Enlace Judío México e Israel –  Justo cuando todo parecía favorecerle tras recibir el apoyo de Lieberman y la encomienda para formar gobierno, Benny Gantz pareció claudicar y rendirse ante Netanyahu. Pero no. No se trata de eso. Se trata acaso del mayor gesto de cordura que le hemos visto a Gantz en todo lo que va de este proceso electoral, que está por cumplir un año.

Todos los opositores a Netanyahu han desatado su furia contra Benny Gantz que, justo cuando parecía tener la situación a su favor, ha declinado y aceptado integrar un gobierno de unidad con el político al que juró combatir sin reservas.

Repasemos el panorama: en la última elección, Netanyahu y sus aliados obtuvieron 59 escaños, y Gantz y los suyos se quedaron en 54. Una clara ventaja para Netanyahu, pero todavía sin la posibilidad de integrar gobierno. Otra vez, el factor de balance fue Lieberman con 7 escaños. El panorama aparentemente inevitable iba a ser, nuevamente, una ronda electoral más (la cuarta).

Rivlin, siguiendo la lógica de la situación, pensaba encargar la formación de gobierno a Netanyahu, aunque era claro que sería tarea imposible. En eso estaban las cosas cuando Lieberman anunció su apoyo a Gantz. Con ello, todo el panorama cambiaba: con todo y su desventaja en las urnas, Gantz apareció como el único que tal vez (y recalco: sólo tal vez) podría integrar una coalición de 61 escaños. En consecuencia, Rivlin le entregó la encomienda.

Pero entonces vino el problema que he señalado desde antes de la primera elección: para que Gantz pudiera integrar una coalición de gobierno, el requisito era meter en el mismo saco a la extrema derecha de Lieberman, la Lista Conjunta con sus diputados anti-israelíes, la izquierda moderada de Avodá, y la izquierda extrema de Meretz. Un reto acaso más difícil que el que tenía Netanyahu.

Y desde entonces lo dije: lo más probable es que Gantz no lograra unificar semejante grupo. Y de hacerlo, sería sólo momentáneo. Una coalición semejante no duraría más de un año y lo más seguro es que todo desembocara en nuevas elecciones.

Pero, contra todo pronóstico, la coalición pareció formarse cuando árabes, derechistas e izquierdistas lograron un entendimiento básico para tratar de integrarse en lo que habría sido el gobierno más bizarro —en el mal sentido de la palabra— que hayamos visto en Israel.

El sueño duró sólo un momento. El sector derechista de Kajol Laván comenzó las fricciones, y los diputados Zvi Hauser y Yoav Hendel se rehusaron a integrarse a un gobierno con la Lista Árabe. Según se supo, tuvieron una reunión muy acalorada con Moshé Ya’alón, que terminó a los gritos. Sin esos dos diputados, Gantz quedaba con 59 escaños, exactamente en la misma situación que Netanyahu.

Luego vino el error definitivo: aún sin gobierno integrado, la nueva legislatura tomó posesión y comenzó a sesionar. Lo primero que hicieron fue orillar a Yuli Edelstein —presidente de la Knéset— a renunciar a su cargo, y la Corte Suprema designó a Amir Peretz (Avodá) como su sustituto. El plan parecía caminar: bajo el liderazgo de Peretz y con 61 votos disponibles, seguro se podría proceder con nuevas reglamentaciones que impidieran que Netanyahu —en proceso judicial por acusaciones de corrupción— pudiera ocupar el cargo de primer ministro otra vez. Por lo menos, mientras dure el proceso.

En eso iban las cosas cuando una situación completamente ajena obligó a todos los políticos a cambiar de planes: la pandemia de COVID-19 (coronavirus).

Israel ha implementado medidas de control muy duras y ha contenido con éxito el impacto de la epidemia, pero la situación de todos modos es delicada. Por eso y al margen de los procesos relacionados con la elección y la formación del nuevo gobierno, comenzó a hablarse de la posibilidad de un gobierno de unidad temporal para enfrentar la crisis del modo más coordinado posible. Lo que el diálogo político no había logrado —empujar a Netanyahu y a Gantz a un acuerdo—, la pandemia lo estaba consiguiendo.

Por supuesto, los sectores más radicales de la Lista Árabe y de la izquierda protestaron porque vieron en esto una treta de Netanyahu para extender su control sobre la política israelí. Pero Gantz reaccionó de un modo profesional, dándole preferencia a la urgencia sanitaria que a sus intereses políticos.

Y entonces vino un gravísimo error por parte del bloque anti-Netanyahu. Un fallo casi infantil, increíble. Una imprudencia de proporciones descomunales: en el reparto de las comisiones de la Knéset, la Lista Conjunta, que tiene diputados abiertamente anti-israelíes y defensores del terrorismo palestino, quedó a cargo de la Comisión de Trabajo, Bienestar y Salud que, entre otras cosas, se encarga de coordinar los apoyos a las víctimas del terrorismo palestino y a los soldados heridos en combate.

La reacción no se hizo esperar: amplios sectores de la población israelí vieron en esto una traición por parte de Kajol Laván (que fue quien aprobó dicha designación), y el descontento empezó a manifestarse de muchas maneras.

Esto profundizó la crisis al interior de Kajol Laván, y volvió todavía más irreal la posibilidad de integrar la coalición de gobierno.

Más que nunca, el panorama de una cuarta elección se vio como inevitable.

Pero esta habría sido una elección diferente: durante sus últimas dos campañas, Netanyahu fue muy enfático en que Gantz estaría dispuesto a traicionar a Israel al hacer alianzas con diputados árabes que abiertamente exigen el desmantelamiento del Estado judío. Por supuesto, se le criticó a Netanyahu que con este tipo de argumentos trataba de manchar la imagen de Gantz. Política sucia, en pocas palabras.

La designación de la Lista Conjunta como la encargada de atender lo relacionado con los apoyos a las víctimas del terrorismo hizo que la situación se volteara completamente. Repentinamente y a ojos del electorado israelí —que no perdona estas cosas en las urnas—, Netanyahu tenía razón. Gantz y Kajol Laván habían traicionado la confianza israelí y estaban llevando demasiado lejos su contubernio con la Lista Árabe.

Ya con el antecedente de las negociaciones entre la gente de Gantz y Netanyahu para integrar el gobierno de unidad, un bloque de Kajol Laván optó por retirarse del plan original de coalición de gobierno. Por supuesto, se trata del bloque de Gantz integrado por los 14 diputados asignados al partido Hosen LeYisrael, y que puede consolidar sin problemas el gobierno de unidad. Likud y sus aliados tienen 59 escaños; con los 14 de Gantz el gobierno tendría 73.

Este sábado en la noche Gantz y Netanyahu continuaron ultimando detalles con el objetivo de integrar el gobierno de unidad el próximo lunes, y eso provocó que varios políticos israelíes comenzaran a definir posturas un tanto inesperadas.

Por ejemplo, Amir Peretz —lider de Avodá— insinuó que su partido podría unirse a dicha coalición, si bien los otros dos diputados de ese partido no están convencidos de ello. Por su parte, la legisladora Orly Levy-Abekasis —del partido Guesher, de centro— dijo que también consideraría la posibilidad de unirse.

Más allá de los dimes y diretes, la pregunta interesante es qué fue lo que motivó a Gantz a hacer este movimiento que muchos ven como una claudicación ante Netanyahu, justo cuando este último parecía perder todo el apoyo.

Es simple: evidentemente Gantz se dio cuenta del terrible fallo que fue conceder esa cartera a la Lista Árabe. La coalición estaba en riesgo por la postura de Hauser y Hendel, y es casi seguro que de todos modos se habría tenido que convocar a una nueva ronda electoral. Pero con el antecedente de la Lista Conjunta controlando la política de apoyos a víctimas del terrorismo, Netanyahu tenía todo para alzarse como el ganador contundente en otra visita a las urnas.

Gantz por primera vez reaccionó como verdadero político (hasta el momento, más bien parecía aprendiz). Por supuesto, dijo que estaba poniendo como prioridad el reto de Israel ante la pandemia. Pero hay más que eso: en realidad, está evitando que en una cuarta elección Netanyahu consolide su poder de manera absoluta e incuestionable.

Ahora el arreglo que se está negociando incluye el plan de que el cargo de primer ministro se rote, y Gantz lo ocupe a partir de octubre de 2021.

A Gantz le falta mucho por aprender de este complicado oficio que es la política.

Pero parece que se va superando. Si las cosas no se complican y los planes no cambian de aquí a año y medio, tiene todo ese tiempo para trabajar de cerca con Netanyahu y aprender a marchas forzadas lo más posible respecto a cómo dirigir a un país tan complejo como Israel.

Y eso no es mala idea. A fin de cuentas, Netanyahu no es eterno, es diez años mayor que Gantz, y pronto debe empezar a pensar en su relevo.

Por el momento, Netanyahu, ese viejo lobo de mar, le ha dado una cátedra de política a todos sus rivales.

En la última nota que escribí sobre este tema concluí haciendo un símil con un partido de ajedrez, señalando que Netanyahu estaba haciendo las mejores jugadas, y que Gantz y Lieberman parecían estar frente al tablero de ajedrez pero tratando de jugar a las damas chinas.

Gantz ya se enteró que el partido es de ajedrez y ya empezó a mover sus piezas en coherencia con ello.

¿Lieberman? Vaya uno a saber. Parece que sigue creyendo que el partido es de damas chinas.

 


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