéndole la cara al Shin Bet.

Qué bonito sería que toda esta pesadilla se acabe y que volvamos a las señales de humo que usaban los apaches.

En realidad todos estos nuevos inventos solo sirven para complicarnos la existencia.

Con lo sabroso que era decir mentiras por teléfono sin que nos delatara el semblante.

 


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